Espectáculos y Cultura > Entrevista a Oscar Martínez

"Después de Relatos Salvajes pude empezar a disfrutar del cine como antes no lo hacía"

El veterano actor argentino se reencontró con el éxito en "Relatos Salvajes" y "El ciudadano ilustre"; este jueves estrena en Uruguay "La misma sangre", un "policial familiar"
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14 de marzo de 2019 a las 05:00

Oscar Martínez: argentino, bonaerense, tiene 69 años, es actor, escritor, tiene el pelo gris y estático, parece un tipo complicado pero es amable, a veces se ríe en la entrevista, a veces es un poco parco, a veces se enoja y lo oculta pero igual se le nota; debutó en 1971, sorprendió en La tregua (1974), se consolidó en El nido vacío (2008), elevó su categoría en Relatos Salvajes (2014), se catapultó en El ciudadano ilustre (2016); fue el primer latinoamericano en ganar la Copa Volpi al mejor actor en Venecia y el segundo hispano después de Javier Bardem; habla pausado, reflexiona su respuesta, sopesa las palabras y equilibra la temperatura de su voz; su nombre está en boca de todos pero él no habla de él, habla del resto, de George Bernard Shaw, de colegas con los que trabajó y con los que no va a volver a trabajar,  de “Juan” que es Campanella, de “Graciela” que es Borges, de política, de sus películas nuevas y de sus películas viejas; está cansado pero sigue sintiendo adrenalina, está agotado pero sigue filmando; tiene cuatro estrenos para 2019, mucho trabajo de prensa, mucho por lo que enorgullecerse y mucho que contar, y entre todo eso La misma sangre, la película de la que hoy, en un rincón de una sala de un hotel de un punto de Montevideo, habla.

La misma sangre es un thriller policial, ¿Por qué se ha vuelto tan frecuente este género en el cine argentino?

Esto es un policial familiar. En realidad, no tengo una respuesta para eso, tampoco sé si son tantas.

El año pasado hubo más de seis que lo abordaban de alguna manera.

Es un género que convoca mucho, que atrapa, supongo que debe tener relación con que satisface las necesidades de un sector del público al que le gusta especialmente.

¿Tendrá que ver con que el cine asimila la violencia de la sociedad en la que está inmerso?

Es probable. No lo había pensado, y es probable. Pero también es cierto que se hacen otras películas. Yo filmé este año con Campanella una especie de comedia negra, que es un homenaje al cine. Se llama El cuento de las comadrejas. Ahí también hay algo macabro, hay asesinatos, sangre, pero en un tono diferente.

En esa película están Luis Brandoni, Graciela Borges, Marcos Mundstock, ¿cómo fue ensamblarse a un elenco así?

Fue muy divertido. Es algo a lo que me he acostumbrado, porque empecé muy joven. Yo empecé a los 21 años y tuve la suerte y el privilegio de poder estar al lado de figuras muy consagradas, como Luis Sandrini. Bueno, y hablando de dream team, mirá La tregua. Creo que nunca se volvió a juntar un elenco de esa envergadura; hoy sería imposible porque no hay la cantidad de figuras consagradas que había en esa época. Y estaban todas en esa película. La tregua es una película maravillosa que resistió el paso del tiempo, algo que no pasa seguido. Me ha pasado con películas que amé, de comprármelas y verlas después de 25 o 30 años, y sentir con pena que habían envejecido, que no producían lo mismo. Pero La tregua mantiene la misma potencia que en 1974.

Este año estrena cuatro películas que filmó el año pasado, ¿eso fue buscado o casualidad?

Se produjo así, al punto de que pensé que esta película no la iba a poder hacer. Pero Miguel (Cohan, el director) me esperó un año, sin que yo lo supiera. Cuatro películas es una cifra enorme, me asustaba.

Y supongo que le generaba una adrenalina especial.

Sí, es cierto. Y cansancio también, y una exigencia muy grande. Me gusta trabajar. No soporto estar mucho tiempo sin trabajar. Llega un momento en que el ocio me convierte en mi peor enemigo, entonces trabajar me entretiene. Además, dos de esas películas fueron en España, viajé, viví dos meses y medio en Manhattan, así que también me hicieron vivir experiencias personales que me gustaron mucho. 

¿Le cuesta decir que no, entonces?

Yo tengo 48 años de carrera y he dicho muchas más veces que no. Si bien he trabajado muchísimo, tengo difícil el sí. Pero bueno, en este caso se dio.

En una entrevista dijo que se había enamorado del cine a los 14. ¿Ese sentimiento creció a la par de su carrera o se matizó?

Creció. Hasta Relatos Salvajes yo filmaba, pero pasaban seis o siete años entre una película y la otra. Entonces no le encontraba mucho gusto al cine, me faltaba continuidad para terminar de comprender bien mi trabajo en él. Después de Relatos viene una seguidilla de 12 o 13 películas y a partir de ahí le hinqué realmente el diente y empecé a disfrutar del trabajo en cine como antes no lo hacía.

Y ahí también llegó El ciudadano ilustre que, por lo que declaró por ahí, le cambió la vida.

Sí. Con Relatos me volví visible y me empezaron a convocar. Y El ciudadano ilustre fue un punto de inflexión, un proyecto hermoso que tuvo una repercusión enorme, con el que ganamos muchos premios. Yo mismo gané muchos premios, incluido el de Venecia, que es un regalo de la vida muy grande, la frutilla de la torta.

¿Logró asimilar el status quo de actor convocado y multipremiado? 

Asimilarlo, lo asimilé. En los últimos dos años hice tres películas en España y una en EEUU, por lo que me doy cuenta de que algo ha ocurrido. Pero no es un tipo de consagración que te aburguese, porque al mismo tiempo te exige. Nada se te regala. Se espera algo relacionado con la calidad del trabajo y la taquilla, ese tipo de premios te responsabiliza mucho. Porque ustedes esperan que Suárez haga goles y si no defrauda las expectativas. Nosotros esperamos que Messi sea todos los partidos el mejor del mundo. ¿Entendés? No me quiero poner en ese nivel, pero cuando llega el reconocimiento, se espera mucho más.

¿Cómo maneja sus convicciones políticas como figura pública en un país tan dividido como Argentina?

Yo no soy militante político. Pero lo que siempre tuve claro es que tenía que conservar mi independencia y ser leal a ideales y no a personas, dogmas o partidos políticos. Y con eso me he manejado. Igual no soy un declaracionista serial; alguna vez se me ha preguntado mi opinión como ciudadano y la di, basándome en que cualquiera puede hacerlo y no sufrir consecuencias por eso.

¿Y nunca temió, justamente, a las consecuencias?

No. Yo nunca aceptaría un cargo público, y militar en política no me interesa, porque prefiero ser fiel a ideas y principios que a partidos o personas. No me siento en condiciones de dedicarme a eso, no podría. Me lo impide mi personalidad. Valoro mucho mi libertad individual.

En este momento de ebullición de papeles y proyectos, ¿dónde ve el horizonte de su carrera?

Ya no pienso en eso. Lo hacía cuando era joven como vos. Hay un dicho que dice “si quieres hacer reír a Dios, cuéntale tus planes”. Yo más o menos me trazaba una prospectiva para 10 años por delante, me ponía metas, mojones digamos. Pero a los 50 lo dejé de hacer, me dejó de interesar. Y la verdad, no me gusta pensar en tantos años para adelante porque ya tengo 69 y no me divierte tanto. Y en realidad, me gusta pensar que cada nuevo trabajo, cada nueva experiencia, puede ser superadora, e intento que así sea. Me gusta pensar que todavía lo mejor no lo hice. Y más que eso no te puedo decir. 
 

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