"La memoria obstinada de Puerto Vírgenes": la novela con la que regresó Claudio Invernizzi

Los diez años de Daniel Mella sin publicar tras su éxito inicial son un ejemplo en este sentido, pero hay más casos, como esta vuelta de Claudio Invernizzi a la literatura, tres décadas después de editar La Pulseada. En el medio lo que hay es una vida dedicada a la publicidad y el periodismo, pero el autor ha dicho que nunca dejó de escribir ficción.

Los materiales acumulados a lo largo del tiempo dan como resultado La memoria obstinada de Puerto Vírgenes, primer volumen de una trilogía en construcción que parte de un crimen perpetrado en 1950, el del espía británico William Beck en un balneario que es un reflejo o un espejismo de Piriápolis, para luego transformarse en una profunda y sentida descripción de arquetipos reconocibles de los pueblos y ciudades del interior del país: del paisano más bruto al artista más refinado, del judío comunista al nazi semiencubierto, pasando por el comisario retirado, el pintor en decadencia y un largo etcétera de personajes que entran y salen de la novela a medida que dan su testimonio sobre lo que pudo haber pasado hace ya mucho tiempo.

En este sentido hay que decir que la novela salta constantemente en el tiempo, pero se desarrolla en el presente a través de la figura del periodista Sergio Arrantes, que es contratado por la nieta de Beck para ayudarla en la investigación sobre la muerte de su abuelo. También, y en paralelo con lo anterior, se desarrolla otra historia que involucra a Arrantes en un caso de corrupción, lo que le traerá más de un problema. 

Pero más allá de las dos tramas argumentales (que están muy bien desarrolladas), lo que importa es la forma en que Invernizzi trata a todos los personajes de la novela, que funcionan como vehículos para reflexionar sobre temas profundos como las trampas de la memoria y la relatividad de la verdad en todo sentido. “La memoria es una superposición de hechos que se invaden unos a otros y van desanimando la realidad que fue, hasta resultar extraña”, escribe en un pasaje.

Esa memoria está representada en el texto por varios personajes que tienen la particularidad de tener cien años o más, extremo que recuerda al mejor realismo mágico, a Cien años de soledad, a una construcción de generación en generación que debe ser respetada y valorada como un tesoro.

Hay que destacar el equilibrio que logra Invernizzi entre lo recordado y la búsqueda en tiempo real de las piezas del puzzle del asesinato de Beck; y también como se las ingenia para montar un triángulo amoroso fugaz entre Arrantes, su mejor amigo y la nieta de Beck, un personaje fascinante que tiene a todo el mundo a sus pies. 

Pero lo mejor del libro está en otro lugar. Está en el chisme señalado como deporte nacional, en la puerta que Dalton lleva en la caja de su camioneta hace seis meses y que nunca coloca, en la vieja heladera que representa la búsqueda humana de la eternidad, en las tortas pascualinas que se reparten durante toda la novela, en los capítulos magníficos dedicados al padre y en el saber hacer de un escritor que se muestra solvente en todos los terrenos que pisa. 

Hay amor, intriga, costumbrismo, lirismo y está la historia completa de las idas y venidas ideológicas del mundo después de la segunda guerra mundial, lo que le agrega un punto de interés a todo el asunto.

Muy bien escrita y con varios pasajes de trascendencia filosófica, La memoria obstinada de Puerto Vírgenes supone el regreso con nota de un autor a seguir.