Gabriel Pereyra

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Columnista

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¿Qué le importa a la viuda el paro del transporte?

El paro, los hechos lo demuestran, no previene nada. El paro, como otras medidas que priorizan el control por sobre la libertad, afecta a las mayorías por el accionar de una minoría de violentos
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24 de diciembre de 2018 a las 12:41

La reacción de los gremios del transporte ante el asesinato de un taximetrista reúne, de alguna forma, todas las carencias y la falta de herramientas y de tino que como ciudadanos tenemos ante la inseguridad.

De memoria, cualquier uruguayo de 25 años o más puede recordar los debates que hubo en torno a la seguridad en las unidades del transporte y la serie de medidas que se tomaron, desde luces de pánico hasta piquetes policiales pasando por la molesta y peligrosa mampara. ¿Y qué cambió? Sigue habiendo muertos y los seguirá habiendo mientras haya rapiñeros dispuestos a actuar con violencia extrema.

¿Esto significa bajar la guardia y entregarse? No, pero de allí a reaccionar con un paro que solo afecta a los honestos, a los trabajadores, a las potenciales víctimas del delito, hay un abismo.

Un hecho violento se puede definir en tres etapas: la preparatoria, donde debería funcionar la prevención; la ejecución, donde los niveles de violencia dependen de vario factores la mayoría ajenos a nosotros, y las consecuencias de ese episodio.

El paro, como otras medidas que se proponen o que se aplican contra la delincuencia, está pautado por el fogonazo que se llevó la vida y se regodea en ese dolor. Es la reacción, ergo, la acción de los reaccionarios.

El paro, los hechos lo demuestran, no previene nada. El paro, como otras medidas que priorizan el control por sobre la libertad, afecta a las mayorías por el accionar de una minoría de violentos.

Lo peor de todo es que en todas estas consideraciones –prevención, violencia, reacción, sanción a los inocentes, etc.– no figuran las víctimas, que no se agotan en el muerto. Detrás de él hay una familia. El disparo segó una vida, que ya no se puede reparar, y prolongó el dolor más allá, hacia otros seres invisibilizados entre tanto odio, barullo y lógica indignación.

Por suerte, el nuevo Código del Proceso Penal puso a andar una unidad de atención a las víctimas en la Fiscalía, porque si se dejara en manos de los presuntamente más afectados, en este caso los trabajadores del transporte, nadie le tendería una mano a quienes son las verdaderas víctimas.

Si primara esa intención, seguramente a alguien se le ocurriría cambiar el discurso: ante la violencia, más trabajo, y lo que cobren los trabajadores en ese día de duelo que vaya a la familia del muerto. Incluso es un buen reclamo obrero a la patronal para que esta se sume a la medida y que todo lo recaudado vaya a la viuda y sus hijos.

Pero parece que no hay claridad mental para proponer algo que puede resultar obvio. El dinero de ese día se perdió. Lo perdió la empresa, lo perdieron los trabajadores, así como perdieron los honestos el transporte de ese día.

Es un buen ejemplo de cómo con los temas de inseguridad la reacción, el enojo nos lleva por caminos inconducentes, que no previenen nada, que no resucitan a nadie y que no dejan lugar para pensar en quienes aún permanecen entre nosotros con el alma lacerada y, lo que es peor, algunas veces en soledad.

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