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América Latina 2019: una olla a presión

Este año presenta grandes desafíos para el continente
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17 de enero de 2019 a las 05:04

Durante 2019 el continente ingresará a un ciclo de presiones extremas de diversas índoles y fuentes. 

Entre las coyunturas terminales como las de Nicaragua y Venezuela en un extremo y las más estables como Chile y Paraguay, surge un común denominador que tendería a consolidarse en la región. Se llama polarización. 

Este proceso se fortalecerá tanto en la política interna como en la geopolítica. En lo interno las “grietas” se agudizarán allí en donde el populismo de izquierda se bate en retirada pero sin rendirse. En lo regional, asoman dos polos extremos, entre los cuales habría matices de mayor o menor inclinación hacia el populismo o la extrema derecha y con un nuevo pero frágil centro. Esta composición política será potencial fuente de roces y de conflictos entre naciones.

A los problemas nacionales se le agregarán un conjunto de agentes con alto potencial desestabilizador: la inestable situación económico-financiera mundial que afectará al trabajo, a las monedas, a los precios de las materias primas, al consumo y al flujo de comercio. Mientras, la revolución industrial 4.0 avanzará en su imparable marcha disruptiva. El año 2019 será el “momento de la verdad” para las economías del primer mundo,  atravesando las incertidumbres pero ya sin los bastones de las políticas de rescate financiero, cuyo repliegue ya se está sintiendo en formas que aun cuesta interpretar y más aún asimilar. A la América Latina agro-minera le aguardan tiempos complicados,  porque en China –mercado fundamental- aún es prematuro anticipar si lo que ocurre es una fase tibia de su economía o el gradual derrumbe de una estantería de endebles fundamentos. De todas maneras, lo que ocurra incidirá en el volumen y precios de venta de los commodities regionales.

En lo político, tras la elección de Bolsonaro, es indudable que cambiará el equilibrio de poder entre populismos progresistas y sus antagonismos.

El giro ideológico hacia un extremo opuesto al progresista ubicará al nuevo presidente brasilero como “rara avis” en América Latina, porque su discurso electoral se alineó más con el de Trump, el de Orban en Hungría, el italiano Salvini, el Duterte en Filipinas y el propio Putin, entre otros. Veremos cuánto de ese discurso no se licúa en un viraje a la moderación pragmática.

Otro fenómeno que surge es una nueva clase de “centro” político. No sería aquel de partidos social-democráticos, conservadores o socialistas moderados como lo era hasta hace un tiempo. Ese centro político tradicional, fundacional-republicano, cuyas espaldas cargaron la restauración democrática hace más de treinta años atrás, es hoy una especie en extinción.

Este nuevo centro lo integran Duque en Colombia, Piñera en Chile, Abdo en Paraguay (e inclusive Moreno en Ecuador), de pragmatismo político y económico, en condiciones de formar paradójicamente, el nuevo centro moderado entre los extremos. Así, Nicaragua, Cuba, Venezuela y Bolivia formarían el polo izquierdista mientras que México, otro gigante de peso geopolítico, daría un giro a la izquierda cuyo alcance por ahora es una incógnita. El rol antagónico al populismo de izquierda lo ocuparía Brasil, creando este nuevo escenario polarizado.

Como una falla sísmica, es muy probable que este nuevo estado de situación genere un pulso de tensiones regionales que hasta ahora no se manifestaron, porque antes existía la hegemonía populista y ahora ocurre una transición que tal vez termine de cerrarse con la elecciones argentinas del 2019, asumiendo que éstas se llevarán a cabo en un marco estable.

Quizás habría que remontarse a las décadas de 1970 y 1980, con el ciclo de guerrillas, de guerras civiles, golpes de Estado en ascenso y dictaduras instaladas, seguido por las restauraciones institucionales,  para encontrar un momento “bisgara” entre dos periodos  marcados por grandes contrastes y profundas transformaciones políticas.

Hoy estaríamos atravesando un nuevo umbral desde sistemas políticos tradicionales que fueron en su gran mayoría, producto y bastiones de las recuperaciones democráticas y que ahora tienden a debilitarse, abriendo paso a radicalismos que debilitan los consensos políticos y sociales, y en su lugar instalan disensos muy difíciles de canalizar dentro del marco institucional interno y en las relaciones entre gobiernos de oposiciones casi extremas.

Si México adoptara un populismo de izquierda entre un Trump hostil y las volatilidades de América Central –Nicaragua en guerra civil o dictadura definitiva, Honduras y El Salvador como laboratorios de estados fallidos- y López Obrador se uniera al eje de Managua-La Habana-Caracas-La Paz, ese centro de derechas se convertirá en el exigido fiel de una balanza. De su suerte dependerá entonces y en buena parte, el futuro de la democracia en la región.

Habrá que ver entonces como se acercará Brasil a este bloque de centro, o en su lugar sueña con un eje Washington-Brasilia de tutelaje continental, algo más improbable que el de ocupar su natural asiento de líder geopolítico y económico regional. Está en el ADN de su historia. Mientras, las presiones irán en aumento. 

 

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