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Barreras invisibles

Según el mismo informe, 647 millones de mujeres en edad de trabajar (21,7% del total) proveen tareas del hogar de manera gratuita y a tiempo completo. El porcentaje trepa a 60% en los países árabes
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09 de marzo de 2019 a las 05:01

Desde el fondo de los tiempos, en casi todas las culturas, las mujeres estuvieron supeditadas a los hombres. Ha sido una situación de hecho basada en la supremacía física, que algunas civilizaciones disimularon y otras no tanto. 

La Revolución Industrial y el liberalismo han cambiado en dos siglos lo que el mundo no había cambiado en milenios: primero en Europa y América del Norte, y luego en el resto. Las mujeres comenzaron a acceder en forma masiva al mercado laboral rentado, fuera de casa, y pronto exigieron derechos civiles y políticos. En ese tránsito han obtenido más de lo que una parte de los hombres querría, aunque menos de lo que muchas de ellas desearían. 

El Día Internacional de la Mujer, que se conmemoró ayer, fue resuelto por la ONU en fecha relativamente tardía, como homenaje y para convocar a una mayor participación e igualdad. Entonces proliferan los actos y las protestas. 

Un grupo numeroso de mujeres detuvo sus tareas ayer en Uruguay (una práctica surgida en Polonia en 2016) y marchó por el Centro de Montevideo, convocado por organizaciones feministas más o menos radicales. 

Las disparidades profesionales entre hombres y mujeres en el mundo, como la tasa de empleo o nivel salarial y jerárquico, no registraron una verdadera disminución en los últimos 25 años, informó la ONU el jueves. 

Según el mismo informe, 647 millones de mujeres en edad de trabajar (21,7% del total) proveen tareas del hogar de manera gratuita y a tiempo completo. El porcentaje trepa a 60% en los países árabes.

En la muy evolucionada Unión Europea hay más de 16% de diferencia salarial promedio entre hombres y mujeres. 

Uruguay está a mitad de camino, aún lejos de las sociedades más integradas e igualitarias, que se ubican en Europa occidental y central, América del Norte, Oceanía y en ciertas zonas de Asia. 

A principios de la década de 1960 menos del 20% de las mujeres uruguayas en edad de trabajar cumplían tareas remuneradas fuera de su casa, contra más del 70% de los hombres. Esa tasa creció mucho desde entonces, en particular a partir de la década de 1970, y hoy se acerca al 60%. Las mujeres pasaron a predominar en ciertas actividades, como la enseñanza, la justicia, la salud, el comercio o tareas administrativas. Pero ese fenómeno no se refleja en las cúpulas en la misma proporción.

Las mujeres son más afectadas por el desempleo, especialmente las jóvenes con menor educación formal. También ganan menos que los hombres en promedio, y ocupan muy pocos puestos de jerarquía.

Uruguay tiene una tasa relativamente alta de violencia moral y física, homicidios incluidos, por cuestión de género. Pese al endurecimiento reciente de la legislación para penalizar ese tipo de agresiones, la violencia perdura. Las tendencias mundiales y las novedades legislativas no cambian las cosas de un día para otro.

El escenario de las mujeres políticas en América Latina muestra fuertes contrastes, aunque también una rápida evolución. Varias han llegado a la cúspide política: la Presidencia de la República. No ha pasado aún en Uruguay, pero tarde o temprano ocurrirá.

En Uruguay las mujeres comenzaron a votar relativamente temprano: en 1938 (el plebiscito de Cerro Chato de 1927 no tuvo valor formal ni consecuencias políticas). Ingresaron al Parlamento en 1943 y en 1946 adquirieron el pleno goce de sus derechos civiles, incluida la administración de sus bienes.

Luego la irrupción de las mujeres en altos cargos políticos se ralentizó, salvo algunas excepciones. Durante el ciclo electoral de 2014 y 2015 se aplicó por primera vez, con carácter experimental, la cuota de sexo para todos los órganos electivos. Ya en 2009 se había aplicado en las elecciones internas o primarias de los partidos políticos, que determinan la integración de los órganos deliberantes nacionales y departamentales.

En este y otros asuntos las cosas cambian de manera apreciable, pero subsisten barreras invisibles que son poderosas. Los derechos reales, en última instancia, se mueven lentamente, pues dependen de una vidriosa evolución cultural.

 

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