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Buenas y malas noticias sobre el cambio climático

Conforme las energías renovables se vuelven competitivas en costos, los responsables políticos son el mayor freno a la transición energética
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30 de noviembre de 2023 a las 11:40

Por Martin Wolf

Como era de esperar, la humanidad está teniendo éxito en lo que mejor sabe hacer (la innovación tecnológica) y fracasando en lo que peor sabe hacer (llegar a acuerdos políticos difíciles).

La cuestión es si los éxitos de lo primero compensarán los fracasos de lo segundo. La respuesta es que las probabilidades han mejorado, pero siguen siendo escasas.

A estas alturas, hay menos dudas sobre si la tecnología triunfará con el tiempo. Hace dos décadas no era así. Pero la combinación de la innovación tecnológica con el aprendizaje práctico ha permitido reducir enormemente el costo de las energías renovables. La energía solar y la eólica son cada vez más competitivas frente a los combustibles convencionales. Ahora es concebible un sistema energético basado en la electricidad limpia.

Dadas, además, las demás ventajas de las energías renovables — menos contaminación local y mayor distribución geográfica de los recursos generadores de energía — al final prevalecerán. Pero "al final" es probable que sea demasiado tarde. La transición energética debe acelerarse. El tiempo es importante.

Estos puntos se desprenden convincentemente de la última Perspectiva energética mundial de la Agencia Internacional de la Energía (AIE).

Por el lado optimista, sostiene por primera vez que, según su "escenario de políticas declaradas" (STEPS, por sus siglas en inglés), basado en las políticas reales de los gobiernos, "se prevé que cada una de las tres categorías de combustibles fósiles [petróleo, gas natural y carbón] alcanzará su punto máximo en 2030". Es la primera vez que se produce este resultado en este escenario.

Sin embargo, por el lado pesimista, ni siquiera estos grandes y continuos cambios para abandonar la abrumadora dependencia actual de los combustibles fósiles bastarán para alcanzar el objetivo de las cero emisiones netas para el año 2050. Por el contrario, se prevé que el consumo de petróleo y gas natural se estabilice después de 2030, en lugar de caer bruscamente, como es necesario. Ello exigiría un despliegue mucho más rápido de las tecnologías de energías limpias y, por tanto, mayores inversiones de las que se prevén ahora.

Este pesimismo puede entenderse de dos maneras.

La primera es que la temperatura promedio mundial de la superficie ya es al menos 1.1ºC superior a los niveles preindustriales, mientras que las emisiones de gases de efecto invernadero ni siquiera han alcanzado su punto máximo. Si seguimos por el camino actual, no hay prácticamente ninguna posibilidad de limitar el aumento de la temperatura global por debajo de 1.5°C, como recomiendan los científicos.

La segunda es que avanzar más rápidamente en una dirección mejor, tal y como define la AIE en su escenario de "cero emisiones netas (NZE, por sus siglas en inglés) para 2050", requerirá una mayor inversión en fuentes limpias y, por lo tanto, tanto mayores incentivos como más financiación.

Este último punto será especialmente importante para los países emergentes y en desarrollo (excepto China), donde la financiación escasea, en parte porque los inversionistas consideran que estos destinos son muy arriesgados.

Afortunadamente, la mayor inversión necesaria en energía limpia depende más de redirigir la inversión lejos de los combustibles fósiles que de un aumento general significativo.

Se espera que la inversión en combustibles fósiles sea aproximadamente el 60 por ciento de la inversión en fuentes limpias en 2023. Esta proporción caería al 10 por ciento en 2030, según el escenario de NZE para el año 2050.

Dado este gran cambio en la composición de la inversión, la inversión en energía total sólo necesitaría aumentar del 3 al 4 por ciento de la producción mundial entre 2023 y 2030.

La cuestión, entonces, es cómo implementar lo que parece ser una transición más factible y menos costosa.

El desafío político que esto plantea es la creación de un marco de políticas de apoyo. Esto debe incluir incentivos, reglamentos y financiación. En el último de estos, por ejemplo, el gran desafío es conseguir que la financiación fluya hacia los países emergentes y en vías de desarrollo. Parte de la solución consiste en utilizar los balances de los bancos multilaterales de desarrollo de manera más imaginativa.

Sin embargo, detrás de esos desafíos de política relativamente técnicos yacen obstáculos políticos. Son, sobre todo, de distribución.

Los países de altos ingresos, que en el pasado se beneficiaron de un crecimiento que causó muchas emisiones, necesitan ayudar a los más pobres a transitar por una senda diferente. No es de extrañar que no esperen ningún beneficio político interno de tales transferencias de recursos a gran escala hacia el extranjero.

Igualmente, los productores de combustibles fósiles, como los Emiratos Árabes Unidos, país anfitrión de la COP28, obtendrán muy pocos beneficios de la aceleración de la transición hacia algo de lo que no dependen. Tampoco las empresas dedicadas a la industria de los combustibles fósiles desean avanzar en este cambio.

Una vez más, las personas relativamente pobres, incluso en los países ricos, no desean — o se sienten incapaces — de soportar los costos de un coche eléctrico nuevo, una bomba de calor o un mejor aislamiento, si van a cambiar a un estilo de vida de bajas emisiones. Necesitarán mucha ayuda. Pero eso también creará dificultades políticas.

¿Acelerará la COP28 el cambio hacia la energía limpia? La respuesta depende en gran medida de cómo se aborden estas dificultades de distribución, tanto globales como nacionales. La transición energética se ha vuelto más factible y más barata de lo que solía pensarse. Eso ofrece una oportunidad. Sin embargo, aún hay que asumir los costos. Las negociaciones sólo tendrán éxito si los países y la gente con mayores recursos están dispuestos a asumirlos.

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