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Campaña naif en tiempos de depresión

El empleo en el centro del debate, mientras ciertos sindicatos actúan como aliados objetivos de la oposición
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08 de junio de 2019 a las 05:03

El Grupo Vía Central, un consorcio privado de capitales españoles, uruguayos y franceses, anunció el miércoles el inicio de la reconstrucción del viejo Ferrocarril Central, un sistema montado por empresas inglesas en la década de 1880 por el medio del territorio uruguayo.

La inversión pública en infraestructura (incluida la participación público-privada: PPP), que ha sido baja durante muchos años, tiene una importancia crítica para estimular la inversión privada. Así, por ejemplo, el tendido de 273 kilómetros de vía ferroviaria debería ser seguido por la construcción de una gran fábrica de celulosa de UPM frente a Paso de los Toros.

Las obras del ferrocarril y de la nueva fábrica crearán varios miles de puestos de trabajo durante cinco o seis años. Es una gran noticia para un país cuyo mercado laboral sufre una creciente depresión. De todas formas, será sólo un fragmento en un puzle mayor, pues reducir el desempleo en un solo punto porcentual requiere 17.500 nuevos puestos de trabajo. 

Algunos candidatos opositores rivalizan en mágicas promesas de empleos. A su vez, voceros oficialistas insisten en el espejismo de que los gobiernos del Frente Amplio crearon 300.000 puestos de trabajo, aunque luego se hayan perdido unos cuantos.

En realidad, los gobiernos son casi impotentes para crear puestos de trabajo, salvo en el sector público. En cambio sí pueden destruirlos fácilmente, si alteran una serie de delicados equilibrios. En el largo plazo, los puestos de trabajo dependen de factores como la demanda externa, las iniciativas personales y empresariales, la calidad de las leyes y de las relaciones laborales, el nivel de inversión, los costos internos, la productividad y la calificación de la mano de obra —y de gobiernos que no pisen lo sembrado.

La recuperación del trabajo desde 2002, cuando la desocupación promedio anual llegó al 17%, 2005, con 12,2% promedio, y 2011 con 6,3%, que de hecho significó pleno empleo, la realizaron sobre todo los cuentapropistas y empresas pequeñas y medianas, que son los grandes empleadores en este país (comercios barriales, productores e industriales de poca monta, servicios de todo tipo), gracias a la demanda internacional por materias primas, alimentos y turismo, que tiró del carro con fuerza inusitada. Pero con el regreso a la medianía en torno a 2014, y la afloración de serias deficiencias internas, el desempleo trepó al 9% y va en aumento.

Hay demasiadas empresas en problemas. En general prefieren menos empleados, por el riesgo de conflictos graves y la baja productividad, y optan por incorporar más tecnologías. También padecen costos fijos elevados, como tarifas públicas e impuestos, y han perdido competitividad en la región. Los trabajadores menos calificados, como los que emplean la producción primaria, algunas industrias o la construcción, están en serios problemas. 

Después de una era de gloria, los sindicatos están perdiendo la guerra. Su discurso y sus actos a veces son anacrónicos e infantiles, y no pueden torcer los porfiados hechos. Sucesos como los de Ancap, Montevideo Gas o Friopan, como antes otros en tantas empresas, aumentan la mala imagen de los sindicatos más politizados, aliados objetivos de la oposición. 

El reciente arreglo en la industria química Isusa es una alegoría de los tiempos: retiros voluntarios, seguro de paro rotativo, reducción salarial y pago diferido de un aguinaldo. El sindicato acepta perder algo para no perderlo todo. Otro camino es el que tomó esta semana la curtiembre Zenda, que exporta para la industria automotriz, que despedirá 370 personas, pues se produce más barato en Brasil y otras partes.

No sólo crece el desempleo; también aumenta la cantidad de personas que, desesperanzadas, abandonan la búsqueda. Casi la mitad de los que pierden su trabajo dejan de buscar uno nuevo, lo que descomprime la tasa oficial de desempleo, que por ello no ha llegado ya al 11%. Pero también gestan otros tipos de tensiones socio-económicas. 

La decadencia también alcanza a la producción. El PBI creció con gran fuerza entre 2003 y 2014, casi al 5% anual. Pero entre 2015 y 2018 el promedio cayó a 1,6%, por debajo de la tasa histórica. (En los últimos 50 años, que no fueron muy buenos, la economía uruguaya creció a un promedio anual de 2,45%). Y 2019 es aún más depresivo.


El deterioro de la economía reduce la recaudación de impuestos, agranda el déficit en las cuentas del Estado y se toma más deuda pública para cubrir el agujero. Es un círculo vicioso. Los pagos de capital e intereses crecen cada año, la deuda se vuelve incómoda, pues se acerca al 70% del PBI, y condiciona cada vez más. Las tarifas públicas se mantienen artificialmente elevadas, para recaudar, y deprimen la producción. Antes de llenar el tanque del tractor, hay que ver bien si hacer chacra vale la pena.

 

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