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Cianobacterias, preconceptos que sobran y números que faltan

Se puso a los agronegocios en el banquillo de los acusados
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23 de febrero de 2019 a las 05:01

En otra de sus habituales excelentes ideas, el equipo del programa Facil desviarse de FM Del Sol puso al “campo” en el banquillo de los acusados respecto a las cianobacterias, con un fiscal y un defensor y a los oyentes como jueces finales, combinando una visión amplia de argumentos con humor para dar todas las campanas del tema. El campo, es decir los productores, están –una vez más– en el banquillo de los acusados, algo que no está mal. Evidentemente la fertilización fosfatada es parte del problema ambiental más serio de los últimos tiempos, tal vez de nuestra historia.

No se trata esta columna de defender a los productores, sino de cuestionar la estigmatización que sistemáticamente se les aplica de un tiempo a esta parte, algo grave cuando sucede respecto a cualquier grupo o minoría.
Imaginemos que en un hipotético país desde el poder se decide dividir para reinar. Se elige a un grupo al que se acusa sistemáticamente de diversos males, se intenta poner a la población en contra, y desde luego, el estigmatizador decide luego ponerse a favor del “pueblo” y en contra de este “grupo malvado”.

El paso siguiente sería elegir a qué grupo poner en la picota. En otras épocas podrían ser los negros, o los judíos o los gays. Pero la evolución social lleva a que hoy, estigmatizar a alguien por su color de piel, su origen histórico o sus gustos íntimos sea ridículo.

Debería elegir otro grupo al azar. Un grupo que no sea numeroso –así se minimiza el costo de la estrategia–.  La elección más allá de lo numérico será más o menos arbitraria, pongamos por caso, los empresarios farmacéuticos.

El gobierno podrá decir que por alguna razón los propietarios de farmacias son capitalistas abusadores, rapaces, avaros, que con tal de obtener una ganancia, son capaces de cualquier cosa.

Podría aprovechar un incidente entre un encargado de farmacia y un empleado para decir que los dueños de farmacias suelen golpear a sus empleados y son cuasi feudales. Podría asfixiarlos económicamente y cuando les reclaman, devolverles un “mejoren la productividad”; podría decir que históricamente han vendido drogas con tal de obtener ganancias, que su modelo de negocio es una mera correa de transmisión de malvadas multinacionales y que mejor sería que vendieran medicamentos exclusivamente “orgánicos”, o podría decir hagan como los farmacéuticos de otros países que son menos conservadores y por lo tanto más exitosos, que trabajan más y se quejan menos. Todo eso rotando los voceros para no desgastarlos. Y modificando el léxico: ya no son farmacéuticos, ni es el sector farmacia, es el “farmanegocio”, así se dará la idea de que es gente que pone el dinero por encima de cualquier valor humano, incluida la salud.

Ante tamaña sucesión de discursos, acompañados convenientemente por medios oficialistas, la parte de la población que cree en la lucha de clases rápidamente se plegaría y recordaría que algunos propietarios de farmacias tiene automóviles, que además contaminan, mientras hay gente que no dispone de locomoción propia. Y que además transportan medicamentos en costosas camionetas, que poca gente tiene. “Se quejan de llenos y abusadores que son”.

Yendo un paso más lejos, se podría acusar a los farmacéuticos de directamente envenenar a la gente sin piedad y plegar a una proporción mayor de la población contra ellos. Y la ganancia para el hipotético gobernante sería obvia. “Demasiado que no los expropiamos de tan buenos que somos”, “o estás con esos pocos malvados, o estás con nosotros y el pueblo”. 

Es muy positivo que se haya instalado de pleno y ojalá para siempre el debate sobre el ambiente en Uruguay, su mal estado y las estrategias de restauración, porque es tanto una gigantesca amenaza para la salud su mal estado actual como una gigantesca oportunidad para el desarrollo su restauración. Pero ojo, cuando escuche que alguien apunta con su dedo índice al “agronegocio” no está hablando de ciencia, está hablando de estigmatizar a un pequeño grupo, una fobia más, en este caso a los agricultores, como en otros casos lo ha sido a los ganaderos.

¿Qué es el agronegocio? ¿Es cultivar para el pecado/delito de obtener una ganancia económica? ¿Quiénes lo critican, cual es la alternativa que ponen en práctica? Porque recomendando agricultura orgánica todos somos buenos pero, ¿cuál es el cultivo de gran escala y sustentable económicamente que podemos ir a visitar? ¿Cuándo van a la panadería, lo hacen insultando al “agronegocio” que da origen a los crocantes bizcochos? ¿Cuándo ponen manteca al pan, lo hacen con repugnancia al agronegocio que generó el lácteo? ¿Cuándo cortan una jugosa colita de cuadril, maldicen al que con esmero les generó la mejor carne del mundo? 

¿O es una crítica exclusiva a la producción de soja? Parece que siempre tiene que haber una planta del mal. Antes era la cannabis sativa, ahora es la glicine max, que así se llama la noble leguminosa que fija nitrógeno y genera unos porotos con alto nivel de proteína. Tal vez la crítica se centra en el uso del herbicida glifosato, pero entonces, hablar de agronegocio es tan altamente impreciso que no tiene sentido, porque el glifosato tiene una conexión muy débil con las cianobacterias.

Si se logran revertir los problemas de contaminación, cambio climático, invasión masiva de plásticos en los cursos de agua, erosión, pérdida de biodiversidad, caída en la población de polinizadores, será porque se aplica más ciencia, no usando palabras despectivas hacia quienes trabajan la tierra, o hacen cualquier otra actividad noble, honesta y sacrificada como la que hacen los agricultores y ganaderos de estas tierras. El agua limpia es un deseo y una necesidad para el 100% de los habitantes y por lo tanto dividir con términos despectivos es algo que no contribuye a solucionar el problema.

Si se quiere mejorar ambientalmente y en particular si se quiere revertir la proliferación de cianobacterias se precisan en primer lugar datos, números, cifras, gráficas. ¿Cómo ingresan las aguas a nuestro territorio? ¿Qué se vierte en las aguas de Paraguay, Argentina, Brasil, tal vez también en las zonas agrícolas de Bolivia? ¿Qué dice un análisis de agua a la entrada del río Uruguay y a la entrada del río Negro?

¿Cuántas aguas cloacales tiramos y en qué lugares? Como mide eso antes y después? ¿Cuánto tiran y en donde las industrias? ¿Qué composición tiene el agua que sale de las canillas? ¿Qué reglamentaciones hay para proteger los cursos de agua y sus alrededores? No para minimizar incidencia a lo que pueda generar la agricultura, la ganadería de carne, o la ganadería de leche. Simplemente para cuantificar objetivamente el problema en sus múltiples causas y llegar a las soluciones más racionales posibles, a las que solo se llega midiendo para entender. Hasta ahora se han visto pocos números en torno a este tema. Es hora de que aparezcan. 

Seguramente, hablando desde el respeto a los productores agricultores y ganaderos deberán construirse nuevas reglas de trabajo, que permitan fertilizar enterrando el fertilizante, tal vez con un costo mayor pero también con un desperdicio menor. Desde la información objetiva y la búsqueda de la empatía se podrá avanzar en la batería de soluciones posibles: zonas de protección para los cursos de agua, evitar la fertilización con fosfatos en cobertura, más controles a las industrias, repensar el manejo de las aguas servidas, coordinación de medidas conjuntas con los países vecinos, un análisis cuantificado del impacto de la actual pastera y de las que eventualmente puedan venir y un largo etcétera de temas que seguramente habrá que revisar para construir la restauración ambiental que urge. 

 

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