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Cinco destinos para hacer trekking en Asia

Los escenarios divergentes y la belleza sin igual son las razones para este recorrido por el lago Inle (Birmania), la selva de Luang Namtha (Laos), el volcán Rinjani (Indonesia), los arrozales de Sapa (Vietnam) y el circuito de los Annapurna (Nepal)
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04 de enero de 2019 a las 05:00

[Por Pablo Trochon]

En la actualidad, el turismo vivencial aumenta significativamente. Entre sus diversas opciones, los trekkings se posicionan como una de las preferidas por los viajeros que buscan una experiencia más o menos extrema, que represente un mayor diálogo con el entorno y una aventura en sí misma. Aquí les dejamos un recorrido por algunos de los senderos más interesantes de Asia.

De campesinos y pescadores

El trekking al lago Inle —segundo destino más frecuentado del país, después de Bagan— implica una caminata de 42 kilómetros a realizarse en dos o tres jornadas, partiendo de Kalaw, en el centro de Birmania (conocido también como Myanmar). Este país es uno de los más interesantes de Asia por la particularidad de haber abierto sus fronteras al turismo hace pocos años —de hecho, el acceso terrestre está reducido a dos o tres puntos—, lo cual lo convierte en un lugar apenas explorado y aún con una población muy auténtica y no bastardeada por una industria que modifica sociedades enteras, como ocurre en Tailandia. Este fenómeno, por contrapartida, conlleva una oferta de servicios limitada y no muy económica.

Sin dudas su gran valor es su gente: acuclillada, con sus turbantes, sus longyi (especie de pollera tubo que usa la gran mayoría de hombres y mujeres), la cara pintada de amarillo por acción del tanaka (típico maquillaje y protector solar natural birmano), los peines clavados en el pelo, mascando el preparado de hojas de betel con nuez de areca que les deja los dientes teñidos de rojo y que por su amargor les hace segregar gran cantidad de saliva que acaba alfombrando las calles, los caminos, los templos.

En las afueras de Kalaw, pequeño asentamiento entre colinas verdes y clima apacible, ya se ven personas de diferentes etnias con vestimentas distintivas y reconocibles por sus pañuelos de colores. Allí comienza el trekking y sigue por un sendero rural de tierra rojiza con algunas formaciones montañosas a la distancia, a través de diversas plantaciones  —algunas en terrazas onduladas que dibujan bellos trazos coloridos en el paisaje— de chiles, trigo y verduras, donde trabajan muchísimos campesinos en rudimentarias condiciones.

Se pasa la noche en un monasterio budista, una experiencia singular que permite compartir un poco de la forma de vida de estas personas entrañables e incluso terminar jugando un picadito. La cena austera se sirve a la luz de las velas y a la hora 21 hay que acostarse porque se cierran las puertas del templo, donde se duerme en grupos de colchonetas bien cobijadas, separados por sábanas colgadas en el salón principal. A las siete de la mañana, el cántico de los niños monjes rezando inaugura el día.

Los 20 kilómetros de caminata que abarcan la segunda etapa finalizan en un poblado asentado en uno de los brazos del lago Inle y, desde allí, la aventura transcurre en un barco de cola larga con motor fuera de borda. El canal es muy angosto y a la vera se encuentran decenas de cabañas de la etnia intha (los hijos del lago) montadas sobre pilares en el agua, muchos barquitos yendo y viniendo con diversas cargas, jardines, y plantaciones flotantes de tomates. En un momento, el inmenso ojo del lago de 500 m2 se abre y, junto al aire más fresco, llega el espectáculo de los pescadores que curiosamente reman parados, con la pierna enroscada en el remo y haciendo equilibrio mientras arrojan las redes; unas normales, otras con forma de canasto.

En la villa de Nyaung Shwe culmina el viaje, pero hay muchas actividades para entretenerse, como recorrer los poblados flotantes, el templo Phaung Daw U —que data del siglo XVII y tiene unas figuras de Buda del siglo XII—, un monasterio plagado de gatos o alquilar una bicicleta para visitar la bonita villa Khaung Dal. Se recomienda rechazar las visitas a los talleres de seda, de joyas y de cigarros porque tienen un interés meramente comercial, y a las mujeres jirafa, que se encuentran en condiciones casi de esclavitud como atracción turística.

De selvas y nativos voladores

Dejando las cascadas en terrazas turquesa de Kuang Si y el ritual de ofrendar comida a los monjes púberes de Luang Prabang, y moviéndose 140 kilómetros más hacia el norte de Laos tras nueves horas de ómnibus, se arriba a Luang Namtha.

El trekking se inicia en una villa de la etnia nam ha, donde es posible acercarse, sin transacción comercial mediante, a algunas personas aplicadas a sus oficios. Allí son características las chozas de paredes de bambú con mesas hechas de ratán, decenas de ristras de ajo secándose al sol, provisiones de leña, mujeres hilando. Luego, a través de un paisaje de montaña y selva alucinante, los guías hacen probar diferentes hierbas y hongos, mientras explican su uso y los van recolectando para las comidas. La jungla húmeda, incontinente, no deja casi tronco libre ante el avance de diversas vegetaciones, por ello el sol penetra en forma intermitente, de acuerdo al viento en lo alto en las frondosas copas.

Existe una parada para un almuerzo bien rústico, pues los viajeros comerán con las manos de unos montones de arroz, verduras, cerdo, bambú y ratán dispuestos sobre hojas en el piso. A continuación, una hora y media más de trekking por entre el follaje para arribar a una plataforma de cañas con un techo muy rústico, ubicada junto a un riachuelo, que oficiará de dormitorio abierto.

Para la noche, el menú de arroz con verduras y fideos de arroz se sirve en gruesas cañas de bambú que ofician de cuencos y cucharas, y chop stick improvisados con hojas de banano. Mientras la fogata y el lao-lao (whisky de arroz) amenizan el frío, se dan las anécdotas fabuladas de los khmu (una etnia minoritaria), que tienen el poder de volar y de matar solo con decir las palabras indicadas, y por lo cual son temidos por las otras 67 tribus de Laos.

La segunda etapa arranca bien temprano. Hay que desayunar, levantar campamento dejando todo en condiciones y emprender una caminata de cinco horas bastante dura. En el medio, en una cascadita que invita a unos chapuzones, se almuerza arroz, verduras y huevo revuelto. Sobre las cuatro de la tarde se arriba al punto más disfrutable del paseo: un precioso pueblito de la etnia akha, plantado en una cumbre, amontonado a los costados de una calzada de tierra con precipicio en ambos francos. Tras el descanso merecido, llega la ducha obligada en un baño colectivo que consiste en dos chorros helados de vertiente, en los que los nativos se bañan juntos sin prejuicio.

Dar una vuelta por entre los coloridos techos de las chozas, cuando ya el sol está menos inclemente, jugar a la pelota o a los vaqueros junto a las decenas de niños que acompañan a los visitantes, saludando, entre tímidos y curiosos, es algo para no perderse. Por la única calle transitan libremente búfalos, chanchos y gallinas. Al costado hay unas chocitas muy pequeñas que construyen los hombres solteros para proponer matrimonio y acostarse con su elegida antes del casamiento.

Se abandona la aldea a media mañana, tras acompañar a varios niños a la escuela, que prácticamente no tiene paredes, sino más bien un “enrejado” de tablas. Serán dos horas en bajada, por hermosos paisajes de montaña selvática e higueras de agua huecas, que pueden escalarse desde el interior. Finalmente, el retorno a la ciudad.

De fuego y frío

En Indonesia, en la isla de Lombok, el paseo estrella es el ascenso al volcán Rinjani —junto al imperdible viaje de cinco días en barco hasta la Isla de Flores—, uno de los tantos que ostenta el país y el segundo en altura con 3.726 msnm. Las razones son que está activo —por lo que se recomienda averiguar bien cuándo visitarlo— y que hay un lago en su cráter de varios kilómetros de diámetro.

Se camina en ascenso sobre una pradera de pastizales con rocas, con una sola parada para almorzar. El último tramo, entre las nubes, es mucho más empinado y duro por las rocas y cenizas volcánicas que lo hacen muy resbaladizo. Sobre las tres de la tarde se arriba al sitio donde los porteadores, que son los protagonistas de esta historia, montarán un impresionante campamento en la alta montaña con todo lo que han cargado en sus espaldas.

Tras un atardecer precioso mientras las temperaturas descienden y el pico rojizo del Rinjani observa incólume, se cena arroz con omelet, verduras, pollo y galletas de pescado, con ananá y naranjas de postre. Por la noche las temperaturas son insoportables por lo que debe recurrirse a todo el abrigo posible y acostarse temprano.

A las dos de la mañana, en la total oscuridad y con linternas de vincha, se afronta el ascenso por un estrecho y peligroso camino, con precipicio a los lados y completamente lleno de cenizas, lo cual demanda un gran esfuerzo corporal para no deslizarse. Ya en la cumbre, el frío gélido se disipa sobre las 6:30 cuando comienza el show del amanecer, develando unas vistas espectaculares con hermosos tornasoles sobre el lago y el cráter que emana gases constantemente.

Alrededor de 7:30 comienza un descenso durísimo también por el riesgo de patinar, que repercute directamente en las rodillas. El gran esfuerzo hecho amerita un segundo desayuno sobre las diez de la mañana a base de té, galletas y pasteles de banana y volver a dormir un rato.

Once de la mañana se levanta campamento y se baja por la otra ladera para llegar al lago, dos horas y media después, y disfrutar de unas termas naturales. A continuación se sube por un camino un poco más amable a un monte menor donde se arma el segundo campamento y se disfruta de un atardecer de Photoshop. La jornada final comienza a las seis de la mañana del día siguiente y consta de unas cinco horas de descenso de bosque tropical con una parada de almuerzo.

De arrozales y familia

Desde la capital Hanói, el paisaje hacia Sapa (1.600 msnm), una región arrocera del norte de Vietnam casi fronteriza con China, es imperdible. Apenas llegar al poblado, ya se acercan las mujeres de la etnia hmong, con su vestimenta tribal, a ofrecer el servicio de guía para tres días por los cultivos.

El trekking comienza luego del almuerzo con un ascenso de tres horas y media, después de atravesar varias villas de montaña y cabras, entre la niebla helada. Se pasa la noche en casa de locales; alegres, expertos en arrolladitos primavera y que siempre están ofreciendo copas de vino de arroz para la sobremesa, muchas risas e historias.

Más allá de la interrupción a las cuatro de la mañana del canto de los gallos, se duerme muy cómodo hasta media mañana, porque allí no hay apuro para salir a caminar. Tras un desayuno a base de café con panqueques, miel y bananas, viene un primer tramo que incluye la visita a la catarata Thac Bac. El hermoso camino cruza algún puente colgante, y transcurre a paso relajado por senderos espectaculares con las montañas adornadas por las ondas de las terrazas inundadas, donde frecuentemente se ven chapoteando búfalos y familias de patos.

La segunda noche, después de seis horas de caminata, se pasa también con una familia tradicional, con la que se puede conversar en una cocina con fogón. Durante la última jornada pueden visitarse diversas villas, durante tres horas y media, caminando entre las terrazas nutridas por las tormentas de la noche. El cielo despejado puede ayudar a apreciar mejor el paisaje montañoso y crea nuevos efectos con el reflejo en los cultivos de arroz.

De la experiencia más grandiosa

No solo por recorrer el circuito de los Annapurna, sino por visitar Katmandú, la bellísima y bulliciosa capital de uno de los países más impactantes del Sudeste, como los vecinos poblados de Bhaktapur y Lumbini —donde nació Buda— y la selva del Parque Nacional Bardiya —donde uno puede acercarse a elefantes, rinocerontes y tigres en su hábitat natural—, Nepal es una tentación. Además, dado que es la tercera nación con menos desarrollo del mundo y que aún no se recupera del terremoto de 2015 —entre otras cosas, por un gobierno corrupto que ha malversado varios de los fondos donados—, es muy importante la visita de los viajeros por los ingresos que dejan.

Esta destacada ruta del Himalaya nepalí, por debajo de la archifamosa que conduce a la base del monte Everest, puede realizarse sin ninguna dificultad, siempre regulando las caminatas, los kilómetros y la cantidad de días de acuerdo a las posibilidades de cada uno. A raíz de la cantidad de personas que la recorren (que no interfiere en la posibilidad de caminar solo si se desea), los senderos señalizados, la cantidad de aldeas y pueblitos del camino y el GPS que funciona perfectamente, es ideal para prescindir de guías.

El circuito de los Annapurna (porque son varios picos) consta de uno principal tupido de caminos alternativos, pueblitos entrañables y monasterios perdidos donde desviarse. Un trekking de 246 kilómetros, a realizarse en 13 días, permite disfrutar sin exagerar con la altitud, puesto que recomiendan no subir más de 1.000 metros por día. En caso de que aparezcan los males de altura, hay que tomar la pastilla correspondiente, descender algunos metros y descansar hasta aclimatarse.

La ruta propuesta comienza en Besishahar, a casi 800 msnm y llega hasta el paso Thorong-La a 5.416 msnm, para luego descender hasta Marpha, desde donde se viaja a Pokhara en ómnibus para descansar algunos días y disfrutar de su oferta gastronómica. Cada jornada del recorrido comienza alrededor de las siete de la mañana y culmina sobre las dos o tres de la tarde, en las que se realizan entre 7 y 26 kilómetros diarios, dependiendo de la dificultad del trayecto.

Los paisajes varían entre el verde que bordea los ríos de color esmeralda, los valles, los bosques de pinos, la media montaña con bellas aldeas, los caseríos habitados por diversas etnias y monasterios, hasta la gélida alta montaña con sus cañadones e imponentes vistas nevadas. El alojamiento es gratuito durante toda la travesía, si se cena y desayuna en la casa de huéspedes. El plato típico, si lo que se quiere es comer barato y en buena cantidad, es el dal bhat: a base de arroz, papas, salsa picante, espinacas y un cuenco de sopa. Ideal para recuperar las energías que se queman en cada jornada, esta delicia cuesta apenas 90 pesos uruguayos, y habilita a servirse dos veces. Conforme se está más alto y, por ende, menos viajeros hay, los precios suben también: el presupuesto va entre los 6 dólares y los 10 dólares diarios.

Debe armarse una buena mochila que contemple todas las situaciones y que evite acarrear mucho peso, puesto que el calor acompaña hasta Jagat (1.300 msnm) y entonces la temperatura va descendiendo hasta los -20 °C, aunque de vez en cuando alguna terma puede colaborar.

En el camino se destacan Chame (2.670 msnm), pueblito rústico y entrañable de apacible vida local; Humde (3.280 msnm), un yermo caserío en un valle asolado por los vientos; Manang (3.500 msnm), poblado de piedra con un marco de lujo, Kagbeni (2.800 msnm), el asentamiento más antiguo de la zona; y Marpha (2.670 msnm). Este sitio es una escala imperdible de casas blancas y bordó, y callejuelas entreveradas, empinadas y angostas, donde realizar una buena recorrida para descubrir los animales en sus corrales de piedra, a la gente en los techos poniendo vegetales a secar, y más arriba los picos iluminados.

Además de las impresionantes postales de los picos montañosos Annapurna I, II y IV, el Gangapurna y el Lamjung Himal con sus respectivos glaciares, se recomienda tomar el camino secundario que lleva al lago Tilicho (4.919 msnm), el más alto del mundo. Demanda un arduo esfuerzo pero sus vistas son increíbles: la nieve refulge y se quiebra en bloques por las altas cumbres, produciendo avalanchas y crujidos como truenos.

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