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Sobre clavar el visto, no responder mails y otras ansiedades: ¿qué son los buenos modales en el mundo de hoy?

Sobre clavar el visto, no responder mails y otras ansiedades: ¿qué son los buenos modales en el mundo de hoy?
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01 de abril de 2023 a las 05:03

Una persona que no responde cuando le hablan es una persona con pocos modales. En eso podemos estar de acuerdo. Pero la cosa cambia cuando, del lado del inquisidor, se pretende que la respuesta sea perpetua, automática, continua, siempre posible. Es allí cuando el silencio pasa a convertirse en una suerte de acto de resistencia. Hoy, en un mundo donde las relaciones humanas pasan mucho más allá de la interacción cara a cara, los códigos cambiaron. Es cierto: si alguien nos habla de frente y pide nuestra respuesta, deberíamos dársela por más escueta que sea para preservar las buenas costumbres. Ahora, ¿qué lugar tiene eso en Whatsapp? ¿Hasta qué punto tenemos el derecho de estar o no disponibles 24/7, hasta qué punto somos responsables de mantener a raya las ansiedades ajenas? ¿Cómo, en el mundo de la conexión perpetua, podemos reivindicar el derecho a no responder? 

El horizonte de cambios que introdujeron las redes sociales y las nuevas formas de interacción humana transformaron también nuestros modos. Es lo que sucede siempre: pasó con el telégrafo, con el teléfono —fenómeno retratado de forma excepcional por Martín Kohan en el ensayo ¿Hola? Un réquiem para el teléfono, con el MSN y pasa actualmente con la intromisión casi absoluta del Whatsapp en la vida. Hoy, su uso implica ciertas prácticas que, a la luz de las viejas costumbres, pueden parecer violentas pero quizás deberían empezar a reivindicarse. Por ejemplo: ¿clavar el visto está mal? Depende. Tal vez uno debería entender que, si lo que está diciendo al otro le importa, en algún momento contestará. ¿Y qué pasa con los grupos de familia? ¿Me puedo ir sin problemas? ¿Qué pasa con la incidencia del mundo laboral en horas de descanso a partir de los mensajes que llegan a cualquier hora? ¿Depende del vínculo, del cargo, del sueldo? Las respuestas son múltiples y algo de eso, por ejemplo, se planteó hace algunos días en un artículo publicado en El País de Madrid que se tituló ¿Cuánto debes tardar en responder un ‘whatsapp’?:

“Hubo una época en que responder en tiempo real era un superpoder. Los usuarios de las primeras blackberries lo recordarán: se les podía encontrar a cualquier hora, y eso era un privilegio, incluso era caro. Fue en los inicios de los dos mil. Veinte años después, todo el mundo lleva encima un smartphone y el superpoder ha mutado en penosa obligación. Con la adopción masiva de los dispositivos móviles, la horquilla de tiempo de espera que nos parece razonable es cada vez más estrecha: no estamos dispuestos a esperar y sí a pedir constantemente disculpas por nuestros retrasos mínimos. ¿Es aceptable tardar una hora en responder un whatsapp? ¿A partir de cuántos minutos de espera habría que empezar a dar explicaciones? ¿A cuántas horas de quedar en ‘visto uno debería considerarse carne de ghosting?”.

El problema, o la dualidad de criterios, o la falta de criterios y parámetros para saber cómo comportarnos a la hora de comunicarnos hoy es, entonces, global. Incluso excede el terreno digital: si bien esta nota prefiere enfocarse únicamente en las nuevas “reglas” de interacción a partir de las redes sociales, otros ya se han encargado de documentar cómo el “protocolo” se ha transformado y ha ganado nuevos pliegues y dimensiones en los últimos años.

Hace algunos meses, por ejemplo, la revista The New York Magazine elaboró una lista de casi 200 prácticas y reglas que podrían funcionar para mejorar la vida y la interacción humana en el mundo pospandémico. La nota se tituló ¿Sabés cómo comportarte? ¿Estás seguro? Cómo enviar mensajes de texto, dejar propinas, ghostear, ser anfitrión y, en general, existir en la sociedad educada de hoy. Si bien muchas de las recomendaciones pecaban de tener sentido únicamente para aquellas personas que viven la american way of life in situ, otras eran más universales y las podemos pedir prestadas. Algunas de las que pueden servir para el caso que atendemos son:

  • Preguntá antes de enviar una foto extremadamente gráfica.
  • Los chismes se cuentan en persona y, en todo caso, en audio. Nunca se escriben.
  • La presencia de los mensajes de texto en nuestra memoria es de, máximo, 72 horas. Luego de eso, no tenés que hacerte cargo ante el otro interlocutor si te olvidás de contestar.
  • Avisá a tus amigos si no podés contestarles en ese momento si te están escribiendo algo importante y los ignorás.

A la par de estas prácticas recomendadas por la publicación, hay otros ejemplos concretos que pueden echar luz y esclarecer de qué hablamos cuando hablamos de “buenas costumbres”. Y, pido disculpas, en este momento es casi inevitable que entre la primera persona: en mi caso, por ejemplo, me reconozco en la persona que de vez en cuando apela al ghosting, y no referido a los vínculos sexoafectivos, que suele ser el contexto más frecuente para la aparición de ese concepto, sino a los laborales, personales o simplemente vínculos de contacto. La respuesta inmediata me cuesta. Transito la línea entre la mala educación y la defensa de mi derecho a contestar después. Supongo que a veces me paso de la raya, supongo que a veces debería estar más conectado con la inmediatez. De todas formas, nadie avisó que en el siglo XXI, además de tener que aportar hasta quién sabe cuándo al capitalismo tardío, iba a ser obligatorio responder a cada una de las 450 interacciones diarias que se dan en los teléfonos celulares. La disponibilidad sofoca.

Justamente, algo de eso dice Brianna Holt en una nota de The Guardian titulada Por qué recibir tantos mensajes nos está haciendo querer tirar los celulares contra la pared: “Si bien las redes sociales y las aplicaciones de mensajería existen para mantenernos más conectados entre nosotros, muchos usuarios se están sintiendo agotados por recibir notificaciones constantes, equilibrar numerosos intercambios a la vez y mantener conversaciones que pueden durar todo el día, y a veces una semana. ¿El efecto posterior? Respuestas retrasadas, olvidarse por completo de responder a alguien y la necesidad de pausas telefónicas frecuentes. De hecho, un estudio de 2020 que exploró los efectos de la sobrecarga de información y la dinámica de las conversaciones en línea encontró que ‘la sobreexposición a la información puede suprimir la probabilidad de respuesta al sobrecargar a los usuarios, al contrario de las analogías con la propagación viral de inspiración biológica’”.

Me alegra saber que no soy el único. Al margen de lo que dice el fragmento anterior, también sé de usuarios de Whatsapp conocidos y no tan conocidos han preferido desactivar la posibilidad de que se vea si tu mensaje fue leído o no. Eso ya es común y silvestre. Y no es un mal camino. Es otra forma de administrar la espera con amabilidad. No hay tick azul, no hay desesperación. Suena bien. Quizás lo haga. Por otro lado, otras personas consultadas para esta nota, al recibir una serie de preguntas que se detallan más adelante, pusieron en tela de juicio que hoy, en pleno 2023, alguien se moleste o se ponga nervioso por un mensaje visto y sin responder. ¿Es para tanto, a más de diez años de la adopción de Whatsapp como modelo conversacional predefinido, que eso pase? Para algunos sí, para otros no. 

Pero contestar o no los mensajes no es lo único que podemos incluir en el espectro de las buenas costumbres o prácticas, o buenos modales, relacionadas a estas herramientas. Una persona cercana, por ejemplo, reveló hace poco que decidió dejar de enviar contenido permanente a las conversaciones. O sea: aboga por el envío de fotos temporales que no se almacenen en la memoria del dispositivo de su interlocutor. “Viste que estoy respetando mucho el espacio de teléfono ajeno”, dijo en tono altruista y sincero, y tiene razón. Los kilos de memes e imágenes basura que uno borra por día o semana se la dan.

Otras formas de “cuidar” a quien tenemos del otro lado están directamente relacionadas con la longitud de audios que enviamos. Podríamos decir que hay dos tipos de personas: las que escriben y las que hablan. Y puede que exista, también, otro tipo de persona más: las que mandan audios pero en general no los escuchan. Con ellos hay poco que hacer. Pero veamos qué dicen los números.

Whatsapp: flagelo amigo

Para este artículo se hizo un sondeo en el que participaron 43 personas uruguayas entre 18 y 55 años de edad, y dónde las preguntas abarcaron desde los usos y abusos más recurrentes en Whatsapp, así como también algunos aspectos de las interacciones diarias en plataformas como Instagram o el mail. 

Sobre cuánto tiempo podemos demorar en contestar un mensaje que llega a través del canal más común de mensajería instantánea, las opiniones estuvieron divididas. Para el 30%, si el mensaje es laboral se debe contestar máximo a los 15 minutos. El 25% cree que se puede pendular la respuesta entre una hora y tres, el 18% estima que media hora de espera sería suficiente, y solo el 16% contesta inmediatamente.

Si el mensaje es personal —y siempre y cuando no se trate de una urgencia—, los tiempos evidentemente son más laxos. El 30% estima que puede demorar entre una hora y tres en contestar e incluso un 20% asegura que se puede dejar la respuesta para el otro día sin problemas. El 16% contesta inmediatamente, y en el otro extremo están los radicales: un 7% que puede dejar el mensaje sin contestar hasta que la otra persona insista. Bien por ellos.

Son varios, por otro lado, los que apuntan a que los mensajes laborales se pueden responder inmediatamente fuera del horario estipulado sin demasiado prurito: representan el 56% de las opiniones. El 37% responde si es una emergencia y el 7% no responderá jamás porque entiende que el tiempo de vida es sagrado incluso ante la amenaza del desempleo.

Hablando de cosas sagradas, la intromisión indiscriminada de la vida laboral que el Whatsapp provoca en la vida personal es, para la mayoría, una de las peores evoluciones de los usos de esta plataforma, sobre todo cuando se han creado plataformas como Slack para evitar, justamente, eso. Así, un 32% desearía que tuviera menos incidencia en su día a día, al tiempo que la mitad de los consultados se divide entre dos posturas antagónicas: los que se sienten cómodos de la forma en la que funciona hoy, y los que consideran que su uso laboral lo rompió.

Eso sí: 6 de cada diez consultados están muy de acuerdo en que, para aquellas personas que envían un mensaje para avisar, a la vez, que mandaron un mail, la pena debería ser contundente. Ejemplar. ¿Y qué pasa con quienes clavan el visto? Bueno, no es nada grave: más de la mitad considera que se contesta cuando se puede, incluso si el mensaje ya se vio. El 46% trata de evitarlo. Y es tan simple como eso.

Pero la ansiedad también aparece con los audios y su longitud. Pasa y todos lo sabemos: hay terroristas de la mensajería instantánea que no temen enviar series enteras de audios de más de 5 minutos, contactos a los que no le tiembla la voz en divagaciones que se acercan a la duración de un podcast de Joe Rogan, personas —¡personas!— que, si tienen que interactuar con alguien a quien jamás le hablaron antes, le mandan un audio. Largo. Sin presentación. Sin introducción. Entendiendo que el otro tiene el oído pronto.

Qué mal. 

Y lo mismo piensan los consultados. Datos sueltos: el 67% escucha el audio cuando puede, el 40% piensa que lo mejor es enviárselos solo a conocidos, el 86% solo tolera escuchar audios de 2 a 3 minutos máximo. En ese espectro debería estar la guía o, al menos, una línea que seguir.

Mails, desconocidos que llaman, jefes en Instagram

Un mail se puede traspapelar. Dos, también. Si al tercer mail la respuesta todavía no aparece, hay una intención: no contestar. Extendida, la práctica puede caer más o menos antipática, pero existe: la gente no contesta mails. O algunas personas no lo hacen. 

Para la mitad de los entrevistados por El Observador, sin embargo, los mails se deben contestar siempre; es parte de las obligaciones y responsabilidades que vienen con la madurez digital. El resto piensa que se contestan solo los importantes (33%) o, incluso, que se contestan los que se pueden y si se puede (16%).

El mail tiene una ventaja: el remitente es claro y está escrito con fuerza. Las llamadas, sin embargo, pueden venir desde números desconocidos, entre los que se puede ocultar desde una oferta laboral hasta una promoción de agencias oficiales de compañías telefónicas que eluden el reglamento del No llame y provocan ganas de tirar el dispositivo por la ventana. ¿Qué indican los parámetros de la buena educación para este tipo de casos? Bueno, no hay tales parámetros, ya lo sabemos, pero en la misma encuesta varios de los consultados dicen que una llamada se atiende siempre, claro que sí, incluso cuando no tenemos idea quién puede estar detrás: esto lo piensa el 51%. La otra mitad se divide a partes iguales entre los que atienden si están esperando que su celular suene, y los que se rigen bajo la regla de “a la gente con la que me interesa hablar la tengo agendada”.

Por otro lado, la mensajería no lo es todo en el mundo de la interacción social humana, y aunque Instagram es un campo gigantesco en donde podríamos cosechar toneladas de directrices e indicaciones para hacer más fácil nuestra convivencia, pondremos el ojo en una instancia particular que parteaguas: ese momento indefinible en el que el jefe o la jefa te agrega como amigo. Para más inri, digamos que a la cuenta la tenemos cerrada, por ende: nos toca mover a nosotros. Aceptar, dejar entrar, habilitar. ¿Qué se hace?

Parece ser más sencillo de lo que parece. Seis de cada diez encuestados aseguran que lo aceptan y, además, también comienzan a seguir a esa persona. El resto, los otros cuatro, se dividen: dos aceptan pero no lo siguen. Los otros dos hacen de cuenta de que nada pasó y siguen con su vida. Y es válido.

De hecho, si este artículo se propone dejar en limpio algo, además de divagaciones, pocas conclusiones y algún que otro número, es eso: que en esta dimensión del contacto humano todo es, en algún sentido, válido mientras el otro no se ofenda demasiado. Mientras no haya daño. El visto está bien, contestar el mail un poco tarde también, atender llamados laborales fuera de hora cuando se puede y, si nos hace bien, no escuchar los audios también. Es probable que la clave esté en bajar las ansiedades. Y si lo logramos, vamos a vivir mejor. Y, se supone, también vamos a vivir más.

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