Era 1997. La inseguridad en Montevideo era muy distinta a la actual, con menos violencia y menos delitos, pero en la calle Juan Carlos Blanco, barrio del Prado, dos delincuentes coparon una casa, y la policía Gilma Vianna vivía uno de los momentos más tensos de su carrera. Uno de los hombres aceptó entregarse, pero exigió como garantía que hubiera un civil, y ella ni lo pensó: le pidió una campera a una vecina, se soltó el pelo, y camufló así su condición de policía que porta desde que entró a la escuela para ser oficial en 1993. "Le decía que tenía miedo, que por favor se entregara, que no me lastimara a mí ni a la dueña de la casa, a la que usaba de escudo", recuerda ahora, 24 años después, en diálogo con El Observador.
Vianna –47 años, oriunda de Artigas– fue una de las cuatro mujeres de una generación de 60 cadetes. Hoy es una de las pocas que llegó al grado de comisario mayor y, desde el 21 de abril, es la primera mujer en asumir como jefa de una Zona Operacional de la capital. "A nivel personal, es un orgullo ocupar este cargo, que para mí es muy importante", dijo, protocolar, este jueves en una entrevista con la Unidad de Comunicación del Ministerio del Interior.
Un día después, "nerviosa" e insegura por su admitida inexperiencia en hablar con periodistas, pero más suelta de cuerpo para contar su historia, Vianna repasa sus casi tres décadas de carrera en la cartera de seguridad. Comenzaron –luego de egresar en 1995– en la seccional 7ª y 6ª, incluyeron un periplo de más de cuatro años como oficial instructora en la Dirección Nacional de Educación Policial, tuvo un pasaje por la seccional 1º, y estuvo un año en lo que entonces se llamaba Grupo Especial de Prevención, cuando tenía a cargo a 352 policías "hombres y mujeres", acota desde su oficina, a la que llega, como tarde, a las 7.30 de la mañana.
De esa etapa, recuerda las tardes que pasó en las tribunas Ámsterdam y Colombes del estadio Centenario, cuando la policía entraba a las canchas de fútbol, cuidando que las barrabravas de Peñarol y Nacional mantuvieran el orden. Y los hinchas no siempre se tomaban a bien la presencia policial en las butacas. "Siempre trataba de estar tranquila, calmar la situación, porque estaba a cargo de todo el personal, y pensaba que la decisión que fuera a tomar siempre era lo más importante; y si había alguien que se desacataba, trataba de dialogar con esa persona y sacarla de forma pacífica, para no aumentar el problema", rememora.
Del ruido de las gradas y de las manifestaciones en la calle, en 2009 pasó al silencio de los corredores del Palacio Legislativo, ya que fue designada como segunda jefa de seguridad en el Parlamento. Tiempo después, en 2015, asumió el mismo cargo, pero de la seguridad presidencial, y entonces se acostumbró a viajar por el país junto a Tabaré Vázquez, para acompañarlo en los Consejos de Ministros abiertos. "Era mucha responsabilidad, mucho trabajo", dice Vianna, que recuerda el trato "respetuoso" del exmandatario fallecido a fines del año pasado. "Respetaba mucho nuestro trabajo, no cuestionaba nuestras decisiones de seguridad. Siempre nos preguntaba por nuestra familia".
Con el cambio de gobierno y la asunción del ministro Jorge Larrañaga, Vianna volvió a vestirse de azul, y a patrullar las calles. Entonces notó algunos cambios respecto a sus comienzos, como "las bocas de droga" y, especialmente, percibió en los jóvenes un "cambio en la forma de dirigirse a la policía". "Antes creo que había un poco más de respeto a la autoridad, al uniforme, y ahora hay un poco más de rebeldía y hostilidad, aunque también creo que de a poco eso empezó a revertirse, porque nosotros también estamos poniendo un ímpetu en cambiar la imagen con la sociedad", dice.
En su memoria, si tiene que elegir una anécdota de su carrera y sin mayor tiempo para pensarlo, se queda con aquella vez en que, el frente de una unidad que allanaba una boca de droga en Ciudad Vieja, quedó colgada de una reja como último recurso para eludir a un rottweiler que salió desde el fondo y como una flecha.
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