Leticia Gorriarán.

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De la escuela rural a líder de América: la médica que busca empoderar a mujeres vulnerables

Leticia Gorriarán es la primera uruguaya distinguida dentro del grupo internacional de mujeres que busca impulsar la fuerza femenina en la región
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08 de mayo de 2019 a las 14:43

Desde que era una niña Leticia Gorriarán entendió que crecer sería un desafío complicado. Pero esa idea no le desagradó. Todo lo contrario. La vida la puso a prueba infinitas veces y, entre algunos sin sabores y varios obstáculos, consiguió siempre salir ganando. Su actitud conmovió a sus allegados y tal vez haya sido por eso que sus anécdotas saltaron de boca en boca a gran velocidad. El eco se hizo primero desde campo de Lavalleja –donde nació–  a Montevideo, para después pasar a los países vecinos, hasta cruzar el Atlántico y aterrizar en la península ibérica.

Fue allí donde su historia llamó la atención de la Fundación Ciencias de España, una institución orientada a generar conocimiento entre las mujeres del mundo, que quiso distinguirla como un referente continental y le dio un premio que, hasta ahora, ningún otro uruguayo había recibido. Gorriarán obtuvo el título de Mujeres Líderes de América, que implica, además de lo simbólico, asumir un objetivo humanitario: empoderar a mujeres que estén en estado de vulnerabilidad. Acompañarlas, confiar en ellas e intentar mejorar su entorno, en este caso, desde la medicina, profesión que Gorriarán ejerce hace más de 15 años. 

"El reconocimiento es hacia lo que he trabajado en el campo de la salud. He integrando múltiples comisiones departamentales y regionales de impacto social, como Género, Lucha contra la violencia, Infancia, Adulto mayor, Salud Mental, Salud Rural, entre otras. Y la invitación es a volcar a lo aprendido en acciones dirigidas a cuidar la salud de la mujer en todo América", explicó Gorriarán. 

Mujeres Líderes de América nació en España a comienzos del la década del 2000 con la idea de inspirar las capacidades y habilidades de otras mujeres en las áreas social, corporativa y política, con la finalidad de que la igualdad de oportunidades sea real y efectiva. En este sentido, identifica personalidades que destacan por alguna característica en la región y les pide que colaboren con mujeres en estado de vulnerabilidad de derechos para mejorar su situación social y calidad de vida. Se organizan, entonces, programas presenciales y virtuales de alto nivel en distintos países del continente. 

La infancia  

Las mañanas de Gorriarán empezaban cuando el sol todavía no asomaba en el horizonte del campo. Con el cielo aún oscuro y una pala en la mano, trabajaba la tierra para ayudar a sus padres y ser el ejemplo de sus dos hermanos menores. Un liderazgo nato y un sentido del sacrificio al que hoy, ya siendo una mujer adulta de 46 años, define como una exquisita consciencia de compromiso.   

“Yo lo hacía con mucho gusto. Mis padres vivían de cultivar la tierra. Mis abuelos araban con bueyes. Esa era mi realidad. Sacábamos agua a fuerza de sangre desde un pozo de nueve metros y, a pesar de no tener luz eléctrica, recuerdo con cariño hacer los deberes en cuanto volvía de la escuela, porque si no, solo quedaba un farol a mantilla que alumbraba el salón”, relató Gorriarán a El Observador para reconstruir las imágenes de su infancia, en donde también, recuerda, arreaba terneros y los ordeñaba a mano junto a su madre.

Leticia Gorriarán.

Asistir a la escuela rural también le robó varios resoplidos. Desde muy pequeña iba y volvía andando sola más de dos kilómetros al día.  Atravesaba cañadas, cercos y si el camino se estaba inundado, saltaba alambrados a ciegas para poder asistir a clase. Y pase lo que pase, llegaba en hora. “Fue caminando por ese recorrido con lluvia, viento o con un calor insoportable que supe que iba a ser médico. Es la vocación. La llevo dentro. Rodeado de naturaleza uno piensa mucho y mi reflexión siempre era observar el entorno y darme cuenta de qué hacía falta para mejorar la vida al otro”, acotó.

A los 12 años se fue a vivir sola a una pensión en Minas. Quiso continuar con los estudios en el liceo y eso le exigió trasladarse la capital de su departamento. “Para mí era lo natural. No había opción. Fue doloroso irme de casa pero era lo que tenía que hacer y uno lo naturalizaba”, contó y así se convirtió en la primera bachiller de su familia tras un excelente desempeño académico.

Pero todavía faltaba dar un gran paso para cumplir aquel sueño que ilusionaba. Convencida de lo que buscaba, no dudó en emprender viaje a Montevideo. Se alquiló una habitación en una pensión del centro de la capital y comenzó a cursar la carrera de Medicina en la Universidad de la República.

Trabajó durante toda la facultad e, incluso, con 23 años se convirtió en la jefa de ventas de un laboratorio en donde lideraba un grupo conformado por un seis de hombres mayores de 50. “No me quedaba otra que actuar. Era una prueba constante. Mostrar lo mejor de mí, mis capacidades. Tener ese coraje. Así fue aprendiendo lo que era el liderazgo”, recuerda la médica.

Con el título en mano y especializada en farmacología se postuló y por sus méritos ingresó al Ministerio de Salud Pública, donde transitó por diferentes departamentos durante 10 años.

La adultez

Siendo una mujer madura, con poco más de 40 años, quedó embarazada de mellizos. Había llegado el momento de concretar una maternidad que anhelaba desde la infancia. Y en lo que ella intuía que sería la experiencia más feliz de su vida, el destino movió los cimientos para comprobar qué tanta fortaleza mantenía ahora aquella niña de campo. Distintas causas llevaron a que su marido se trasladara al extranjero cuando los bebés recién habían nacido y, para su sorpresa, nunca regresó.

“A uno le parece que es el fin del mundo y en realidad es el inicio de uno completamente nuevo e inmensamente maravilloso”, reflexiona mientras comparte una lectura positiva de todo lo que sucedió. Siempre supo que no podía ser vencida. Ese era el trabajo más exigente en el que debía rendir. Hoy le llena de orgullo la admiración que revelan los ojos de sus hijos cada vez que la miran, con apenas cinco años. Lo entienden todo, confiesa. 

Leticia Gorriarán junto a sus dos hijos mellizos.

“Si antes creía que ser líder era dirigir a un grupo de hombres más grandes que yo, gracias a esta experiencia pude entender que el real valor viene por otro lado. Llegar a tu casa sola con dos hijos prematuros de un kilo y medio es realmente ponerle coraje a la vida. Es lo único y es todo. Ese es el verdadero desafío donde uno debe demostrar quién es. Es difícil, pero al mismo tiempo, es lo que te impulsa para sacar lo mejor de vos. La fuerza es inmensa y siempre aparece. Mis mellizos son el regalo más maravilloso que pude haber recibido”, repite conmovida una y otra vez.

Más obstáculos

A Gorriarán la asaltaron a punta de pistola a las cuatro de la tarde en el barrio de Pocitos, en Montevideo, cuando iba caminando de la mano de sus dos hijos por la calle Francisco Soca. Eso le sucedió a los pocos días de que le hubieran robado la casa donde vivía. Ambos hechos fueron razón suficiente, dijo, para entender que era el momento de irse de la capital.

“Sola y con dos niños no podía estar sujeta a tanta inseguridad”, acotó. Fue así que regresó a Lavalleja tras postularse y quedar seleccionada a un puesto de jerarquía en el área de salud de esa intendencia. Pero al año de vivir allí, otra señal apareció para motivar una mudanza.

“Se me incendió la casa con los niños adentro. Se prendió fuego y perdí absolutamente todo lo que tenía. No me quedé con nada. Cero”, recuerda. Sospecha que una estufa entró en contacto con un entretecho que tenía materiales inflamables. Al ver las llamas Gorriarán tomó a sus hijos y corrió hacia auto. No llevaba ni zapatos puestos. Arrancó el vehículo y lo estacionó atrás de una loma para que los niños no vieran lo que estaba pasando.

“Los llevé atrás del monte y dejé la radio prendida con el volumen alto para que tampoco escucharan. Yo tenía que volver a la casa a sacar las garrafas de gas para que no estallen. No podía pensar. Fue horrible. Iba descalza, corriendo, nerviosa, pisando vidrios. Para mí fue una señal muy clara, el tiempo en Lavalleja había pasado. Tenía que irme”.

El destino, esta vez, la dirigió a Maldonado. Desde esa intendencia le ofrecieron hace tres años ser la directora de salud. Además, en la actualidad, también ejerce como médica general en el Hospital Mautone.

“Hoy miro para atrás y veo que como mujer pude conseguir muchas cosas y superar otras tantas. Por momentos parecía que todo era imposible y que el mundo se me venía arriba, pero adentro nuestro existe una fuerza adentro que nos permite salir adelante. Tenemos un potencial que es asombroso. Siempre está ahí, solo hace falta dar con él”, anima la médica.

 

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