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De regreso a Stanford, 14 años después

En un mismo lugar, en tiempos diferentes, dos personas –Steve Jobs y Tim Cook– dieron un discurso donde alentaron a los jóvenes a no conformarse pero también a ser responsables de sus acciones
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23 de junio de 2019 a las 05:00

En junio de 2005, Steve Jobs dio un emotivo discurso de graduación a los estudiantes de la Universidad de Stanford. Duró 15 minutos, pero 15 minutos electrizantes y quienes estaban allí presentes quedaron pasmados y, por suerte, dicho discurso se filmó y luego se hizo viral.

Millones de reproducciones en redes sociales lo hicieron asequible a lo largo y ancho del globo, y tanto estudiantes, como personas ya graduadas o personas sin graduar, pudieron emocionarse e inspirarse con ese discurso. 

Allí Jobs contó cosas no sabidas de su vida, contó cosas de su paso por la universidad (que no pudo terminar), pero sobre todo contó algo (no mucho) de su cáncer (que el consideraba curado, aunque luego se demostró que no era así pues falleció en 2011 a causa de su recrudecimiento), contó su forma de encarar la vida cada día al mirarse al espejo por la mañana pensando que debía actuar como si ese fuese el ultimo día de su vida y como se acostaba por la noche con la sensación de que había hecho algo útil. Estimuló a los estudiantes que se graduaban a no conformarse con lo que tenían a mano, a no vivir la vida de otros sino la propia, a perseguir sus propios sueños, a buscar metas más altas, a no desanimarse ante los fracasos y dificultades, a pensar que se puede cambiar el mundo para mejor, a tener el coraje para seguir lo que nos dice el corazón y la intuición, y de “permanecer hambrientos” y “permanecer descabellados”.

No era solo un empresario exitoso el que hablaba, ni un gurú tecnológico ni un genio del marketing. Era un hombre con una infancia complicada, con una adolescencia nada fácil, que había triunfado en los negocios con poco más de 20 años, que había caído en desgracia al cumplir 30, que lo habían expulsado de su propia compañía, que había vuelto a ella para salvarla y transformarla en la compañía más valiosa del mundo, que se había enfermado y se había curado. 

En junio de 2019, 14 años después de ese épico discurso, Tim Cook, su sucesor al frente de Apple, también tuvo a su cargo el discurso de graduación de los estudiantes de Stanford. No fue tan épico como el de Jobs –la vida de Cook fue mucho más normal que la de su predecesor– ni tuvo la difusión viral de aquel discurso de 2005, pero sí dejó algunas buenas enseñanzas.

Tim Cook aprovechó su discurso para señalar la necesidad de asumir la responsabilidad de nuestras acciones, algo que según él está faltando en la industria tecnológica que crece exponencialmente en Silicon Valley. Y el auge de la tecnología trae consigo una pérdida de privacidad: lo que uno compra, lo que uno habla, lo que uno escribe es recogido por alguien y analizado, con fines comerciales en el mejor de los casos.

Ello lleva a la destrucción de la privacidad del individuo, que ha sido capturada por varias compañías para hacer negocio y que está causando estragos en las personas. Según Cook, en un mundo sin privacidad las personas tienden a autocensurarse paulatinamente. Arriesgan menos, esperan menos, se animan menos, crean menos, imaginan menos, se esfuerzan menos, piensan menos. Y todo ello tiene un efecto desastroso sobre el mundo en el que vivimos o viviremos y en el cual proyectos de enorme creatividad como Silicon Valley no serían viables. El hombre vigilado digitalmente es menos libre y por tanto menos creativo, más temeroso, más adverso al riesgo.

Y Tim Cook no desaprovechó la oportunidad para recordar el emotivo discurso de Steve Jobs en 2005, en ese mismo lugar. Y no vaciló en reiterar el mensaje de Jobs: vivan su propia vida, no la de otro. Incluso Cook recordó cuanto tiempo el mismo se negó a aceptar el hecho de que Jobs se estaba muriendo y que sobre él recaería la carga de llevar adelante a Apple. 
Sabía que no estaba listo para esa tarea aunque se había preparado. Y cuando asumió lo inevitable, no procuró vivir y hacer lo que hacía Jobs, sino lo que el mismo era capaz. Recordó que en el entierro de Jobs, aunque estaba rodeado de gente, se sentía muy solo: sabía que todos lo miraban y sabía que tenía que dar la mejor versión de sí mismo que pudiera. Porque las expectativas que había sobre el eran muy altas. 

Y Tim Cook terminó su discurso de forma muy parecida al de Jobs. Así como Jobs instaba a los estudiantes a “permanecer hambrientos”, Cook los animaba asumir sus responsabilidades aún sin estar  listos. Y les decía: “Encuentren esperanza en lo inesperado. Encuentren coraje en el desafío. Encuentren su visión en el camino solitario”. Y, sobre todo, no deseen la alabanza y el crédito sin asumir la correspondiente responsabilidad, que es algo que mucha gente hace con demasiada frecuencia. 
Sin decirlo, Cook parecía tener en la cabeza el famoso binomio libertad-responsabilidad, que el psiquíatra austríaco Víctor Frankl describió magníficamente cuando al ver la Estatua de la Libertad en New York, dijo que habría que construir una “estatua a la responsabilidad en la Costa Oeste”. Dos discursos. Dos buenas lecciones de vida. Un mismo lugar. 

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