Desde la vida intrauterina hasta los meses que siguen al nacimiento, la alimentación del ser humano parte de un hecho esencialmente natural. Pero, a medida que el bebé crece, su propio entorno –que va desde la familia hasta el contexto sociocultural– hace lo suyo y determina buena parte de la dieta que ese niño en desarrollo puede llegar a tener. Todo indicaría que los alimentos naturales son el camino directo hacia un crecimiento saludable y el acto de cocinar el acceso a las distintas sensaciones en el paladar. Pero en la actualidad esto puede llegar a ser una utopía para muchos padres. En una sociedad cada vez más embutida por la seducción de productos ultraprocesados exprés, el acto de comer está a kilómetros de lo originario y natural. Los niños, entonces, quedan expuestos ante una industria cada vez más feroz que –con la mirada poco consciente de los adultos– rompe la conexión con los alimentos de la tierra, el agua y su propio cuerpo.
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