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Eficacias y significados del muro de Donald Trump

Una propuesta novedosa y excéntrica, pero que no es original
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26 de enero de 2019 a las 05:01

El gobierno de Estados Unidos lleva más de un mes cerrado. Las pensiones, la atención médica y los servicios de seguridad nacional siguen operando, pero las demás oficinas echaron el cierre y sus empleados fueron enviados a casa. ¿La razón? La oposición de los demócratas a dar apoyo presupuestal a la construcción de un muro en la frontera con México, una de las principales promesas de campaña del presidente Trump. 

La propuesta es novedosa y excéntrica, pero no es original. Los seres humanos somos territoriales, queremos límites y fronteras seguras. Construimos muros para proteger nuestras casas y barrios. Poblaciones enteras también los construyen desde, al menos, la Edad Antigua. Algunas tuvieron un éxito considerable, otras menos. Analicemos primero la cuestión desde esta perspectiva.

¿Para qué construyen muros los Estados? Por un lado, para impedir el ingreso de invasores. Es el caso de la Gran Muralla china, que buscaba proteger la frontera norte del Imperio de los ataques de los nómadas. Es el caso de Israel, que construye muros a lo largo de Cisjordania y de la franja de Gaza para delimitar y defender aquello que considera suyo. Los muros también son utilizados para impedir que salgan personas. Es el caso del muro de Berlín, construido por el Estado socialista de Alemania Oriental para aislar Berlín Oeste durante la Guerra Fría.

También el de la zona desmilitarizada de la península coreana, que protege el límite territorial entre las dos Coreas mientras dificulta la deserción de los coreanos del norte. 
Por tanto, poblaciones y Estados han recurrido a levantar muros para resolver problemas estratégicos durante siglos y en ocasiones han sido notablemente efectivos. Pero los ejemplos anteriores también ilustran sus deficiencias. La vida útil de los muros es limitada y deben ser supervisados constantemente. Se les puede hacer brechas y construir túneles por debajo.

Tratándose en este caso de un muro de más de dos mil kilómetros, su conservación supone una tarea colosal, incluso haciendo uso de tecnología avanzada. Tampoco son infalibles. Su principal función no es la de soportar una embestida, sino la de ser un elemento dilatorio y disuasorio, que retrase el asalto o disuada de intentarlo. 

Las vallas españolas de Ceuta y Melilla son un buen ejemplo de ello. Situadas en las fronteras con Marruecos, su objetivo es dificultar e impedir la entrada de inmigrantes ilegales. Pero a pesar de contar con seis metros de altura y alambres con cuchillas, las mismas son “saltadas” cada año por miles de inmigrantes ansiosos de alcanzar Europa. 

No sabemos cuántas incursiones son evitadas, pero para el caso estadounidense contamos con otros datos relevantes. Primero, que la aprensión de inmigrantes en la frontera parece estar actualmente en su punto más bajo desde 1970. La mayor reducción se dio justamente a partir de 2006, sin embargo, cuando el gobierno de George W. Bush reforzó partes de la frontera con más de 1.100 km de vallas y nuevos sistemas de iluminación y videovigilancia. Esto niega la existencia de una crisis migratoria, pero confirma el efecto disuasorio de un mayor control fronterizo. 

A su vez, no todos los inmigrantes ilegales cruzan la frontera de manera clandestina. La mitad de ellos entran a Estados Unidos legalmente y permanecen en el país una vez vencido su permiso. Además, se estima que el 95% de las drogas ilegales entra al país por vía marítima. Ambos datos sugieren que los beneficios del muro no serían los que indica la administración Trump: al menos la mitad de los inmigrantes ilegales seguiría entrando y el efecto sobre el tráfico de drogas sería marginal.

Si los beneficios son una probable reducción de aquellos inmigrantes que entran de forma clandestina, ¿cuáles son los costos? De acuerdo con un informe interno del Departamento de Seguridad Nacional, la construcción del muro podría rondar los US$ 22.000 millones y su mantenimiento unos US$ 1.000 millones adicionales por año. Sin embargo, los costos no se reducen a los de su levantamiento y conservación. La historia de estas construcciones demuestra que sus efectos reales van mucho más allá de su existencia tangible. Los muros unen a personas, ya sea cuando son construidos o cuando son derribados. Pueden excluir o incluir. Dividir o juntar. Como en varios de los ejemplos planteados, el muro mismo puede convertirse eventualmente en el punto focal de un conflicto mayor. La opinión pública estadounidense ya está polarizada y no es para menos. México no es un país enemigo, sino su tercer socio comercial más importante.

En este sentido, el muro no tiene precedentes. Parece difícil no concluir que no se trata de la mejor alternativa para combatir la inmigración ilegal. Y, sin embargo, casi 40% de los estadounidenses apoya la medida. La explicación supera su análisis racional.La politóloga estadounidense Wendy Brown publicó en 2010 un estudio formidable sobre el significado teórico-político de los muros fronterizos. Según su planteo, los muros contemporáneos se construyen para preservar un territorio, pero hay otro motivo oculto y menos evidente. En realidad, el afán de levantar una muralla estaría guiado por la voluntad de construir una representación definitiva de la soberanía nacional. Los muros serían símbolos de un mundo pos westfaliano, iconográficos de la pérdida de relevancia del Estado nación frente a otras fuerzas globales. 

Lo que Brown quiere decir es que los muros buscan reafirmar el poder de la nación, pero a su vez denotan la erosión de dicho poder y la desesperación de quienes los construyen. Ahí yace la paradoja visual de estas construcciones: muros y alambrados de 10  metros de altura serían símbolos hiperbólicos de la soberanía nacional que reflejan a su vez la vulnerabilidad de sus sociedades y la incapacidad del Estado para solucionar sus desafíos. Lo que aparenta ser la articulación misma del poder y la soberanía, expresa en realidad el debilitamiento y cada vez mayor irrelevancia del Estado nación frente a otros procesos y fuerzas globales que lo debilitan. 

En el caso de los Estados Unidos, tanto Trump como su muralla manifiestan en el fondo la incapacidad de brindar soluciones a problemas que requieren respuestas multilaterales. La impotencia frente a la pérdida gradual de su hegemonía en el concierto internacional y la imposibilidad de frenar a quienes le arrebatan la supremacía económica. El muro entonces sería una respuesta desesperada e irracional a la pérdida de poder y soberanía de un país que se resiste a ser el último Estado hegemónico. Como prometió el presidente estadounidense en su jura de posesión: “Make America great again”. 

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