He vivido siempre en edificios con ascensor. Bueno, pero para no ser ingrato, no olvido la casa salteña de mis abuelos que tenía un zaguán y unos pocos escalones para ingresar al patio. Dicen que el ascensor es de fines del ochocientos y comienzos del novecientos. Me parece que se olvida al Coliseo romano. Hoy, sus ruinas reciben a millares de turistas de todo el mundo que escuchan admirados las descripciones sobre aquella construcción imponente. Allí se realizaban representaciones y el público ascendía y descendía de sus sitios en unas grandes plataformas que eran accionadas por agua. Era el ingreso y el desagüe del agua. Así subía y bajaba el público. Pero es verdad que a fines del siglo XIX y comienzos del XX el ascensor se convirtió en un medio cómodo y elegante para subir y bajar escaleras.
Me parece que algunos lectores memoriosos no olvidan los libros de estudio de idioma inglés de mi época. He cumplido 80 años y los que utilizábamos, venían de Londres. Recuerdo una ilustración. Se trataba de un diálogo entre una señora y un recepcionista de un hotel. Los dos se encontraban en un ambiente muy decorado. Allí estaba también el equipaje de la dama descansando sobre el piso. En tanto, la pasajera manifestaba una protesta. “No me agrada esta habitación”, ”es muy pequeña”, “tiene poca luz con esos cortinados tan pesados y unos sillones incómodos”. Antes de que la señora avanzara más en su queja, el recepcionista intervino para decir, y con todo respeto; “Perdone usted señora, pero ésta no es su habitación. Nos encontramos ahora en el ascensor”.
Para mí el primer ascensor que conocí fue en Salto. Era el del Palacio Gallino hoy Museo de Bellas Artes y Artes Decorativas María Irene Olarreaga Gallino”. Mi madre y sus hermanos lo habían disfrutado cuando eran niños y acompañaban a su padre, mi abuelo Antonio De Feo. Con él iban cuando debía “presentar” sobre las paredes sus trabajos hechos en su taller de ebanista.
El ascensor está muy vinculado al comportamiento en la vida cotidiana. Conozco a todos los vecinos del edificio En el cual vivo construido en 1906. Ahora hijos o nietos utilizan el ascensor que conserva intacta su caja de madera pero posee maquinaria nueva. Lo hacen con descuido porque nadie les enseñó las normas de la cortesía que se dan siempre sin esperar un “gracias”. No es el “gracias” del mate pero pertenece a la misma escuela. Existen muchos modelos de ascensores y hasta algunos que hablan como las muñecas de nuestras bisabuelas. Pero la educación rige para todos. No es posible que unos adolescentes desciendan de un ascensor, observan que hay otras personas que lo utilizarán y se vayan sin cerrarles las puertas. Esto rige para todos: damas, caballeros y niños.
Conozco muchos modelos de ascensores y, en algunos no es necesario abrir o cerrar sus puertas manualmente o marcar el número del piso al cual nos dirigimos. Escucharemos entonces una voz metálica que nos dirá: “Diga, por favor a qué piso va”.
Imagino a los romanos ascendiendo a la plataforma que los dejará a nivel “della strada”. Descendían como ciudadanos romanos, que tanto orgullo les daba. No imagino sino que sufro como uno más, los atropellos y las precipitaciones diarias.
En el ascensor se saluda con un buenos días, unas buenas tardes. La vida cotidiana tiene sus cambios pero no dejará nunca a la cortesía, que es dar a cambio de nada. Para los franceses el automóvil es como la prolongación de sus casas y “viven” normas que llevan en la sangre. No podemos dejar a un lado el hacer más agradable la vida a los demás.
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