Miguel Arregui

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El bitcoin, una opción anarquista, enloquece a los reguladores

Una historia del dinero en Uruguay (LIII)
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10 de octubre de 2018 a las 05:00

El creciente éxito de la moneda en los últimos 3.000 años se debe a que es insuperable como unidad de medida: para cuentas, transacciones y ahorro, en civilizaciones cada vez más complejas.

Algunas visiones idealistas o utópicas, muchas veces vinculadas al anarquismo, al naturismo o al ecologismo, proponen un rechazo más o menos tajante al dinero y el retorno a alguna forma de trueque.

Pero el trueque es desesperantemente corto de opciones y poco práctico.

A través de la historia, la variedad de mercados y el uso intensivo del dinero han sido prerrequisitos esenciales para la existencia de sociedades desarrolladas.

En general las comunidades alternativas siempre terminan utilizando de una manera u otra los bienes de la muy desarrollada civilización “burguesa”: desde las computadoras y los transportes, hasta la medicina. El radicalismo ambientalista viaja en avión y usa Internet.

Marx creía que en las etapas iniciales de una sociedad comunista a “los trabajadores no se les pagaría en dinero, sino en billetes que indicarían el tiempo de trabajo”, resumió Jonathan Sperber en su formidable ensayo Karl Marx. “La paga se correspondería con las horas trabajadas, previa deducción de un ‘fondo común’ para la inversión y el mantenimiento, y se podría utilizar para comprar mercancías, cuyo precio se expresaría en términos de tiempo de trabajo”.

Pero, al fin, ese “tiempo de trabajo” resulta una medida de cuenta, transacción y ahorro como cualquier otra. Es dinero.

Otro serio problema de esa idea es que no distingue el trabajo por su calidad ni eficiencia, conceptos modernos que, al ser desdeñados por los regímenes del “socialismo real”, estuvieron en la base de su degradación y ruina.

En los sistemas socialistas nunca faltó el dinero, o la cartilla de racionamiento, que son fáciles de imprimir; faltaban los bienes. La escasez se reguló mediante “colas” y mercado negro. Resulta que al fin las tareas humanas y sus frutos tienen dimensiones cuantitativas y cualitativas. En suma: la calidad del trabajo, como la calidad del dinero, importa.

El euro, una hazaña de ingeniería geopolítica

Los regionalismos y nacionalismos han sido poderosos motores de Europa, como lo fueron el Renacimiento o la Revolución Industrial. Pero después que esos nacionalismos contribuyeran a gestar dos guerras mundiales en el siglo XX, los líderes de Europa Occidental, presionados por Estados Unidos y por el miedo a la Unión Soviética, resolvieron tentar la receta inversa: la integración y la interdependencia mutua.

La construcción de la Unión Europa, que antes del “Brexit” reúne 28 Estados, 24 idiomas, 510 millones de personas —el 7% de la población del planeta—, alrededor del 20% del PBI mundial y un desarrollo humano muy alto, es una de las aventuras más grandes de la historia.

El 1° de enero de 1999, once países de la Unión Europea comenzaron a pasar a retiro sus respectivas monedas –marcos, francos, liras, pesetas–, otrora símbolos de orgullo nacionalista, y adoptaron el euro, una ambiciosa obra de ingeniería financiera. La nueva moneda se volvió obligatoria a partir de 2002.

Ahora 19 de los 28 estados de la Unión se rigen por el euro. Entre ellos se cuentan Alemania y Francia, dos partícipes claves de las tensiones nacionalistas de fines del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, que luego avanzaron con gran valor hacia la integración de sus economías y sus instituciones.

Los proyectos de unión monetaria, que implica que cada Estado renuncia a su moneda, ahora están bajo cuestión. Muchos Estados no desean perder “soberanía” monetaria, aunque esa soberanía básicamente consista en cobrar el impuesto inflacionario: cubrir los déficits con emisión de dinero para bajar el valor real de salarios y pasividades.

a idea misma de unión monetaria ha perdido brillo, en un contexto de rechazo al libre comercio y a la globalización. Pero, pese a algunos tropiezos, a la escasa épica y a las críticas de sectores radicales de derecha e izquierda, la idea unionista, comercial o monetaria, tarde o temprano recobrará su brillo pues va en la dirección correcta: un mundo más más moderno, más integrado, más eficiente, más estable, más seguro y más pacífico.

En otras regiones del mundo, como América Latina, los líderes hablan cada tanto de pomposas unidades monetarias: dentro del Mercosur, de la Unasur (con su proyecto de Banco del Sur) o de la Alianza Bolivariana (Alba). Sólo han sido charlatanerías, sin voluntad real. Falta casi todo: desarrollo, madurez, estabilidad, confianza mutua.

El bitcoin

Otras opciones de dinero multinacional son las canastas de monedas, como los DEG (derechos especiales de giro) que creó el FMI. Significa tomar las monedas de las potencias comerciales del mundo y hacer con ellas un promedio, que servirá como unidad de cuenta.

Pero la gran estrella ascendente de este siglo ha sido el bitcoin.

El bitcoin es un dinero virtual creado en 2009; es una versión on line de dinero en efectivo, al que se puede acceder desde cualquier parte del mundo, en la medida que se tenga conexión a Internet. Hay muchas otras “criptomonedas” en la web, pues una gran variedad de empresas, instituciones y gobiernos están creando las suyas, pero el bitcoin es la más conocida.

Cada bitcoin es un archivo en una computadora o un teléfono celular. Cada compra-venta queda registrada en una lista pública, el blockchain, por lo que no es posible gastar una moneda que no es propia. Cada usuario de bitcoins tiene una llave de seguridad encriptada, que le da acceso al sistema y le permite realizar operaciones.

La cotización del bitcoin depende del mercado: el valor que sus usuarios le adjudiquen en sus compra-ventas.

Federico Comesaña lo explicó de la siguiente forma en El Observador del 1º de diciembre de 2017: “El bitcoin es una moneda descentralizada. Esto es, no es emitida por ningún banco central. Ningún país o institución tiene el control de su oferta. Nadie puede generar un nuevo bitcoin por su propia voluntad. No hay un individuo o entidad a quien consultar si Fulano tiene el saldo suficiente para pagarle a Mengano. No hay cuentas almacenadas en tablas de ningún servidor superseguro en el subsuelo de un banco. El bitcoin es el paradigma de la ubicuidad llevado al terreno financiero. Quizás por eso genera tanta fascinación en el mundo tecnológico y tanta resistencia entre economistas y expertos en finanzas”.

El terror de los reguladores

El bitcoin, como tantas otras cosas en este mundo, se está moviendo más rápido que los reguladores. Ya se usa para compra-ventas o consumos, pero mucho más para el ahorro de personas y familias. La creatividad va muy por delante de los gobiernos y de los burócratas, que entran en pánico cada vez que ven algo que escapa a su control. Esta es una de las razones por las que el bitcoin y sus semejantes gozan del fervor de los anarco-capitalistas.

Los impulsores del bitcoin creen haber encontrado, por fin, un buen sustituto del oro: una inversión segura fuera del control de las empresas y de los gobiernos.

Joseph Stiglitz, premio Nobel de Economía 2001 y ex economista jefe del Banco Mundial, es partidario de prohibir ese tipo de criptomonedas, como ya han hecho algunos Estados, como China. A fines de noviembre de 2017 dijo a la BBC: “¿Por qué la gente quiere bitcoins? ¿Por qué la gente quiere una moneda alternativa? La verdadera razón por la cual la gente quiere una moneda alternativa es para participar en actividades viles: lavado de dinero, evasión fiscal […]. La gente va al bitcoin porque no quiere ningún tipo de supervisión como tenemos en nuestro sistema bancario […]. Lo que realmente temen es que vayamos a lo digital, al dinero electrónico, con aún más supervisión y ahí la capacidad de participar en el lavado de dinero sería aún más difícil”.

Pero cada vez más personas se pasan al bitcoin. Y hay mucha gente observando el fenómeno. “Muchos están interesados, en parte porque creen que se encuentran ante los albores de un nuevo sistema financiero, uno con una estructura muy distinta”, dijo Neha Narula, directora de la Digital Coin Initiative (Iniciativa sobre Monedas Digitales), del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), al New York Times a fines del año pasado.

Como todo mercado nuevo, nadie sabe bien lo valen estas monedas, por lo que sus cotizaciones han tenido variaciones estrafalarias.

Valía apenas unos centavos de dólar cuando uno o varios informáticos bajo el seudónimo de Satoshi Nakamoto lo lanzaron en febrero de 2009 como un “sistema de efectivo electrónico”. Cuando esta nota se escribe (6 de setiembre de 2018), el bitcoin cotiza a unos 7.300 dólares. O sea que quien invirtió 1.000 dólares entonces en algo tan poco esperanzador, ahora tiene decenas y decenas de millones de dólares.

A principios de 2017 valía 1.000 dólares, en noviembre sobrepasó la barrera de los 10.000 dólares y a mediados de diciembre pasó los 16.000. “Es espuma especulativa, la más grande burbuja de la historia”, advirtieron muchos operadores financieros.

El software original de la cripto-moneda favorece esa espuma, pues estableció un límite fijo para la emisión: 21 millones de bitcoins. Y si muchos quieren algo escaso, ya sabemos lo que ocurre.

Las limitaciones operativas del bitcoin y su escasez han favorecido la creación de muchas otras monedas virtuales. Hasta Nicolás Maduro, el inefable autócrata venezolano, anunció a fines de 2017 la creación del “petro”, que tendrá la misma credibilidad que su gobierno. Por ello propuso respaldarlo en un activo: un barril de petróleo. Hasta ahora es sólo otra de sus charlatanerías.

Pero después de la gran trepada, las monedas virtuales cayeron tan aparatosamente como un piano en el vacío. “Muchas criptomonedas han regresado al punto en el que estaban antes de finales del año pasado, cuando hubo inmensas ganancias”, según un informe de The New York Times de agosto de 2018. “El valor de todas las monedas digitales importantes ha caído alrededor de 600.000 millones, o el 75%, desde su punto más alto en enero […]. Los mercados de monedas virtuales han atravesado auges y caídas antes, y se han recuperado de nuevo. Pero este desplome podría tener un efecto más duradero en la adopción de la tecnología debido al enorme número de personas comunes que invirtieron en monedas digitales durante el año pasado y que es probable que asocien las criptomonedas con ruina financiera durante mucho tiempo”.

Pero por entonces las monedas virtuales llegaron a la gran liga: Wall Street. Al empezar agosto de 2018, Intercontinental Exchange, el grupo propietario de la bolsa de Nueva York (NYSE), anunció una alianza con la cadena de cafés Starbucks para lanzar una plataforma que permitirá negociar en el mercado de las criptomonedas.

Dinero electrónico

Todo parece indicar que, de la mano de las tecnologías, habrá cada vez menos dinero físico y cada vez más transacciones virtuales. Las plataformas tecnológicas de préstamos entre personas (los “Uber financieros”) están obligando a los bancos a salir de su modorra conservadora.

En setiembre de 2017, en una charla organizada por el periódico La Diaria, el director ejecutivo de la Asociación de Bancos Privados del Uruguay (ABPU), Jorge Ottavianelli, sostuvo que “la actividad bancaria sigue siendo, a pesar de todos los cambios, una actividad de hombre a hombre y lo que se va vendiendo es confianza. Por eso la palabra crédito”.

En esa misma conferencia, el presidente de ARTech, Nicolás Jodal, le preguntó a Mario Bergara, presidente del Banco Central del Uruguay: “¿El BCU tiene pensado pasar 1% de sus reservas a bitcoins?”. Bergara respondió que, debido a su comportamiento, el bitcoin se ha consolidado como reserva de valor pero no tanto como medio de pago. “Tiene fluctuaciones con pocos fundamentos y las reservas del BCU tienen que tener liquidez y estabilidad”, explicó.

De todos modos, el BCU ha experimentado con billetes electrónicos, que tienen un número, aunque no estén impresos en papel. Es una evolución de las tarjetas de crédito o débito y tiene trazabilidad, lo que tanto gusta a las agencias de impuestos y a los policías.

 

Próxima nota: Elogio del liberalismo y un balance provisorio del ciclo de gobiernos del Frente Amplio

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