El referéndum favorable al abandono de Gran Bretaña de la Unión Europea, el 23 de junio de 2016, marcó el comienzo de una etapa histórica en contra de un modelo incuestionable desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, que hoy muestra descarnadamente la tragedia de la sinrazón de la política. El populismo global y en énfasis en el nacionalismo que inició el brexit es el mejor ejemplo de que las propuestas demagógicas que se forjan para ganar el apoyo fácil de los electores -a punta de emociones- termina desembocando en un camino sin salida que no resolverá los problemas de los que se quejan enojados electores.
La idea de Winston Churchill de que “la seguridad y la prosperidad de Europa residen en su unidad”, para dejar atrás definitivamente un escenario de espanto, ha sido un camino acertado. El mundo evitó contiendas bélicas a escala de las guerras mundiales del siglo XX y la integración de los países del viejo continente contribuyó a una inédita bonanza económica.
Pero desde 2016 cada vez más electores se sienten atraídos por ideas contrarias a la democracia liberal y cada vez más ciudadanos se alejan de ella, un inédito proceso que el politólogo estadounidense Yascha Mounk resume en la frase “el pueblo contra la democracia”.
Primero llegó el brexit y la elección de Donald Trump. En 2018, la victoria de partidos o movimientos populistas y nacionalistas en Italia. En 2019 estos escenarios podrían repetirse en las elecciones al parlamento europeo.
¿Por qué han prendido ciertas ideas populistas de las que ya sabemos de sus terribles fracasos? Porque la globalización también ha dejado un ejército de perdedores que la política y los gobiernos no han sabido o no han podido resolver.
El aumento del comercio de bienes y servicios y el avance de los Tratados de Libre Comercio, que han sido beneficiosos, al mismo tiempo ha dejado a un ejército de perdedores subestimados por el establishment político de los que se alimentan los líderes populistas.
Pero la idea de que es posible revertir el declive de algunos sectores a punta de políticas proteccionistas o nacionalistas -como es el caso del brexit- es comprobadamente equivocada que más temprano que tarde se demostrará el desacierto.
Y eso es lo que sucedió con el brexit, que con el 52% de votos a favor Reino Unido decidió la salida de la UE, poniendo fin a 43 años de integración en el bloque europeo y que arrasó con el primer ministro conservador David Cameron, que había convocado la consulta y encabezó la campaña por permanecer en la UE. Hoy, a más de dos años de la consulta, el panorama no es mejor: un debilitado gobierno del actual primer ministro Theresa May de la que es probable que no termine su gobierno o sea derrotada en las urnas.
Es que no existe para Reino Unido una alternativa a la integración que traiga prosperidad como ofrecieron los británicos euroescépticos. Es probable que hoy sí se realizara un nuevo referéndum, el Reino Unido de una marcha atrás a una idea, otro fracaso de la política.
Como escribió Martin Wolf en The Financial Times, “estamos presenciando un aumento de las formas más malignas de esta poderosa fuerza social” que se llama nacionalismo. Y todavía no hemos sufrido lo peor.
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