Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > Dejando Neverland

A una década de su muerte, un documental hace tambalear el mito de Michael Jackson

Los testimonios de dos hombres que aseguran haber sido abusados sexualmente por el artista cuando eran niños conducen la demoledora realización de HBO
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19 de marzo de 2019 a las 05:01

Michael Jackson fue el Rey del Pop, y su reinado fue absolutista. Como los monarcas europeos de los siglos XVII y XVIII, Jackson era el elegido, un rey por voluntad divina, que paraba al mundo con cada paso de baile nuevo, con cada disco, con cada videoclip, con cada canción. Que ganó más premios que nadie, que tiene en Thriller el disco más vendido de la historia, y que alcanzó cuotas de fervor que nunca se repitieron. Ni antes ni después, el pop tuvo otro rey. 

Como los monarcas absolutos, Jackson tenía comportamientos excéntricos, excesos y pecados que nadie ponía en tela de juicio. Colgar a un hijo de un balcón, tener un zoológico y un parque de diversiones en su casa, operarse hasta deformarse. Se le perdonó siempre todo. Incluso abusar sexualmente de menores. En una escena de la película paródica No es otra tonta película de amor, los protagonistas hablan en la calle, mientras que detrás de ellos, en un oscuro callejón, Michael Jackson intenta atraer a un niño, hasta que aparece su madre y golpea al músico para rescatarlo. En 2006, esas acusaciones eran un chiste. En 2019, a una década de la muerte del icono musical, son cosa seria. 

El cambio lo produjo el documental Dejando Neverland (Leaving Neverland), que se estrenó el sábado 16 y el domingo 17 en HBO, y que puede verse on demand en la plataforma HBO Go. Dura cuatro horas divididas en dos partes. El tema que trata es complejo, duro, y abarca prácticamente la vida entera de sus dos protagonistas. En él, a través de material de archivo y testimonios, se relatan dos casos de presunto abuso de Jackson. Escucharlos es devastador. 

El lado oscuro de Nunca Jamás

Las historias de Wade Robson y James Safechuck son paralelas. Los dos conocieron a Jackson cuando eran niños: el primero por ganar un concurso de baile en su ciudad natal, Brisbane, Australia, donde había que imitar al artista. El premio eran entradas para el show que daría en la ciudad unos días después, y la oportunidad de conocer al Rey del pop en el backstage. Safechuck fue el protagonista de un spot publicitario de Pepsi, que tenía un multimillonario acuerdo con el cantante, en el que se colaba en el camarín de Jackson y acababa encontrándolo. 

Los dos se convirtieron en "amigos" del músico, que empezó a congraciarse también con los padres de estos niños. Los llamaba por teléfono, les ponía apodos, los llevaba a sus giras, los invitaba a su mansión Neverland (Nunca Jamás, como el país donde vive Peter Pan), y hasta los invitaba a conocer a otras estrellas. Uno de los niños, por ejemplo, se llevó el látigo de Indiana Jones que le regaló Harrison Ford en el rodaje de una de las películas de su saga.

Esos vínculos acabaron tomando un cariz sexual. En Neverland, Jackson cometió distintos actos que Safechuck y Robson relatan con doloroso detalle. Fueron años de abusos, pero para ellos era una relación (extraña, pero cercana), con un ídolo que parecía venir de otro planeta, y que un buen día se aparecía en sus casas para jugar, como si fuera un compañerito de escuela. El hombre inalcanzable quería ser su amigo, ¿cómo decirle que no?

Además de los abusos, Jackson ejercía también una violencia psicológica solapada y, en ocasiones, bastante directa, nacida del poder económico, cultural y social que tenía. Robson, que fue abusado sistemáticamente entre los 7 y los 14 años, sabía que si contaba algo no podría ver más a Michael, y que los dos irían a prisión de por vida, porque eso le había contado su ídolo. 

Por eso cuando en 1993 Jordan Chandler, de 13 años, denunció a Jackson por abuso sexual, Robson testificó a favor del artista. Negó todo. Lo mismo hizo Safechuck. No importaron los celos que ambos sentían por haber sido reemplazados como favoritos por otros niños –como Chandler–; los nuevos elegidos eran los que se iban al baño con Jackson durante los pijama parties donde también participaba el actor Macaulay Culkin. Ese caso se resolvió cuando Jackson pagó US$ 15 millones a Chandler como compensación. Además, le perdonó el préstamo que le había hecho a los Safechuck para comprar una casa. ¿Casualidad o recompensa?

Preguntas y respuestas

En 2005 las acusaciones llegaron de nuevo, esta vez de parte de otro niño llamado Gavin Arvizo. La situación fue similar. Pero esta vez Jackson no pagó y hubo juicio, donde se lo declaró inocente. Nuevamente, los testimonios fueron favorables. Se protegía a un amigo. Los abogados de la estrella decían que los denunciantes solo buscaban dinero. 

Jackson murió en 2009. Cuatro años después, Robson tomó coraje. Ya era padre y pensó: "¿Qué pasa si un día le hacen lo mismo a mi hijo?". No podía seguir en silencio. Entonces contó su historia públicamente. Incluso la llevó a la justicia, pero el período legal para denunciar al músico ya había prescripto por el tiempo pasado de su muerte. El juez, sin embargo, no se pronunció sobre la veracidad de la denuncia. Lo mismo le pasó a Safechuck, también padre de un niño. Y así surgió el documental. 

Dejando Neverland muestra el impacto que tuvo esta serie de abusos y la manipulación de Jackson en las familias de ambos niños. Robson, acicateado por su madre, se fue a vivir a Los Ángeles con ella y con su hermana, donde construyó una carrera como bailarín y coreógrafo de figuras como Britney Spears y la banda Nsync. Su padre, bipolar, se quedó en Australia con su tercer hijo, pero en cuanto este dejó el hogar, al sentirse solo y abandonado, se suicidó. El matrimonio Safechuck también se desintegró. Los dos niños tuvieron debacles de adultos. Crisis de ansiedad y depresiones. La sombra del Moonwalker permaneció incluso post-mortem. 

Después de ver el documental queda la sensación de que con el afán de convertir a sus hijos en estrellas, las madres –que eran las más implicadas– optaban por ignorar lo que pasaba al otro lado de la pared, al menos en un primer momento. 

Responder por qué tardaron tanto en contarlo es mucho más compleja y, también, es casi imposible de responder si uno no estuvo en el lugar de los abusados (ver recuadro). 

Michael Jackson ya está muerto y no va a cambiar nada. Por más que algunas radios del mundo hayan dejado de pasar su música, que Fox ya no emita el episodio de Los Simpson en el que da su voz a un personaje, o que Louis Vuitton ya no diseñe prendas inspiradas en él, sus canciones no dejaran de sonar. 

Pero cada vez que aparezcan los sonidos de Beat it, Bad, Thriller o We are the world, la música tendrá un ruidito que antes no estaba. Y la figura bastante turbia y manipuladora de Jackson tendrá todavía más sombras y matices muy, muy oscuros.

"El abusador aprovecha el lugar de afecto"
Andrea Tuana es licenciada en trabajo social, directora de la ONG El Paso, encargada de la defensa de los Derechos Humanos de niños, adolescentes y mujeres víctimas de violencia, abuso sexual y discriminación, así como activista feminista y por los derechos de las personas trans. El Observador la consultó para conocer qué sucede con las víctimas infantiles de abuso sexual, como las presuntas víctimas de Jackson, y cómo opera el mecanismo de procesamiento y denuncia de estos episodios.
"En la mayoría de los casos de abuso crónicos, el abusador aprovecha el lugar de afecto que tiene y así naturaliza los acercamientos sexuales. Los niños confían en ellos, son referencias, y los van envolviendo. Los hacen sentir parte de la situación, les inculcan un sentimiento de culpa, de que no los frenaron. Es, en definitiva, un vínculo de poder. Y la víctima queda en una posición indefensa y confusa", dijo Tuana. 
"Cuando la relación abusiva termina, las víctimas sienten culpa y vergüenza. No lo quieren decir, porque temen que no se comprenda", continuó. Y explicó que se suele tardar años en contar la historia a causa del sentimiento de culpabilidad instalado por el abusador y por el estigma social que genera una sociedad machista: el hombre abusado es menos viril y la mujer abusada es una provocadora. "Son barreras que dificultan hacer pública la historia. Uno quiere que quede en el olvido, pero si no se procesa hace difícil seguir adelante con la vida. Y además cuando es una figura pública es más difícil, porque '¿Cómo me van a creer a mi?'. Se suele decir que la persona implicada busca fama o plata. No se protege a la víctima", concluyó. 

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