Eduardo Espina

Eduardo Espina

The Sótano > OPINIÓN

El día y la noche, Tottenham y Peñarol

Quizá lo que se practica en Uruguay y llamamos fútbol no es fútbol, sino otra cosa muy diferente, mucho más rudimentaria
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10 de mayo de 2019 a las 05:02

Tottenham y Ajax jugaron el miércoles en la noche del Johan Cruijff ArenA (sic), un partido maravilloso, en el sentido más lírico, conmovedor y profundo de la palabra ‘maravilloso’. Fue el mejor partido de fútbol disputado en años, y uno de los cinco inolvidables e imprescindibles que he visto en mi vida, en la cual la literatura y el fútbol han estado desde siempre presentes. Sin ellos, no sería yo. Si no vio la magia generada en Ámsterdam por el Tottenham y el Ajax de manera tan generosa, se perdió uno de los principales milagros que ha producido hasta la fecha el espectáculo más grande del mundo. Fue uno de esos matches que entran por los ojos y se quedan para siempre en la retina de la memoria, porque incluso ella quiere preservarlos de por vida.

Si hubiera que comparar el partido entre Tottenham y Ajax con una gran noche de ballet del Bolshoi ruso, el ballet saldría perdiendo. Lo mismo que la poesía, el fútbol tiene reglas implícitas que deben respetarse para que no triunfen solo los resultados, mejor dicho, para que los resultados provengan de un juego excelso en el que todos los mecanismos de ese deporte son activados y potenciados.

Tal como vengo insistiendo en esta columna desde que comenzó la temporada futbolística 2019-2020, el fútbol que se ve hoy en día en la Premier inglesa estableció el estándar de excelencia que en el futuro todos los clubes, donde sea, deberán seguir si quieren ser competitivos. La final de la UEFA Champions será entre clubes ingleses, también la final de la Europa League, en la que se enfrentarán dos tradicionales rivales londinenses, el Arsenal y el Chelsea. Es la primera vez en la historia del fútbol europeo que las dos finales serán entre cuatro equipos del mismo país. Histórico monopolio. Por lo demostrado una y otra vez en la cancha, los tres mejores clubes del mundo en este momento son ingleses: Liverpool, Manchester City y Tottenham. Han sabido combinar la técnica con un impresionante estado físico que les permite jugar 90 minutos de ida y vuelta a todo ritmo. No en vano, el primero y el tercero de los mencionados jugarán la final de la UEFA Champions. Semanas atrás, en otro partido memorable, el Tottenham eliminó al City, y el miércoles en la capital holandesa demostró que no fue por casualidad. 

La misma noche del triunfo del Liverpool sobre el Barcelona, les decía a mis estudiantes de licenciatura que tendríamos final inglesa, porque al día siguiente el Tottenham iba a dar el batacazo. Varios me preguntaron sorprendidos, ¿cómo puede decir eso, si el Ayax ganó en Londres de visitante y tiene el boleto casi asegurado? Lo decía, pues creo que Mauricio Pochettino es uno de los tres mejores técnicos del mundo en este momento y sabe cómo parar a sus jugadores en la cancha, motivándolos en instancias decisivas, cualidad que pocos técnicos poseen. Dicho y hecho, no por mí, sino por los futbolistas del Tottenham, por un Lucas Moura en estado sublime, consiguiendo una performance antológica que incluyó un hat trick. Por un día, fue el mejor futbolista del mundo.

Las cifras del mencionado e histórico match resultan a las claras extraordinarias: los jugadores del Ajax corrieron 117.9 kilómetros; los del Tottenham, 114.9; el Ajax hizo 390 pases, el Tottenham 566. Oyó bien. Y sigo, pues la magia del partido es cuantificable. El Ajax solo hizo 12 faltas, y sus jugadores quedaron solo dos veces en fuera de juego; el Tottenham cometió 11 fouls, y únicamente en una ocasión sus futbolistas quedaron en offside.

Los holandeses tuvieron un 79 por ciento de acierto en los pases, y los londinenses 84 por ciento. Pero aquí viene lo más extraordinario: el Ajax pateó 16 veces al arco y el Tottenham 24. ¡30 disparos al arco en un partido de semifinales de la Champions! Hubo cinco goles y ambos goleros brillaron. Los números dicen a las claras que por dinámica, velocidad, recuperación del balón, acierto en los pases, generosidad en el juego, emoción constante en ambos arcos, y entrega de los futbolistas (ninguno se tiró al piso fingiendo una lesión inexistente como tantos futbolistas mamarracho hacen hoy en día), además de todo lo demás indescriptible que se confabula para generar 90 y pico de minutos de adrenalina pura, fue un partido sagrado, perfecto. Bendito sea al fútbol.

Ese mismo día, en noche otoñal del hemisferio sur, Peñarol brindó un espectáculo superlativamente paupérrimo. Tanta fue mi frustración al ver semejante acumulación de errores y carencia de ideas, de falta de velocidad, de concentración, de técnica y visión de cancha, de todo lo bueno que debe tener un equipo para poder ganar, que al final del partido me sentí con ganas de imitar a los argentinos cuando al final de gobierno de Fernando de la Rúa gritaban enardecidos, “que se vayan todos”. Todos, menos Dawson, el único que se salva de la quema, la cual comienza con el entrenador, Diego López. La falta de ideas para resolver un partido en el cual a partir del minuto 64 Peñarol disputó con un futbolista más, fue insultante. Peñarol fue la nada absoluta, y la carencia técnica que mostraron algunos jugadores resultó indignante.

El panorama fue tan desconcertante como frustrante: Formiliano pateando la pelota a ninguna parte en lugar de salir jugando cuando todavía restaban 15 minutos para terminar el partido y lo que más se necesitaba era mente fría y no desesperación; Lucas Hernández y Cebolla Rodríguez equivocándose una y otra vez en los pases y contención del balón; y Fernández, Brian Rodríguez y Canobbio demostrando una incapacidad absoluta para sortear con algún dribbling o un desborde imprevisto a la defensa, incapacidad que estuvo condimentada además por una pasmosa falta de velocidad y de un plan efectivo para generar oportunidades de gol por el centro o los costados. ¿Es que no practican jugadas durante los entrenamientos semanales?

Me pregunto, y seguramente ustedes también, ¿cómo se puede ganar un partido de gran trascendencia, si en toda la noche no se hace un solo pique, una jugada ofensiva ejecutada con velocidad mental y física, tal como lo exige el fútbol actual? Pareció uno de esos ‘picados’ de campito en los que los improvisados futbolistas terminan lanzando pelotazos a ningún lugar, malos centros a la olla, y esperando que de casualidad uno entre al arco. Lo constatado el miércoles en el Campeón del Siglo, pone en duda la capacidad de López para dirigir en lides continentales cuando está en juego todo lo realizado durante el año. Falló en grande en una ocasión definitoria que exigía inspiración y conocimiento táctico y estratégico como para hacer cambios a la marcha y sorprender al rival, justo en los momentos cuando lucía más vulnerable.

¿A qué quiso jugar? Nunca me quedó en claro, ni tampoco si realmente quiso jugar a algo, más allá de los constantes pelotazos sin rumbo ni precisión que terminaron siempre en los pies del contrario. Cuándo van a entender los entrenadores –aquellos que aún no lo saben–, que en el fútbol se gana dándole un buen trato a pelota, no improvisando según dicte la desesperación.

En este deporte mágico se puede ganar o perder, pero un club histórico no puede quedar eliminado de la Libertadores jugando de manera tan incompetente. Tras el partido se habló de “la maldición” de Peñarol en la Libertadores. Una vana excusa, también una mentira. “Maldición” sería si se hubieran errados dos penales, si la pelota hubiese pegado cinco veces en los palos, si hubiera habido diez ocasiones de gol desperdiciadas. Cuando el golero contrario termina el partido sin haberse manchado los guantes, no es “maldición”, sino jugar estrepitosamente mal.

Mientras miraba el partido y repartía comentarios soeces dirigidos al equipo técnico y a 10 de los 11 futbolistas aurinegros, mi esposa me preguntó que por qué me enojaba tanto. No era –la bronca–producto de una goleada en contra, sino de lo espantoso que jugó el equipo de principio a fin, de la carencia generalizada de ideas y técnica que reinó durante toda la noche, sin dar siquiera pie para la esperanza en el último minuto, como históricamente Peñarol nos ha tenido acostumbrados. ¡A tanto llegó el horror en una noche horrenda! Tal parece, como quedó nuevamente evidenciado, que la indignación y el sufrimiento son los sentimientos que persiguen al hincha aurinegro, el cual desde hace ya muchísimo, desde 1987, viene estoicamente esperando una conquista gloriosa. Recién estamos a principios de mayo, y ya estamos viviendo otro año para el olvido.

Me fui a dormir, a intentar en vano pegar los ojos después de tan frustrante noche, pensando en el posible nombre del deporte que jugó Peñarol. Si a la maravillosa dinámica individual y colectiva que vimos el miércoles en el partido entre Tottenham y Ajax, a esa maquinaria de precisión y entrega física casi perfecta, la llamamos fútbol, ¿cómo denominar a eso que vimos el miércoles en el estadio aurinegro y que tan decepcionados nos dejó? Fútbol, por seguro, no es.

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