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El histórico del Mercado Modelo y la cultura de trabajo

Antonio Aufe, un enamorado del Mercado Modelo que arrancó a los 12 años y con 85 sigue yendo a trabajar, sus recuerdos y sus consejos
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20 de julio de 2019 a las 05:02

Cuando se le preguntó por el sitio donde El Observador lo entrevistó, en medio de cajones con manzanas, naranjas y bananas, Antonio Aufe no dudó: “Amo al Mercado Modelo”, un sitio al que sigue yendo a diario, ya con 85 años. También afirmó que su traslado a La Tablada “será un éxito”, habló del valor del granjero de manos callosas y dejó un consejo para los jóvenes que arrancan como changadores: “En las horas libres no vayan para la esquina, busquen un laburito extra”.

Antonio nació en 1933, en el Pereira Rossell; es hijo de un libanés que llegó en la década de 1920 y fue pescador y de una uruguaya ama de casa. No hay en su familia antecedentes de trabajadores de la granja. Y cuando se le pregunta cuánto hace que trabaja en el mercado, con orgullo responde: “¡73 años, empecé a los 12!”. Se vinculó porque vivía a dos cuadras –en Apóstoles 3631– y lo enviaban a comprar verduras.

“Había una miseria bárbara y después de las grandes ventas, avanzada la mañana, había puestos que vendían al detalle y ahí compraba la gente del barrio, buena mercadería, barata, directo al productor que había llegado a las tres de la mañana y antes de irse vendía lo que le quedaba en partidas pequeñas. Se requecheaba mucho, por ejemplo bananas picadas de la época en que venían en cachos y no en cajas”, recordó.

Estuvo en la inauguración del mercado, en 1937. “Tenía cinco años, me acuerdo de las fogatas, se hizo en el sótano y la medalla que nos dieron la mandé a lustrar y se la regalé a un gerente del mercado, Modernell; voy a hacerme una réplica antes que se inaugure el nuevo mercado”, anunció.

Un vecino lo recomendó para trabajar en uno de los puestos, el de Maquiavello. “Arranque limpiando, moviendo algún cajón, ganaba un peso por día y era una fortuna, pero veía que los lechuzas caminaban el mercado, miraban qué escaseaba y compraban eso para revender y ganaban 300 pesos… ¡en un día! También ganaban bien los tanos y españoles que revendían a los almacenes”.

Antonio volvía a casa, veía el esfuerzo de su madre que hacía malabares para pagar el alquiler y la comida. Mezclaba medio litro de leche que compraba en el expendio municipal con medio litro de agua, le ponía avena y así alimentaba a sus hijos.

 

 

Con mandarinas y ajíes fiados y sobre diarios viejos

Pese a que la madre le aconsejó cuidar ese pesito diario, tomó coraje y se tiró al agua. Un mayorista le fió dos cajas de mandarinas y dos de ajíes y como no tenía una lona exhibió la mercadería sobre diarios viejos. Pagó 20 centésimos por m2 y el primer día hizo tres pesos, pagó lo fiado, volvió a casa, abrazó a su madre y no paró más.

Como le quedaba mucho rato libre comenzó a vender casa por casa. Se compró un carro en Larravide y Claramunt, lo pagó 60 pesos, ensillado. Y salió a vender gallinas por Pocitos. “Aprendí de los tanos. Venían a trabajar de albañiles y vendían fainá. En la década de 1950 un camión Citroën valía 1.000 pesos y una casa con terreno en el barrio 1.500. Yo no juntaba ni 100. Esos tanos venían muertos de hambre de la guerra y a los tres meses tenían camión y el secreto era que trabajaban, trabajaban y trabajaban, mientras los uruguayos estaban de garufa, con gallos de riña, en las carreras. Yo tomé el buen camino”, reflexionó.

Tuvo tres hijos. Una trabaja en La Española, otra falleció, afectada por leucemia, y el otro, Nazareth, es tenor en el teatro Colón y reside en Buenos Aires, pero viene seguido a Montevideo porque está al frente del puesto familiar junto con su socio, Gustavo Dondan –“un hijo más”, dijo Antonio–.

 

 

Escalón por escalón

El puesto que dirigen Nazareth y Gustavo, que Antonio “regentea”, se llama Gran Valor, aunque no es su primer nombre. Antes se llamó Granja Pilar, en homenaje a la mamá de Antonio. “Estoy retirado, pero no me puedo quedar en casa, los muchachos hacen todo bien, pero igual vengo”, dijo este empresario mayorista hortifrutícola, estatus al que llegó “subiendo escalón por escalón”, porque “acá estuve en todas las divisionales e hice de todo”: fue empresario gastronómico y estuvo al frente de concesiones, como la de las Criollas del Parque Roosevelt.

Otro tema que Antonio manejó fue la pena que le da que se vaya perdiendo la capacidad para cocinar con base en alimentos frescos, porque hay que trabajar mucho afuera de casa. “Se extrañan aquellas madres y abuelas que hacían dulce de zapallo, salsa de tomate, guisos, pucheros… se come demasiada chatarra”, reflexionó.

“El mercado es mi vida y jamás tuve un problema; los changadores me quieren, sería bueno que la gente venga y vea cómo conviven todas las clases sociales, dijo.

A los jóvenes, les dice: “No arranquen para la esquina, trabajando solo ocho horas no se llega a ningún lado”. Sostiene que le basta mirar un ratito a cada nuevo trabajador para saber “quién hará plata”, porque “es un tema de actitud”. Y saca “al toque” al changador que hace $ 2.000 y regresa a trabajar recién cuando los gasta, sin ahorrar algo.

Gustavo, a su lado, recordó una anécdota: “Un domingo llovía muchísimo, pensé que no iba a haber feria, pero Antonio me llamó a las 6 y me dijo que la gente comía igual aunque lloviera, así que fuimos y a las 10 de la mañana salió el sol y vendimos todo, con los otros puestos cerrados”.

Y a propósito de esa capacidad para percibir quiénes llegarán lejos, recordó dos casos: un emigrante chino que llegó con 15 años y lo puesto y hoy tiene tres restaurantes y otro joven que arrancó de cero y tiene tres camiones. Y mencionó a algunos que arrancaron cargando cajones y tienen varios autoelevadores. “Hay que perseverar, no rendirse, perderse algún baile y cuidar cada pesito”, afirmó, cerrando la charla confesando su secreto: “Madrugar, trabajar duro en la mañana, dormir una siestita y trabajar más duro en la tarde”.

 

 

El valor del granjero
Una de las reflexiones que Antonio Aufe aportó es sobre el valor del granjero: “Me esforcé mucho y llegué lejos, pero acá nadie sería algo sin ese granjero que se agacha a plantar”, reconoció.
“Esa persona no duerme si hay tormenta, viento, granizo o temporales de lluvia, cuando llega la hormiga o ataca una plaga, sufre por sus cultivos y no siempre gana, vive estresado, con las manos llenas de cayos y la mayoría en la ciudad solo lo tienen presente si sube el precio de alguna fruta o verdura”, dijo. Ahora, por ejemplo, “están perdiendo plata con la manzana y eso pasa desapercibido, la gente ve una manzana y se piensa que se hace sola”.
Y sumó otra queja: “No se valora ese tesoro que es acceder a alimentos sanos, frescos, sabrosos… basta con viajar y ver lo que se consigue en otros lados, ni cerca de lo de acá”.

 

 

 

La mudanza será un éxito

La mudanza del mercado a la Unidad Alimentaria de Montevideo, en la ruta 5 y camino Pérez, “será un éxito”, enfatizó Antonio Aufe.

“Gracias al mercado forjé una familia y una empresa, le pude dar estudios a mis hijos, pude ahorrar y comprar alguna propiedad, pero hoy está difícil la operativa, los muchachos hacen moñas entre cajones y camiones, quedó anticuado, no es funcional. Soy un veterano que acepta que hay que evolucionar”.

Al frente del nuevo mercado, dijo, “está un gran muchacho (José Saavedra), capaz, con ideas, que no era del ambiente pero se ganó la simpatía y se puso esto al hombro con otra gente, con el apoyo de los ingenieros Martínez y Rodríguez”, agregó. “Siempre creí que el traslado era posible, confiaba, había gente que no y cuando nos invitaron a ver cómo avanzaba la obra quedaron atónitos”, expresó.

Dijo, a modo de anécdota, que si su madre viviese ya no cocinaría con un brasero, como ya no se anda a caballo adentro del mercado, “porque todo avanza y no podemos estancarnos”.

Y, aclarando una duda de muchos, afirmó: “El nuevo mercado no afectará los precios, eso siempre es un tema de oferta y demanda”.

 

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