Gabriel Pereyra

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El honor de Feola, lo que ellos pueden hacer y nosotros decir

En su primera conferencia de prensa, Feola se negó a repudiar las desapariciones durante la dictadura porque dijo no saber si estaban confirmadas
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12 de mayo de 2019 a las 17:34

Claudio Feola, jefe del Ejército, me denunció y quiere que vaya preso por haberle dicho atorrante y cobarde en radio Sarandí. Lo dije cuando Feola sostuvo que no estaba probado que hubiese desaparecidos en el país. Atorrante como sinónimo de vago, de no haber estudiado que pasó en el país. Cobarde porque si lo sabía, como creo que lo sabe, no tuvo el coraje para admitirlo y solo lo hizo una vez que el ministro de Defensa lo llamó al orden. 

Unos días después me disculpé en los mismos micrófonos y dije que producto de mi enojo del momento no quería afectar el honor de Feola, ni su uniforme ni su carrera militar. Además dije que no debía desde un micrófono contribuir al odio que ya abunda en el país después de tantos años de aquellos años del plomo y la sangre. Suponía además que Feola podría denunciarme y obligarme a atravesar la vergüenza de ir a un juzgado, repleto de causas graves, de niños violados, mujeres golpeadas, gente dañada, para desviar la atención de los magistrados en un asunto que para mí (será por la forma que considero el tema del honor), me parece menor. Allí están grabadas mis disculpas, aunque parece que Feola no las presentó en la denuncia.

Pero no quiero que esta columna sea una mera alusión a un asunto personal. Quisiera aportar algo sobre la relación entre qué podemos hacer y decir los ciudadanos, periodistas o no, y qué pueden los hombres públicos. ¿Qué podemos hacer los ciudadanos? Votarlos cada cinco años, pero eso no incluye a cargos como los de Feola, que no son electos. ¿Y qué podemos decir sin que nos quieran meter presos?

Los gobernantes se meten en nuestro bolsillo y usan nuestra plata a discreción, muchas veces la usan a mal y otras incluso la roban sin por ello pasar por un juzgado.

Ellos deciden qué educación recibirán nuestros hijos, que es como decir qué herramientas les van a dar para que se defiendan en el futuro. Y ya sabemos cómo lo están haciendo. Y nosotros, que no podemos hacer nada ¿cuánto podemos decir?

Ellos, los hombres públicos, toman decisiones sobre la seguridad pública, que redundan en vida y la muerte. Y nosotros no podemos hacer nada. A lo sumo decir.

Ellos deciden qué tipo de salud tendremos nosotros y nuestra familia.

Ellos deciden qué política definirán para los más pobres, cierran la canilla aquí, priorizan cosas y aun hay niños que pasan hambre. Decisiones tomadas por ellos provocan que niños pasen hambre. Y nosotros ¿qué podemos decir como para que lo dicho esté a la altura?

Mientras niños pasan hambre hacen fiestas de decenas de miles de dólares. No podemos hacer nada. ¿Qué podemos decir que exprese nuestra indignación ante semejante grosería sin que lo que decimos signifique el riesgo de ir presos? Porque ellos no corren riesgo ya que es legal hacer una fiesta mientras niños pasan hambre.

Ellos votaron que la vida de tu hijo, ese ser que es tu vida misma, vale menos que la de una mujer a los ojos de la justicia. Lo hicieron. ¿Y qué puedo decir yo, qué palabras que estén a la altura de alguien que dice, vota y hace ley que mi hijo vale menos que otro ser?

Es mucho lo que pueden hacer. Nosotros podemos votar una vez cada 5 años. Y luego, mientras ellos hacen y hacen con nuestra plata y nuestro futuro y el de nuestros hijos, ¿qué es lo que podemos decir? ¿Cuál es el límite del honor que tenemos que respetar? ¿Cuánto mide una calumnia al lado de una muerte provocada por ineficiencia o inconsciencia? Nadie los obligó. Ellos quisieron ser hombres públicos y decidir sobre nuestras vidas y haciendas. ¿Cuál es entonces el horizonte de libertad que tenemos para decir y si es necesario pisotear lo que ellos consideran su honor con los bolsillos llenos de plata ajena?

Claro que la ley es la ley y yo solo puedo decir. Y digo que para mí, ante semejante diferencia de poder que existe en esta sociedad en  las posibilidades de hacer, en el terreno del decir los horizontes de libertad, la libertad de expresión de quienes solo pueden decir, esos horizontes deberían ser infinitos. Ningún magistrado debería tener la vista y la sensibilidad tan aguda como para llegar a ver esa línea en el horizonte donde termina la posibilidad de un ciudadano de ejercer su derecho a opinión, mientras que los poderosos, aquí nomás, a la vista de todos, hacen y hacen lo que quieren con nuestras vidas.

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