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El mal del brexit: entre el salto al vacío y las luchas de poder

La compleja salida de una Unión Europea totalmente politizada
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06 de octubre de 2018 a las 05:03

El brexit del Reino Unido de la Unión Europea cada vez se parece más a un divorcio caótico, en que las partes no solo no se ponen de acuerdo, sino que además se agravian y se acusan uno a otro, generando a su alrededor una atmósfera tóxica y un sentimiento de creciente incertidumbre. 

A menos de seis meses de que se cumpla el plazo para el desacople definitivo del bloque, no hay acuerdo entre Londres y Bruselas sobre las condiciones en que habrá de realizarse; al tiempo que dentro de Gran Bretaña se ha desatado una feroz lucha de poder. La primera ministra conservadora Theresa May tiene así tres frentes abiertos de complejísimo abordaje. Por un lado, los burócratas de la propia Bruselas, que esta semana le volvieron a rechazar con la mano en la cintura su tan estimado y autoelogiado “Plan Chequers” de salida. De otro flanco, tiene a los laboristas de Jeremy Corbyn, que se frota las manos aguardando que este desgaste sin cesar la obligue pronto a convocar a unas elecciones que le permitan a él llegar por fin a su largamente ansiado número 10 de Dowining Street. Y por si algo faltara, al interior de su propio Partido Conservador tiene a los Tory de línea dura, como su excanciller Boris Johnson y su exministro para el brexit David Davis, que le exigen una salida en seco, sin acuerdo con Bruselas, y conspiran a la espera del mejor momento para propiciar su caída.

El Plan Chequers, así llamado por haberse concebido en la residencia de descanso de la primera ministra, Chequers Court, propone un brexit blando: preservar el mercado común de bienes entre el Reino Unido y la UE, lo que a su vez le permitiría al Reino Unido mantener abierta su frontera con Irlanda, pero eximiéndolo de cumplir con el libre tránsito de personas que se impone a todos los países miembros del bloque. Básicamente, la idea de May es mantener los beneficios comerciales como miembro de la UE sin sus obligaciones en materia migratoria. Lo que ha molestado a prácticamente todo el mundo.

Tras la negativa en redondo que recibió de sus socios europeos el mes pasado en la cumbre de Salzburgo, la mandataria británica se ha quejado de que no la están tratando “con el respeto que se merece”.

Pero su actual canciller, Jeremy Hunt, fue más lejos, y comparó a la Unión Europea con la Unión Soviética, que “no dejaba salir a su gente”, y al Reino Unido con “un prisionero que quiere escapar”. Al cruce le salió el jueves 5 el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, visiblemente irritado en conferencia de prensa. El polaco, quien de 2007 a 2014 fue primer ministro de su país, y que en los años 80 fue un perseguido político bajo el dominio soviético, dijo que las declaraciones de Hunt eran “tan ofensivas como insensatas”. Y por si quedaba alguna duda, volvió a conminar a May a mejorar cuanto antes su propuesta de salida. 

Los medios británicos ya especulan con que la nueva propuesta de la primera ministra podría pasar por formar una unión aduanera con la UE para evitar así el levantamiento de una frontera dura entre las dos Irlandas. Para ello contaría, siempre según esas versiones de prensa, con el concurso del gobierno de Dublín.

El problema es que May no solo tiene que convencer a Dublín y a Bruselas. El hueso más duro de roer lo tiene en casa; más precisamente, dentro de su propio partido. Boris Johnson, que es un mordaz columnista y que hace dos años, en vísperas del referéndum por el brexit, escribió dos columnas (una a favor y otra en contra) para publicar una sola, ha dicho que el plan de Chequers es una “aberración constitucional”. El también excanciller y exalcalde de Londres tiene un gran predicamento entre los jóvenes y entre las bases Tory, que son profundamente euroescépticas y que esta semana lo aplaudieron a rabiar durante su discurso en el congreso anual del partido en Birmingham, donde volvió a fustigar duramente la propuesta de May.

Difícil

Conocido por sus extravagancias y su histrionismo en ocasiones hilarante, Johnson ya se cargó en 2016 con su postura sobre el brexit a su rival y compañero desde sus épocas en las aulas del Eton College, el exprimer ministro David Cameron, quien debió dimitir tras la derrota del “Remain” (permanecer en la EU) en el referéndum. Nada hace suponer que Johnson vaya a apoyar ahora una mejorada propuesta de May, a quien los militantes euroescépticos no pierden oportunidad de recordarle que ella también apoyó el Remain en aquella votación y que “Leave means leave” (“Irse” —como votaron en la papeleta— significa irse).  

En general esa ha sido un poco la historia de todos los políticos británicos con respecto a Europa, y de los británicos en general, sobre todo de los ingleses: una extraña relación de amor y odio. Por un lado, el nacionalismo británico y la nostalgia del viejo imperio, que nunca necesitó del continente para ejercer su hegemonía. Por el otro, un conflictivo sentido de pertenencia a la vieja Europa como cuna de la civilización occidental. 

No solo Johnson, Cameron también se mostraba bastante euroescéptico al principio de su mandato. Por eso en 2013 prometió el referéndum. Cumplió, pero terminó apoyando la permanencia y se tuvo que ir. El propio Corbyn también ha sido muy euroescéptico en el pasado. De hecho antes los euroescépticos eran los laboristas, y los más europeístas, los Tory. Eso hace hoy un poco sinuosas las posiciones de casi todos. En 2016 Corbyn apoyó la permanencia de una manera muy ambigua y zigzagueante. Y hace unas semanas, en el congreso anual de los laboristas en Liverpool, ni siquiera mencionó la propuesta de convocar a un segundo referéndum, que es la postura oficial de su partido. Pareciera que le cuesta. Pareciera que en el fondo, todos los ingleses son un poco brexiteers. 

Pero por encima de todo, la clase política siempre ha sido muy dada a las conspiraciones y a los golpes palaciegos. Ahora mismo, todos apuestan al desgaste de May para ver quién se queda luego con la mejor parte de la torta. 

Y así, la primera ministra podrá caer antes o después de concretar el brexit. Pero en este momento las contradictorias convicciones que cada quien pueda tener sobre el tema de fondo son lo de menos. Ya hace rato que el brexit se ha convertido en el juego de la silla de los políticos británicos. El problema va a ser el mareo del día después. 

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