Opinión > Columna/Luis Roux

El mundo es cuadrado

Navegar por internet puede ser adictivo y jugar al ajedrez también. Yo soy adicto a la combinación de ambas cosas: el ajedrez por internet
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17 de marzo de 2018 a las 05:00
La gran telaraña universal (world wide web, en inglés) tiene artimañas innumerables para atrapar a los incautos. Los hay que se pierden en los laberintos de las redes sociales y la vida se les va entre fotos, comentarios, música y video. Otros se dejan llevar mar adentro por el camino de las noticias o de las teorías conspirativas, que dicen que las cosas no son como te dijeron que eran.

Hay quienes viven en foros virtuales en donde practican una violencia verbal a la que no se atreven en la vida real y en esas batallas encuentran la felicidad. Muchos de ellos solo se animan a confesar sus opiniones verdaderas bajo la armadura de un seudónimo, desde la intimidad y al calor del brillo de sus pantallas.

Son multitud los que ven todo tipo de deportes. Otros apuestan dinero. Y hay quienes juegan por el puro placer de jugar. Ahí estoy yo: mi nombre es Luis Roux y soy adicto al ajedrez por internet.

Como suele suceder con las adicciones, hay razones de peso para dejarse enganchar por este juego. Tiene una tradición milenaria, por lo que sus reglas han sido pulidas por el tiempo hasta alcanzar una fineza inigualable. Las progresiones de las piezas en el tablero forman figuras siempre distintas, siempre sorprendentes. A pesar de que tiene fama de ser un juego para gente de coeficiente intelectual superior, lo puede disfrutar cualquiera, como el fútbol. Alcanza con que se enfrenten rivales más o menos parejos para que se manifieste la maravilla.
Está claro que el problema no es el juego sino la adicción. Yo la tengo a raya a duras penas. Antes jugaba en un boliche que se llamaba La Bastilla y antes en el club Los Trebejos.
Todavía, cada tanto, paso por un kiosco, en 18 de Julio y Convención, y juego alguna partida. Pero el vicio es jugar por internet: tengo a mis rivales esperándome ahora mismo, diciéndome que termine de una vez por todas esta columna, o que la interrumpa, solo una partidita a cinco minutos...

Son multitud los que ven todo tipo de deportes. Otros apuestan dinero. Y hay quienes juegan por el puro placer de jugar. Ahí estoy yo: mi nombre es Luis Roux y soy adicto al ajedrez por internet.
Sí, claro, cedí a la tentación. Jugué la partida, pero, como la gané, me pidió revancha y tuve que darla; siempre hay que dar revancha. Mi rival, Bluewarrior8x8, era de Estados Unidos, con un ranking apenas superior al mío. Le gané también la revancha y quiso jugar otra vez, pero decliné de forma cortés. Después de todo se supone que estoy escribiendo una columna.
Así es que funciona. Yo juego en chess.com, que es un club con 21 millones de miembros. Ahora mismo hay 56 mil en línea. Es solo cliquear "play" y en pocos segundos aparece un adversario de un ranking similar al mío. Siempre juego a cinco minutos para hacer todas las jugadas. Cada uno tiene un cronómetro descendente que empieza en cinco minutos y para cuando se hace la jugada. Entonces empieza a funcionar el cronómetro del rival. El tiempo máximo que puede durar la partida es diez minutos. Se gana por juego o por tiempo.
Tengo 1.838 puntos de ranking, lo cual está por encima del promedio y también de la mayoría de los jugadores. El primer puesto lo tiene el miembro más prestigioso del club, el campeón mundial de ajedrez, Magnus Carlsen, con 3.047 puntos. La mayoría de los grandes maestros del orbe juega en el club, que es gratuito.

Como suele suceder con las adicciones, hay razones de peso para dejarse enganchar por este juego. Tiene una tradición milenaria, por lo que sus reglas han sido pulidas por el tiempo hasta alcanzar una fineza inigualable. Las progresiones de las piezas en el tablero forman figuras siempre distintas, siempre sorprendentes. A pesar de que tiene fama de ser un juego para gente de coeficiente intelectual superior, lo puede disfrutar cualquiera, como el fútbol.
La única manera de lidiar con el problema es establecer límites arbitrarios. Me propongo jugar solo una hora por día y nunca, bajo ningún concepto, pasar las dos horas. Cada tanto me obligo a la abstinencia, pero rara vez logro dejar de jugar por una semana entera.
La lucha es contra una voz que me dice que nunca es suficiente, que tengo que seguir jugando, que no puedo parar ahora, que no pierda el tiempo haciendo otra cosa, que no sé si hay vida después de la muerte y si la hubiera no sé si se podrá jugar al ajedrez por internet.

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