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El Nafta: una negociación en proceso

El presidente Trump siempre tuvo una muy mala opinión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte
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09 de febrero de 2018 a las 05:00
El presidente Trump siempre tuvo una muy mala opinión del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Nafta). Durante su campaña electoral no ahorró los peores adjetivos para descalificarlo. Una vez electo, en abril del año pasado estuvo a punto de abandonarlo pero a último momento decidió renegociarlo, siempre que el proceso finalizara antes del pasado mes de diciembre, lo que no ocurrió.

Ahora, a fines del pasado mes de enero, después de concluir la sexta ronda de la negociación, los representantes de Canadá, Estados Unidos y México anunciaron que algunos progresos habían sido alcanzados.
En particular, hubo coincidencia sobre el combate contra la corrupción, que se agregó a los avances previos sobre las telecomunicaciones, la energía, el comercio electrónico, la pequeña y mediana empresa y algunas reglas sobre la competencia.

El tono positivo de la declaración conjunta dejó atrás la fuerte especulación de los días previos sobre el posible anuncio de Trump de un abandono unilateral del Nafta. Por ahora la historia continúa, aunque nada puede vaticinarse sobre su posible desenlace, porque los problemas de fondo siguen sin solución.
Hasta ahora, la negociación ha estado bloqueada principalmente por cuatro propuestas de Estados Unidos que no son aceptables para sus socios.

Ellas son la finalización automática de un eventual nuevo tratado al cabo de cinco años si los tres países no acuerdan antes lo contrario; un aumento de la cuota de contenido estadounidense en los insumos de la importación automotriz desde el actual 62,5 % hasta un 85 %; la derogación de ciertos mecanismos de solución de controversias; y la derogación del capítulo 19, que permite a las empresas de los tres países recurrir las decisiones antidumping o compensatorias adoptadas por uno de ellos, instancia que hasta ahora fue muy usada en especial por las firmas canadienses.

En relación con la primera propuesta, México y Canadá han planteado la opción de un diálogo conjunto cada cinco años para evaluar la marcha del acuerdo y coincidir en eventuales reformas. Además, Canadá acaba de proponer una nueva forma de medir el valor de los vehículos, para acercar las posiciones con respecto a la propuesta americana, pero ella no fue bien recibida por la representación de Washington. Por ello, en lo sustantivo, todo parece estar igual que al principio.

México ha sido un beneficiario importante del Nafta, principalmente porque empresas norteamericanas de consideración se radicaron allí para aprovechar el menor nivel de sus salarios. Sus exportaciones a Estados Unidos crecieron seis veces y en la actualidad representan un 75% del total.

También Canadá fue favorecido por el Nafta, porque en la actualidad, es el tercer proveedor en importancia del mercado americano, detrás de China y México.

En los últimos tiempos algunas diferencias comerciales han complicado la relación entre ambos países, por fuera del tratado. La fabricación de los aviones Bombardier y Boeing enfrenta diferencias sobre las condiciones de acceso al mercado americano y hay investigaciones en curso sobre las exportaciones canadienses de madera blanda, aluminio y acero. Más del 10 % de las exportaciones de Canadá a Estados Unidos podría verse afectado por eventuales sanciones comerciales.

En respuesta Canadá presentó una demanda global contra Estados Unidos en la Organización Mundial de Comercio. Aunque hay varias instancias institucionales que podrían demorar o aún frustrar una eventual decisión de Trump para abandonar el Nafta, todas las proyecciones coinciden en que en ese caso, las consecuencias inmediatas serían negativas para el crecimiento, el empleo y la inflación de los tres socios, en particular de México.

Pero aún en este caso, difícilmente su economía entraría en recesión. Incluso hasta podría ocurrir que Estados Unidos y Canadá alcancen alguna nueva forma de acuerdo comercial entre ellos.
A partir de ahora se abrió entonces una nueva ronda de negociaciones, que podría extenderse a lo largo de los próximos meses o incluso hasta el año próximo. La dinámica de una negociación siempre está abierta a un giro inesperado.

Pero todo indica que de a poco, las decisiones de orden político habrán de primar cada vez más sobre la discusión técnica, porque en el correr de este año los tres países habrán de celebrar distintas instancias electorales.

México tiene elecciones presidenciales en el próximo mes de julio. Canadá tiene elecciones en junio en Ontario y en octubre en Quebec, que en conjunto representan a más de la mitad de la población del país. Estados Unidos tiene elecciones de medio término en noviembre, que podrían terminar con la mayoría republicana en el Congreso pero en las que además el futuro del Nafta será un asunto dominante en muchos Estados cuya producción se vende a México.

En este marco, no sería de extrañar que los tres gobiernos prefieran dejar para después de las respectivas consultas electorales las decisiones de fondo que, de un modo u otro, podrán ser cuestionadas por los distintos sectores políticos de la oposición. Un eventual recambio de autoridades podría enfrentar de mejor manera que en estos meses el fin de las negociaciones o las concesiones necesarias para tornarlas exitosas.

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