Bueno para los sindicalistas no significa bueno para los trabajadores
Pablo Rossi

Pablo Rossi

Periodista y columnista de El Observador Radio

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El negocio de los sindicalistas no es el de los trabajadores

Seguridad, salud, medidas de fuerza y despidos en el Estado. Un análisis por las diferentes áreas que formaron parte de la agenda de noticias
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04 de abril de 2024 a las 18:03

El gobierno de Javier Milei está marcando una diferencia contracultural; un contra-relato que lo diferencia del kirchnerismo y que se puede observar en materia de seguridad, donde el discurso es menos retórico y más práctico.

Lo que se busca es que el relato sea tangible, y se explica en la utilización de frases sintéticas tales como “el que las hace las paga” o “acá no estamos con los victimarios, sino con las víctimas”, etc. Es en este punto donde el gobierno nacional tiene un terreno mucho más fértil para mostrar resultados. Como contra-relato y como acción directa.

Con respecto al paro de ATE, podemos ver que la medida no tuvo el éxito que se esperaba. Se hablaba de ocupación de ministerios, pero la movida no fue tan fuerte, lo que llevó a la comprobación de algo que todos sabemos, y que hasta el propio empleado estatal y privado saben: los sindicalistas, en todos los órdenes, son aquellos que tienen peor imagen ante la sociedad. Sus medidas de fuerza y sus métodos quedaron devaluados y anacrónicos. Porque también sabemos que han llegado a la conducción gremial con métodos matones y poco inteligentes.

Claro está que no todos son lo mismo y que hay gremios con conducciones más inteligentes (como el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor, SMATA). Pero no se puede olvidar que el Estado, en manos del kirchnerismo, terminó poniendo a tipos que no estaban en condiciones de conducir políticas laborales. Estaban para hacer quilombo y nada más.

En la República Argentina, los sindicalistas se volvieron cada vez más ricos, pero cada vez hubo menos trabajadores formales. No produjeron nuevos puestos de trabajo y fueron perdieron afiliados, de la mano de los que les dieron negocios. Esto está asociado con la pobreza, que si observamos sus cifras desde el año 2006, en la Argentina no hizo más que aumentar, mientras que en países de la región como Chile y Uruguay descendió sostenidamente.

Un fenómeno social inédito

Hay un fenómeno social que, sólo por citar a dos entrevistados con muy diferentes perfiles y actividades entre sí, me sirven para explicar por qué pienso que Javier Milei es una consecuencia y no una causa.

Tanto Alejandro Rozitchner como Javier Timerman explican de diferentes maneras, que lo inédito de este fenómeno social se produjo antes de que Javier Milei cumpla los 100 días de gestión.

La gran mayoría de la sociedad votó a una persona que le avisó que le iba a hacer doler. Una sociedad que ya estaba preparándose para aceptar este tránsito, y esa maduración se produjo antes del 10 de diciembre. Se venía gestando un aprendizaje social silencioso.

Pongo como ejemplo al trabajador privado, que no vive de los subsidios y que vio durante muchos años cómo amigos y familiares vivían subsidiados pero estancados, debido a que la cultura kirchnerista les sacó el músculo de la productividad. Por eso Milei es una consecuencia y no una causa. Porque es el punto terminal de un hastío que fue incubándose desde muchos años antes.

Pensemos en los empleados públicos despedidos que fueron noticia estos días y que contaban que hacía 20 o 30 años estaban en un mismo trabajo. Eso, en la actualidad, es una foto descolorida. Es una historia que podría enorgullecer a algún abuelo nuestro de mitad del siglo pasado o de otro momento del mundo y de la Argentina. Esa estabilidad ficticia del empleado estatal la generó el kirchnerismo y es lo que lo condujo a su propia destrucción. La implosión del modelo populista, un modelo se comió a sí mismo. Ese modelo le hizo creer a millones de personas que era sustentable su incorporación al Estado, cuando en realidad era como haber detenido el tiempo mientras el mundo avanzaba. A esas personas que despidieron estos días, se les rompió el espejismo y se enfrentan así a una realidad cruel e impiadosa.

Del otro lado, se encuentra el empleado de Rappi que sabe bien que el mercado laboral es cambiante y que demanda una elasticidad y una flexibilidad muy diferentes: desde saberes universitarios hasta una experiencia para sobrevivir y adaptarse. El empleado público que hizo lo mismo durante veinte años en un mal Estado, deficitario y corrupto, termina siendo una víctima de aquel que le dio el beneficio.

Un error de comunicación

En otro orden de cosas, finalmente el 2 de abril el ministerio de Salud emitió un comunicado patético para referirse a la situación del dengue en el país. Así como el gobierno tiene muchos éxitos comunicativos, en el área salud o no lo saben hacer, o lo están haciendo muy lento, o no terminan de comunicar lo que piensan sobre cómo enfrentar un flagelo como el dengue.

Javier Milei ha declarado en la televisión italiana que aborrece el Estado. Y desde su teoría, cree que esa una falacia que el Estado puede administrar algo más eficazmente que el sector privado. Sin embargo, él es el Estado y lo tiene que administrar. Frente a una pandemia o epidemia, el primero acto de gobernar es comunicar. Así como Alberdi decía “Gobernar es poblar”, hoy en día gobernar es comunicar. Y más si se tiene en cuenta el miedo que hay en una sociedad que ha salido de una pandemia global. Un miedo que es desproporcionado, y que nos vuelve más vulnerables.

Hay que hacerse cargo del problema del dengue, porque una mala gestión en salud, o que se visibilice que el ministerio se distancia de un problema, puede generarle problemas al presidente. Hay que poner las barbas en remojo y no contestar todo con soberbia, ya que cada cual tiene su compartimento y el ministro de Salud, Mario Russo, tiene que responder por lo suyo.

 

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