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El regreso del Jedi

El centenario Henry Kissinger vuelve a China, eclipsa a todos los jerarcas de la administración Biden, se reúne con Xi Jinping y trae a la memoria mejores tiempos de la política exterior de Washington
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21 de julio de 2023 a las 05:03

Esta vez no tuvo que viajar en secreto a Pakistán y de ahí abordar un avión por la madrugada que lo llevara a Beijing, como en 1971. Pero con sus cien años a cuestas hoy, el incombustible Henry Kissinger sí tuvo que volar más de 20 horas a contramano del huso horario desde el Dulles Airport de Washington hasta el Aeropuerto Internacional de Beijing.

¿Jet lag? ¡Qué va! Hablamos de Kissinger, el hombre que evitó que la Guerra Fría desembocara en una conflagración nuclear y que ha viajado a Beijing tantas veces como años tiene.

Abro aquí un paréntesis para decirles que sí, que sé que en América Latina, y en particular acá en el Cono Sur, no se tiene un buen recuerdo de Henry Kissinger por su participación en el Plan Cóndor y su estrategia de Guerra Fría de apoyar a las dictaduras de la región. Pero mi trabajo es contarles a ustedes cómo se piensa no tanto acá y en la región, sino allende las otras culturas y civilizaciones. Además, a los estadistas globales hay que verlos en su dimensión -valga la redundancia- global. Y ahí Míster Kissinger habla con sus logros; tanto en Estados Unidos como en China es muy admirado. En China sobre todo por su papel en el restablecimiento de las relaciones con Washington y su célebre viaje de marras en plena Guerra Fría.

En 1971, cuando era consejero de Seguridad Nacional, se las ingenió para llegar a Beijing entre gallos y medias noches, en momentos que la China de Mao Tse-Tung no tenía relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Este viaje secreto allanaría el camino para la histórica visita del presidente Richard Nixon al año siguiente, que ayudó a China a salir de su aislamiento y la puso en la senda del crecimiento y el relacionamiento internacional que la ha convertido hoy en una superpotencia.

No exagero un ápice si digo que Kissinger es casi un Marco Polo de nuestro tiempo, un auténtico pionero del encuentro Este-Oeste después de que cayera como una guadaña implacable la cortina de hierro.

Ahora el viejo estadista llegó a China en momentos que Washington ha enviado a varios jerarcas en un intento por descongelar la relación, después que la administración Biden declarara el “desacople” y cometiera una serie de errores increíbles, que el pasado febrero llegaron al culmen con el ridículo derribo de un globo aerostático chino so pretexto de que se trataba de un globo “espía”.

Primero fue el secretario de Estado, Antony Blinken, en una visita intrascendente, sin resultados a la vista, más allá de una señal de distensión de parte de Washington que en China fue reciba como “copiado, gracias” y más nada.

A la de Blinken, siguieron las vistas de la secretaria del Tesoro, Janet Yellen, y del enviado para asuntos climáticos John Kerry. Más o menos con el mismo resultado que la primera.  

Sin embargo, Kissinger fue recibido como un “un viejo amigo de China”. Xi Jinping marca la diferencia con los funcionarios estadounidenses, y lo hace ostensible. Lo de “viejo amigo de China” parece ser un guiño para que la prensa china sepa claramente que el líder está a gusto con el visitante, ya que la cita se repite una y otra vez en los medios estatales del país. La misma distinción había usado Xi el mes pasado con Bill Gates, casi al mismo tiempo que recibía precisamente a Blinken sin ninguna de esas consideraciones ni agasajo especial. En la cultura china, esos gestos se ven como debajo de una lupa; muchas veces tienen más significado que las propias palabras. 

Con diferencia de días, recibió a Bill Gates en una cálida bienvenida mano a mano en la Casa de Huéspedes del Estado Diaoyutai, y a Blinken acompañados de ambas delegaciones en un frío salón de conferencias del que lo despachó al cabo de media hora. A Kerry y a Yellen el líder chino ni siquiera los recibió, mientras que con Kissinger se pasó la tarde, también en la Casa Diaoyutai, adonde el veterano estadista había llegado en su primera e icónica visita.

Kissinger debe de ser por lejos el estadista occidental que más estudió y mejor conoce a China y a los chinos; no en Harvard, por cierto, donde centró sus estudios en Europa, sino, como va dicho, in situ, en el terreno, con su centenar de viajes a lo largo de medio siglo. Su libro China (Debate, 2012) es una fuente inagotable de sabiduría y conocimiento sobre la cultura, el pensamiento y la idiosincrasia chinas. Hace varias referencias y comparaciones entre los juegos del ajedrez y del Go, que denotan no solo un conocimiento bastante avanzado de estos dos juegos de estrategia, sino más aun, un profundo dominio de las civilizaciones y el pensamiento chino y occidental. Y explica algo que casi nadie entiende de este nuevo ascenso de China en la palestra global y su predilección por el llamado poder blando:

“Los pensadores chinos han desarrollado un pensamiento estratégico donde lo que prima es la victoria por ventaja psicológica, al tiempo que predica evitar el conflicto directo”, escribe Kissinger en esta obra que se habrá de leer, y sobre todo de valorar en su verdadera dimensión, en los próximos dos siglos.

Tal vez no con el evidente afecto intelectual que le prodiga a China, pero casi lo mismo se puede decir de su conocimiento sobre Rusia y los rusos. Kissinger fue el artífice de la política de détente que evitó que la Guerra Fría deviniera en una Tercera Guerra Mundial. No es de extrañar que tanto él como su predecesor George Kennan se opusieran vehemente a la expansión de la OTAN a fines de los años noventa.

Pero para entonces los neoconservadores ya habían copado todos los resortes de la política exterior de Washinngton con su visión militarista e imperialista. Con Dick Cheney a la cabeza y su ideólogo Paul Wolfowitz se apoyaron en la secretaria de Estado de Bill Clinton, Madeleine Albright, para conjurar las resistencias al interior de la administración e imponer la Doctrina Wolfowitz, luego llamada Doctrina Bush, ya desde el segundo mandato de Clinton. Y así ha continuado hasta nuestros días plagada de desaciertos, haciendo un corte transversal a los gobiernos republicanos y demócratas. Es hoy la doctrina del establishment.

El regreso de Kissinger a China pone de manifiesto lo nefasto que ha sido la Doctrina Bush: dos décadas perdidas en que EEUU se dedicó a sus guerras eternas en el Medio Oriente y en Afganistán, mientras le dejaba el campo libre a China para expandirse comercial y económicamente en todos los continentes.

En El regreso del Jedi, la última película en la trilogía de George Lucas Star Wars, Luke vuelve a su planeta para salvar a Han Solo de los malos al servicio del Imperio Galáctico de Darth Vader. No creo que Kissinger, el último jedi, pueda salvar a la política exterior de Estados Unidos de los neocon; pero qué bien les haría, aunque más no sea, escucharlo un poco.

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