Laszlo Bock, que fue vicepresidente de recursos humanos de Google, es de esa clase de innovadores en la gestión de personas que se han hecho célebres por sus teorías, pero sobre todo por su capacidad para ponerlas en práctica. Una de las más notorias se refiere al hecho de que, durante su pasaje en Google (2006-2016), la compañía tendía a contratar cada vez a más gente que no hubiera pasado por la Universidad.
Hace cinco años, Bock cifraba en 14% la proporción de profesionales fichados por su empresa que nunca había pisado las aulas, y aseguraba que "una de las lecciones aprendidas tras analizar todos los datos del proceso de selección es que el expediente académico y la puntuación de los candidatos en los test son inútiles como criterio de contratación".
Otra teoría en la que también participó Bock -y que finalmente se ha llevado al mundo real- es la que tiene que ver con el hecho cada vez más común de trabajar sin mandos. Lo que se conoce como la empresa sin jefes. En tiempos de Bock, Google se planteó seriamente la necesidad de tener superiores. Y a pesar de las nuevas teorías en gestión, del aplanamiento de las jerarquías, de dar cada vez más voz y voto a las personas de la organización, de la inteligencia colaborativa y la emergencia de lo que se conoce como accountability -la capacidad de rendir cuentas, que implica la responsabilidad y ser capaz de asumir los errores propios y aportar valor-, la respuesta de Google fue clara, y aún hoy sigue siéndolo: los jefes, nos guste o no, hacen falta en una empresa.
La idea central es que no todo el mundo tiene la capacidad ni la motivación de dirigir. Aunque en determinadas organizaciones haya demasiados mandos, que en vez de sumar restan, tener a alguien que asume la responsabilidad, que gestiona las personas con todos los conflictos que lleva consigo; que toma las decisiones difíciles y que marca el rumbo, los objetivos y las prioridades, es un alivio para aquellos que serían muy desgraciados teniendo que asumir las funciones de jefatura.
La empresa sin jefes, así, solo se puede dar en un mundo utópico en el que todos hacen lo que tienen que hacer sin que nadie se lo diga ni les supervise; y donde nunca hay que decidir nada que suponga un conflicto para determinada gente.
En este asunto de la ausencia de jefes y jerarquía, Laszlo Bock tiene un alma gemela: Tony Hsieh, fundador y consejero delegado de Zappos, la startup de venta de zapatos online hoy propiedad de Amazon. Los proyectos de Hsieh también son auténticos laboratorios para experimentar e innovar sobre la gestión de personas. Y el más conocido se refiere asimismo a la posibilidad de trabajar en una empresa sin jefes. Hsieh trató de aplicar las teorías de Holacracy, un sistema de autogestión que valora la experiencia por encima de la autoridad, y que trata de que el peso de liderar equipos no recaiga en el líder sino en cada persona.
Por un camino diferente, el proyecto sin jefes de Hsieh llegó a la misma conclusión que Google: hacen falta mandos. Al fundador de Zappos, el sistema de autogestión le costó la huida del 14% de la plantilla, porque curiosamente no todo el mundo quería trabajar sin un superior al cargo. Pasados unos meses desde su implantación, la utopía de la empresa sin jefes se convirtió en algo difícil de implantar. Tras el inevitable ensayo y error, quedó claro que el nuevo modelo era confuso y que requería mucho tiempo de adaptación. Algunas veces suponía hasta cinco horas extra de reuniones por semana.
Quizá este fracaso de Hsieh con la empresa sin jefes y la conclusión de Google de que son necesarios provoque cierto shock. Google lleva estudiando la necesidad y relevancia de los mandos desde 2002, aunque en 2008, con su Proyecto Oxygen, la compañía se atrevió a hacer pública una especie de fórmula mágica para describir al mando ideal. Y esta es una pista fiable para agradar a un buen superior. Con más razón si, como parece, resulta inevitable tenerlo.
Según Google, el buen jefe con el que tendrá que trabajar y llevarse bien debe ser un buen coach. Y eso es posible si quien le manda le brinda una retroalimentación oportuna y específica; si le ofrece feedback de una manera motivadora y reflexiva, practicando la escucha activa empática y estando presente, porque es un buen comunicador que sabe escuchar; o si hace preguntas abiertas para valorar su perspicacia.
A todo esto se une que ese mando al que tendrá que seguir por convicción sea un transmisor de pasión, creador de buenos equipos, generador de oportunidades, solucionador de conflictos y líder de acción.
Fuente: Expansión - RIPE
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