El viento más temible de todos

Se prevé que de dos a cuatro serán huracanes categoría 3 o superior, con vientos promedio de 180 kilómetros. Para este año, los nombres de las tormentas, en orden alfabético, son: Andrea, Barry, Chantal, Dorian, Erin, Fernand, Gabrielle, Humberto, Imelda, Jerry, Karen, Lorenzo, Melissa, Néstor, Olga, Pablo, Rebekah, Sebastien, Tanya, Van, y Wendy. Por más que el período de tormentas en el Atlántico recién comienza mañana, la tormenta subtropical Andrea, de corta duración, comenzó tener actividad cerca de las Bermudas el 23 de mayo, haciendo que este sea el quinto año consecutivo en que una tormenta con nombre se forma antes del inicio oficial de la temporada, presentando otra evidencia sobre el impacto del cambio climático en todo el planeta.

Aunque los presagios ominosos de los meteorólogos no siempre se cumplen respecto a intensidad y daños, hasta octubre nadie en la amplia zona geográfica estará librado de riesgos. No es improbable que en algunos estados de la Unión Americana, de México y en islas del Caribe millones de personas deban otra vez abandonar su hogar cuando se aproxime un huracán de proporciones monstruosas capaz de borrar ciudades completas con su poder destructor.

Cuando una tormenta toca tierra, la gente se aglutina en refugios construidos para resistir la furia aplanadora de vientos que fácilmente pueden llegar a los 250 kilómetros por hora. Vuelan autos, techos y vacas, como en la película Twister. Volará lo que el viento quiera. Nerviosa y desolada, la gente abandona sus casas pensando que será la última vez que las verán limpias y en orden. Consigo sólo cargan algunas prendas de vestir para hacer menos intolerable el tiempo a compartir en el refugio, también su dinero (joyas) y lo que no podríamos suponer: fotografías. Son escenas que parecen provenir de la ficción, pero las poblaciones, sobre todos las de bajos recursos, las tienen como parte muy posibles en su realidad durante los próximos meses.

Las imágenes del pasado estampadas en un pedazo de papel son rescatadas de los cajones y cargadas como si fueran el tesoro más impostergable. Ahí está el álbum familiar, cuando los abuelos todavía vivían, cuando el hijo mayor era un niño y aún no se había divorciado, cuando la esposa era una muchacha en flor sin una cana a la vista. Ahí están todos, juntos y jóvenes, antes de que el tiempo los cambiase. El viento huracanado podrá llevarse todo, heladera, lavarropas, tostadora, incluso el piano y hasta las bicicletas, pero sería impensable perder para siempre las imágenes del pasado. Porque, si se perdieran, ¿cómo poder luego recuperarlas, reponerlas?

No es tan fácil, mejor dicho, es imposible, rebobinar y traer de un saque el pretérito al hoy, ese pedazo de tiempo que nos ancla en nuestra condición. Seguimos dependiendo de la memoria para ser lo que somos. Por eso le creemos a las imágenes que vienen de allí y nos aseguran que todo viento destructor pasará, como ha pasado siempre, y que el sol volverá a brillar. Es la vieja lección que sale del ayer y nos invita a seguir viviendo.