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Entre Hollywood, vino blanco y las reposeras: así fue la última noche del Festival de Cine de José Ignacio

El viernes terminó la 9° edición del José Ignacio Film Festival, que con su propuesta de “cine bajo las estrellas” se convirtió en un imprescindible del verano
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15 de enero de 2019 a las 05:00

Hola”. Son Francesas. “¿Cómo te llamás?”. Las amigas, que están adelante, son brasileñas. “¿Son de acá, de José Ignacio?”. Las francesas son madre e hija; la primera tendrá unos 50 largos, la otra unos 30 y pico. “Venimos hace tiempo, sí”.  Vienen desde hace tiempo, dicen. “¿Mary Poppins, vieron la primera? ¿Cómo que no?”. Ellas sí la vieron, varias veces; son fanáticas de la niñera del paraguas; también son fanáticas de José Ignacio, a donde vienen siempre, como explican de nuevo. “Nos encanta el Festival”, dicen.

La dos se sientan en frente a la pantalla; hablan de algo en francés, la amiga brasileña parece que las entiende y se ríe. “¿Se quedan a las dos películas? ¿Ya se vuelven a Montevideo?”. La respuesta es positiva, pero es probable que no la lleguen a escuchar, porque unos segundos antes de que la hija francesa cierre la pregunta, un parlante se parte con una música arabesca y la pantalla inflable que hay al final de la calle en bajada se enciende. Aparecen unas dunas y un loro que sobrevuela la arena. “Mamá, Aladdín”, dice la hija. “Ah sí, Aladdín. Me gusta”, dice la madre. La pantalla salta a El Rey León. Después, a la película, al fin. Madre e hija se acomodan. Atrás de la pantalla, el mar. Arriba del mar, el cielo, y el cielo, oscuro. Las estrellas, limpias, se amontonan, se multiplican, se ven. La noche es clara. Está fresco, tirando a frío. Hay olor a mar. 

El regreso de Mary Poppins iba a cerrar la novena edición del José Ignacio International Film Festival (JIIFF), pero el verano lluvioso del 2019 la adelantó. Esta noche no llueve, y por eso la organización aprovechó. Primero, la historia de la niñera que llega volando, que es apta para todo público y que todavía tiene unos días de descanso hasta que se estrene en todas las salas del país. Después, un momento para cenar. Un poco más tarde, el plato adulto, más característico del festival: La favorita, de Yorgos Lanthimos, será la función que cerrará el acontecimiento cinematográfico anual del balneario más exclusivo del Uruguay.

Cuando Emma Stone, Olivia Colman y Rachel Weiz aparezcan en el proyector –a eso de las 23.30, según decía la convocatoria– empezará el fin de un ciclo que ya tiene nueve vueltas a la Tierra, y más de 35 películas exhibidas. Pero el JIIFF no arrancó siendo un festival. En 2011, apenas podía considerarse un ciclo cinematográfico, ya que en su primera presentación solo se pasó una película: fue Yo maté a mi madre de Xavier Dolan, que apenas salía de la adolescencia y ya era nombrado como un niño prodigio de la cámara. Dolan, al igual que otros cineastas incipientes y talentosos como Sean Baker (Tangerine, El proyecto Florida), siguieron estrenando sus películas a medida que el evento crecía –es más, Baker tiene hoy diálogo y contacto fluido con sus organizadores–. 

De a poco, el JIIFF fue ganando terreno, creciendo en propuestas y espectadores, y desde hace algunos años es, sin discusión, una de los acontecimientos que destacan en la temporada esteña. Desde sus tres sedes –La bajada de los pescadores, donde se está pasando Mary Poppins; la chacra La Mallorquina; y La antigua Estación de Pueblo Garzón– se han mostrado todo tipo de películas, desde eventos comerciales hasta producciones mínimas de autor.

Este año, el JIIFF tuvo una de las grillas más interesantes de todas. Abrió con Cold War, elogiada producción del polaco Pawel Pawlikowski, siguió con Woman at war, una pequeña y atractiva producción islandesa, Border, una película israelí que ganó el premio Un certain regard en Cannes, Non fiction, del interesante Oliver Assayas, y luego las mencionadas Mary Poppins y La favorita

Las aguas del festival

En los momentos de silencio de la película, lo único que se escucha es el ruido de las olas. Sin embargo, de vez en cuando las risas de los espectadores se cuelan entre las reposeras. Ah, sí, porque esto es un mar: un mar de reposeras. Ese mar resulta curioso, porque en él conviven de manera orgánica el apartado vip –donde chocan las copas de vino blanco, flamean las camisas de lino y se encadenan las historias de Instagram–, con el circuito más playero –con termo y mate, conservadora con refuerzos y frazada para dos o tres–. 

Delante de todo, cerca de la pantalla, está Fiona Pittaluga, la hacedora de todo. Ella, treintañera, entusiasta del cine, es la directora del festival. Su verano gira casi permanentemente en torno al JIIFF, y por eso este día de cierre, donde se pone punto final a un año de trabajo que incluye recorridas por festivales tan prestigiosos como el de Cannes, es un día de festejo. 

Más temprano, antes de la película y de que el sol termine de esconderse, en la casa JIIFF –una sede estrenada en 2019, con una vista impresionante a las aguas del Atlántico– Pittaluga está entre productores, directores de cine y colaboradores del evento. Allí están, por ejemplo, Fede Álvarez (nuestro hombre en Hollywood), Martín Papich (director del ICAU) o Fernando Epstein (productor). Hay comida, hay cerveza y hay charla. Y todos ellos están allí reunidos por la directora, que tiene una misión entre ceja y ceja para su festival: comenzar a estirar los lazos hacia el rubro de la producción y del mercado.

“Estamos muy contentos con lo que hemos logrado hasta ahora, con las películas que hemos proyectado, con la dinámica y con la audiencia. Estamos felices. Nuestra meta ahora es focalizarnos en la parte de industria, y por eso estamos haciendo este encuentro de productores. Es algo que sentimos que falta. Hicimos dos años Usina del sur, un working progress que se va a volver el año que viene, también un concurso de cortos. Estamos trabajando en ello”, dice Pittaluga. Explica que también han comenzado a implementar una residencia para artistas en Campo Garzón y a tener vínculos estrechos con Ventana Sur, uno de los festivales/ferias de cine más importantes del continente.

De a poco se acerca la hora de bajar hasta la rampa de los pescadores, que se ve desde el balcón de la casa. De a poco, también, todos los reunidos en ese estar que mira al mar comienzan a descender y a ocupar sus lugares. Reposera lista, manta desenrollada, comienza la función.

“Este lugar tiene todo para crecer. Es increíble. El año que viene cumplimos 10 años y seguimos proponiendo el disfrute de la experiencia de ver cine después del atardecer. Es algo que te cambia la percepción”. Pittaluga cruza la mirada con el sol, que baja cada vez más por detrás de la pantalla inflable. Sí, es probable que tenga razón, que rodeado de esos parajes y paisajes, con el beneplácito de la naturaleza y uno de los lugares más hermosos del país, el JIIFF tenga todo para crecer.  Las francesas, por ejemplo, estarían de acuerdo. 

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