Francisco Bustillo no renunció a esbozar la sonrisa ni en su hora más oscura, blanco de las insistentes preguntas periodísticas que él mismo había prometido responder el día que presentó su renuncia a la cúpula del Ministerio de Relaciones Exteriores y a las que este viernes, a su salida de Fiscalía, asistió en silencio.
Diplomático hace casi 40 años, pero sin un inglés fluido, el ahora excanciller mantuvo la compostura para repartir el comunicado de prensa al que se limitó su versión de los hechos que le costaron el cargo, alegando que le dijo "figuradamente" a la exviceministra Carolina Ache que "perdiera" el teléfono para que no saliera a la luz que las autoridades de Cancillería y Ministerio del Interior sí estaban al tanto de quién era Sebastián Marset cuando este narcotraficante recibió el pasaporte uruguayo mientras estaba preso en Emiratos Árabes.
No es la primera vez que esgrime el "sentido figurado" para relativizar de sus dichos. “Me importa aclarar también que cuando decimos que no conocíamos a Marset es claro que no lo decimos en sentido literal, sino en sentido figurado, porque todos sabemos que el Marset de marzo no es el Marset de octubre”, decía en la interpelación del 22 de agosto del 2022 a cargo del frentista Mario Bergara.
Literal o figurado, los jerarcas estaban al tanto que Marset era un narcotraficante al mismo tiempo que este tramitaba un pasaporte desde la cárcel en Dubái.
Bustillo dejó el Palacio Santos con dos interpelaciones parlamentarias en su legajo que aún hoy seguían sin suturar (Marset y Salto Grande) y con dos renuncias ofrecidas al presidente Luis Lacalle Pou desde que el mandatario lo nombrara el 30 de junio de 2020.
"Pancho" aterrizó en el Aeropuerto Internacional de Carrasco proveniente desde Madrid el 5 de julio de 2020 para tomar al día siguiente la posta del renunciante Ernesto Talvi, cuya marca insignia no tardó en borrar de un plumazo al arremeter contra la "mal llamada diplomacia de cóctel", que a su entender "no es otra cosa que muchas horas de esfuerzo”.
Íntimo del blanco Luis Lacalle Herrera, tuvo la confianza de Tabaré Vázquez para ser embajador ante la Argentina durante su primer gobierno, tuvo en la chacra de José Mujica una de sus primeras visitas al apostarse en la Cancillería y en su gestión recibió el respaldo de Lacalle Pou, un íntimo amigo, aún cuando el fuego venía de filas oficialistas.
Fanático de Nacional en el fútbol, de Trouville en el básquetbol y de Cuervos en rugby, enfrentó cuestionamientos de propios y ajenos cuando en noviembre del 2020 removió como negociadora del acuerdo Mercosur-Unión Europea a la distinguida Valeria Csukasi y cuando recibió entre risas la consulta del periodista Leonardo Sarro respecto al clientelismo en la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande: "¡No te escucho!", esquivó.
La gestión de tres años quedó signada por la que describiera como una "tristísima realidad" del Mercosur y unos socios que nunca habilitaron la flexibilización del bloque pese a los varios intentos uruguayos. A pesar del anuncio del presidente Lacalle de que China mostraba su disposición a avanzar con Uruguay en un Tratado de Libre Comercio (TLC) y varias reuniones con autoridades de ese país, Bustillo nunca logró torcer una negociación que terminó desembocando en la necesidad de cerrar el acuerdo con todo el Mercosur.
El hasta ahora canciller debió desactivar polémicas por insólitos gastos menores, como un almuerzo de $33 mil a base de milanesas que terminó cubriendo de su bolsillo, una investigación administrativa por diez engrampadoras que costaron más de US$ 4 mil y 17 viajes con auto oficial a su residencia temporal en Punta del Este entre enero y febrero del 2021. "Yo creo que ahora el hombre está cobrando por cobrar. En realidad creo que le están pegando por pegar. Porque no hay ninguna ilegalidad y desde mi punto de vista ningún acto inmoral", lo defendió Lacalle.
Pero hasta el propio Lacalle Pou tuvo que intervenir para salvarle el pellejo y corregir decisiones en organismos internacionales, como no condenar la invasión rusa en Ucrania en la OEA, que habían llevado al país a quedar expuesto ante la comunidad internacional.
Una gestión centralista, con concentración absoluta de decisiones y procesos en un reducido grupo de personas de confianza, le valieron cuestionamientos y roces con distintos funcionarios del ministerio y una relación conflictiva con Carolina Ache, quien fuera su número dos durante buena parte de su gestión y la gestora de su caída.
Pero los inconvenientes no solo fueron puertas adentro. El ministro mantuvo una relación tirante con otros organismos del estado, como el Instituto Nacional de Derechos Humanos o Uruguay XXI, institución que sufrió una notoria pérdida de relevancia durante esta gestión.
Una relación de amistad de años y hasta con un componente familiar con el presidente Luis Lacalle Pou lo protegieron durante sus horas más complicadas, el propio mandatario puso su cara para defenderlo ante los embates opositores pero también de los socios. Pero ese vínculo no fue suficiente para mantenerse en el cargo cuando una conversación grabada dejó en evidencia su rol para intentar ocultar pruebas con el objetivo de evitar de que no salga a la luz un grueso error político.
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