Portada de Acción del 21 de julio de 1969

Espectáculos y Cultura > Llegada del hombre a la Luna

Guerra de canales y enviados especiales: así contaron los medios uruguayos el alunizaje

Los medios uruguayos le dedicaron varias páginas y minutos de aire a la llegada del hombre a la Luna; dos protagonistas de la época recuerdan cómo se vivió en canales y diarios
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20 de julio de 2019 a las 05:02

Horacio Valverde vende pantuflas en la calle Sarandí. Cada día vende entre 25 y 30 pares, y sus principales clientes son los turistas de Ciudad Vieja. Por ahora el negocio le alcanza para ir tirando, pero trabaja muchas horas y apenas le queda tiempo para escuchar la radio. Eso no significa que no se haya enterado de lo que pasó; está ocupado pero no vive adentro de un termo. Sabe muy bien que en ese frío miércoles de julio acaba de pasar algo histórico, aunque tampoco le importa demasiado. Apenas conoce algunos detalles del lanzamiento y tiene cosas más graves de las que ocuparse. De que se vendan las pantuflas, por ejemplo. Aun así, contesta la pregunta del periodista que lo abordó. ¿Su respuesta? Cree que será “una gran aventura”. 

Al final, Horacio no andaba desencaminado: el alunizaje fue, en efecto, una gran aventura. ¿La más grande de la historia de la humanidad, como varios titulares del momento se apresuraron a decir? Eso es más discutible. Pero lo cierto es que aunque en las calles montevideanas de aquel julio de 1969 no se respiraba demasiada agitación y las preocupaciones mundanas eclipsaban cualquier ansia conquistadora, el resto del mundo sí aguantaba la respiración. La misión del Apolo XI se vendía como el quiebre de la última frontera ante lo desconocido y las expectativas se contagiaban en todo el planeta. Incluso de este lado del hemisferio.

De seguro a esta altura de la semana la avalancha de datos, notas, tuits, reportajes y especiales sobre los 50 años del alunizaje ya lo habrán sepultado y/o hartado, pero es que la fecha y el hecho tampoco son como para tomar a la ligera; ni siquiera Horacio, que no tenía mucha idea de lo que había pasado, lo hizo.

Se sabe muy bien que el pisotón de Neil Armstrong sacudió al mundo en un montón de aspectos. Los políticos y los científicos fueron los más obvios, pero desde el punto de vista mediático también partió aguas. La llegada a la Luna pautó una innovación sin precedentes en distintos niveles e impulsó, entre otras cosas, una transmisión televisiva global que llegó hasta nuestro país. Pero también pasaron más cosas. La revista New Yorker, por ejemplo, mandó a sus periodistas a recorrer las distintas fiestas que se organizaron durante la noche del 20 de julio de 1969 en Nueva York para atestiguar la llegada al satélite, y el resultado es una insólita crónica que incluye bares, disfraces y calles mojadas y colmadas de personas. Esta semana, en la que varios medios aprovecharon para revivir sus coberturas de la época, la revista volvió a publicar algunas de esas crónicas en su web como parte de un especial.

Pero en Uruguay también hubo movimientos intensos: los diarios y semanarios se plegaron al hecho con notas de color –“Los astronautas también fueron niños” o “Esta es la comida que comerán los héroes”– y distintos reportajes especiales de varias páginas; se enviaron periodistas a territorio estadounidense y hasta hubo una guerra entre los canales por los derechos de la transmisión del alunizaje. Justamente, el testimonio de Horacio –el de las pantuflas– pertenece a un informe especial que el diario Acción publicó el día después del despegue. Uno de sus periodistas salió a recorrer el Centro de Montevideo para conocer las reacciones locales, y se encontró con varias perlitas citadinas que documentó en una nota que salió en portada. Entre canillitas, músicos, floristas, taxistas y estudiantes, los testimonios se enmarcan en un título de bajo perfil que pretende, al parecer, ser una especie de termómetro callejero: “Que sea para la paz…”, se puede leer en la página.

Acción, 17 de julio de 1969

Acción –fundado por Luis Batlle Berres y en circulación hasta 1973– fue uno de los medios escritos que publicó los titulares más llamativos de la época, con letras enormes y títulos tremendistas donde no se escatimaban elogios ni adjetivos. “Tres hombres van hacia su cita lunar con la historia. A la hora fijada se inició la más fabulosa aventura emprendida por el hombre”, se lee por ejemplo en el título principal del jueves 17 de julio. Ese mismo día, El País abría con una portada un poco menos excitante: “En ruta hacia la Luna”.

Pero uno de los medios escritos que más tinta volcó al satélite y sus tres conquistadores fue El Día, que emitió un suplemento diario de cinco páginas en el que se publicaban notas científicas, políticas y de cualquier tema que pudiera ser vinculado con el alunizaje. Desde planos del Apolo XI hasta la historia del uruguayo que tenía un yerno trabajando para la NASA, “El Día Espacial” era una fuente inacabable de noticias y curiosidades lunares. Sin embargo, su mayor valor fue que tuvo la posibilidad de tener in situ a un periodista que, por varios días, estuvo sentado en la platea de la NASA viendo como desde allí se cambiaba el rumbo de la historia.

Acción, 17 de julio de 1969

En suelo oficial

Está en Cabo Kennedy, en una especie de sala de cine con espacio para 400 personas y la tensión se siente en el aire. La fecha está marcada en el calendario desde hace tiempo y todo está cronometrado para que las cosas sucedan previsiblemente, como ha pasado cada uno de los días anteriores. Pero el riesgo está latente. La sala es un amasijo de nervios y periodistas inquietos, y entre la multitud, dos filas más abajo de donde se sienta él, la periodista/celebridad italiana Oriana Fallaci responde a los saludos, los elogios e hipnotiza a todos con su carisma. Que Oriana esté allí marca la importancia del momento.

Cuando pasa, cuando Armstrong pisa finalmente la Luna, el auditorio explota en un aplauso. Se liberan las tensiones. Se siente el peso de la historia en los hombros. Leonardo Guzmán, el único periodista uruguayo presente en las instalaciones de la NASA en ese momento, lo recuerda 50 años después y con claridad: “Aquel aplauso fue el aplauso de la condición humana. Y fue hermoso”.

En julio de 1969, Guzmán, que era abogado, editorialista de El Día y tenía 32 años, viajó a Estados Unidos con el propósito de contar para el diario lo que la televisión no podía mostrar. Esto implicaba desplazarse entre Cabo Kennedy y Nueva York, a la caza de crónicas que evidenciaran el sentir de una nación que el mismo año experimentaría Woodstock, el alunizaje, Stonewall y Vietnam. Era la crónica de una hazaña desde el lugar de los hechos, sí, pero también un termómetro uruguayo para una sociedad que estaba al borde de un precipicio denominado "el verano del amor".

“El trabajo consistía en desplazarse cada día desde Orlando hasta la base de la NASA, y hay que entender que en total eran 340 kilómetros cuadrados que cubrir, más que la mitad del departamento de Montevideo. Recuerdo sobre todo el compañerismo entre los periodistas, que estaban en distintas misiones. Teníamos muchas dificultades prácticas, porque había realmente mucha gente en aquel momento y las salas de prensa, por ejemplo, se desbordaban. Durante la despedida de los tres astronautas no hubo preguntas. Los vimos, les tomamos fotos, muchos gritaron algún ‘viva’ y todos sentimos que se trataba de una misión que sobrepasaba lo ordinariamente humano”, cuenta Guzmán desde su oficina en el Centro.

Leonardo Guzmán

Hoy, Guzmán ejerce como abogado y es columnista del diario El País. Fue durante años director de El Día y también encabezó el Ministerio de Educación y Cultura entre 2002 y 2004. Con 82 años todavía recuerda varias imágenes de aquel viaje estadounidense, y mientras algunas son poderosas reflexiones que hablan del alunizaje como punto de no retorno para la ciencia y la tecnología –"aquel momento culminó un modo de hacer ciencia que derivó en una tecnología que era para muy pocos"–, otras son un poco más mundanas: “La noche del lanzamiento nos quedamos dormidos. Recuerdo que fue la primera noche que comí pollo frito en KFC, de donde me hice cliente para siempre”.

Entre sus crónicas desde Estados Unidos se destacan, por ejemplo, una titulada "Nueva York ante la Gran Aventura" donde retrata el sentir de los habitantes de la Gran Manzana previo al lanzamiento del 16 de julio. "Es la hora del hombre", escribe Guzmán, "de la victoria deseada o de la derrota jamás descartable. (...) El mundo entero se halla pendiente de la hazaña. Aquí se sabe eso, pero la vida no se detiene: menos que menos Estados Unidos, donde se lucha bajo los dogmas de la eficiencia".

El Día, 12 de julio de 1969

A pesar de que la tecnología estaba muy avanzada para la época –Guzmán recuerda su sorpresa al ver que a la NASA no se le pasaba ni un mínimo detalle–, a la hora de enviar las notas al país de origen no todo cuadraba siempre bajo las expectativas. “Mandar las notas era una complicación, porque había que llevárselas a la United Press, que por entonces existía, y ellos la mandaban por télex. Tenían una cola de notas, así que podían demorar. Alguna no llegó al día de publicación”.

A Guzmán le hacen gracia las teorías conspirativas que, posteriormente, salieron a desmentir el alunizaje. Le hace gracia pensar que todo aquel descomunal aparato en el que vivió durante algunas semanas haya sido un fraude. Los recuerdos no lo engañan; sabe que estuvo en el lugar preciso en donde se marcó un gran mojón del siglo XX. “Los argumentos no se sostienen en pie. Quienes vimos y vivimos aquello, no podemos creer que aquello haya sido un montaje”, asegura.

La guerra uruguaya por la Luna

Armstrong pisando el polvo gris e ingrávido, Buzz Aldrin a los saltos fuera de la nave, el módulo lunar recortado sobre un cielo denso y negro, la bandera estadounidense sostenida en el aire por la falta de gravedad; el alunizaje fue pura imagen y así lo recuerdan los que lo siguieron en vivo y los que no. Y si algo caracterizó a la misión del Apolo XI fue que esas imágenes, justamente, se esparcieron por las pantallas de todo el mundo en una transmisión global casi sin precedentes, de la que Uruguay no quedo afuera.

Pocas semanas antes del despegue, Miguel Olivencia, gerente de comercial y productor de canal 12, viajó a Panamá a una cumbre de medios inédita. Allí, a instancias del canal norteamericano ABC, se reunieron todos los afiliados de la señal para acordar la transmisión y aprontar lo que sería un evento mundial. Olivencia, que tenía 33 años, se volvía con los derechos oficiales para Uruguay –y para canal 11 de Argentina– y en ese esquema, el 12 sería el único canal del país habilitado para transmitir todo el proceso del alunizaje. Pero la historia terminó siendo diferente.

Miguel Olivencia

“Teníamos los derechos, lo habíamos comprado y éramos socios de ABC. El jueves de esa semana se transmitió exclusivamente el despegue, algo que no hizo ningún otro canal. El tema fue que el señor Hugo Romay, dueño del canal 4, tenía mucha influencia en el ministro de Cultura del momento, el señor Federico García Capurro. Al haber sido avasallado por la transmisión del 12 del lanzamiento del Apolo XI, Romay recurrió al gobierno y este declaró la transmisión del alunizaje de interés nacional. Al final, la llegada salió en cadena por todos los canales”, cuenta ahora Olivencia, que tiene 83 y está jubilado de la actividad publicitaria.

Aunque Olivencia matiza la disputa entre los canales, de verdad fue una guerra sin cuartel entre dos bandos bien diferenciados, que cruzaban declaraciones y que fue documentado por las páginas de la época. Así, por ejemplo, lo contaba Acción el 17 de julio.

Acción, 19 de julio de 1969

“Nadie hubiera imaginado que la sensacional aventura de tres solitarios astronautas fuera motivo de una guerra. Las hostilidades comenzaron el miércoles 16, pocos minutos antes del lanzamiento, y quizás lleguen a su punto álgido en la noche del domingo (…) Es la guerra de los canales de televisión uruguayos, cuyas escaramuzas aún siguen. Los contendientes se han tirado con furiosos remitidos, con decretos y telegramas colacionados. Ahora se ‘tiran’ con las declaraciones que recogemos más abajo”.

“El 12 fue el paladín por el cual todos pudieron ver la llegada a la Luna en Uruguay, sin haber pagado el resto de los canales un mango. Solo pagamos nosotros” asegura Olivencia. A pesar de las rispideces del momento, el hombre recuerda la época con cariño. Todavía se sorprende que se haya podido haber hecho la transmisión, y tiene grabado a fuego el momento en que Armstrong puso el pie, finalmente, en el satélite.

Transmisión del especial Misión Apolo 11, programa especial de Canal 12

“Todos quedamos helados cuando él bajó, cuando dio los primeros pasos. Sentimos que estábamos ante algo histórico. Fue increíble haber podido hacer esa transmisión, porque además era la primera que se hacía de ese tipo, a escala mundial. Es una historia para no olvidar”. 

Hay un momento en que los testimonios de Guzmán y Olivencia se encuentran. Desde puntos muy diferentes del mapa, pero trabajando casi con el mismo fin, el peso de la historia une sus relatos y los mantiene pegados hasta el final. Aparecen los recuerdos personales, la expectativa a flor de piel, la emoción de los medios nacionales por el evento y la sensación de que el 20 de julio de 1969 algo cambió. Ambos lo recuerdan con claridad y es probable que así suceda durante el resto de sus días. Al fin y al cabo, ellos vieron de primera mano como la barrera espacial se caía por el éxito del Apolo XI, y además trabajaron para transmitirlo y contarlo al resto de los uruguayos. Y para quienes siguieron con su vida y sus rutinas durante aquella semana clave –como Horacio, el vendedor de pantuflas, que siguió firme en su puesto de la calle Sarandí–, eso fue casi tan importante como el propio paso sobre la superficie lunar.

El pabellón que viajó a la Luna
El Apolo XI se trajo de la Luna varias muestras de rocas, pero también una serie de banderas de los países miembros de la ONU que viajaron en la nave junto a los astronautas. Cuando la misión regresó, el presidente Richard Nixon obsequió esas banderas a cada país, junto a muestras de suelo lunar. Uruguay tiene su ejemplar y hasta 2011 estuvo ubicada en el Planetario de Montevideo, pero luego se trasladó a la base aérea de Boiso Lanza, donde se encuentra hoy.
 

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