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Houston, aquí Casavalle: alumnos que fabrican cohetes

Tres adolescentes de una zona de contexto crítico ejecutaron un proyecto que parece poco probable en Uruguay. Pablo, Facundo y Ezequiel aprendieron diseño 3D, robótica, algo de matemáticas, química, física y hasta meteorología para lanzar su cohete
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10 de noviembre de 2018 a las 05:04

Sin necesidad de un Cabo Cañaveral ni de ninguna millonaria estructura de lanzamiento, en el medio del temido y golpeado Casavalle fue lanzado un cohete uruguayo. Seis, más precisamente, a lo largo de los últimos meses. Fueron pequeños cohetes, hechos a medida de sus creadores adolescentes, y llegaron hasta unos 900 metros de altura. Son parte del proyecto Tropoexplorer, que participó (parcialmente) esta semana de la Olimpíada de Robótica, Programación y Videojuegos de Ceibal. 

“El tubo del cohete es de cartón, aunque para esta segunda versión le agregamos materiales de impresión 3D,” explicó Pablo Zamora, uno de los tres responsables. “También le agregamos un aislante de cerámica que impide que el plástico se derrita”, acotó Facundo Correa, su compañero. El tercero de grupo se llama Ezequiel Rosa, pero no pudo llegar a la entrevista porque se engripó seriamente. Él es el más chico, con 14 años, mientras que Pablo y Facundo tienen 15. Los tres son compañeros de tercer año del liceo técnico que funciona dentro de la Fundación Los Pinos, donde se aplica la currícula que marca la UTU para las instituciones de su tipo, pero con la metodología ABP, Aprendizaje Basado en Proyectos.

Problemas ambientales

Este año, en el grupo de tercero, los alumnos desarrollaron varios proyectos en torno a la temática propuesta del medioambiente y la contaminación, según explicó el profesor de tecnología Daniel Morisio, quien tuteló este proyecto. “De ahí surgieron varios disparadores, como la chatarra electrónica, la basura orbital y la contaminación de los mares. Los alumnos proponen soluciones teóricas como, por ejemplo, una red para captar la chatarra espacial. Los proyectos se evalúan como aceptable o no aceptable, de acuerdo a la metodología ABP ya que la idea es ver porqué es aceptable o porqué no y qué se puede hacer para mejorar”, apuntó.

La consigna del medioambiente se extendió de forma curricular solo durante el primer semestre, ya que en esta mitad del año se concentran en robótica. Pero el trío de Pablo, Ezequiel y Facundo resolvió continuar con el perfeccionamiento de su cohete con la meta de presentarlo en las Olimpíadas de Ceibal. El dato no es menor, porque sus infancias en un barrio pobre al que casi todo Montevideo mira con miedo y prejuicios, habían encontrado antes una pequeña ventana a través de las Ceibalitas.

“Hoy en día nos juntamos (con mi amigo Nahúm) y hablamos de cosas que no entendería ninguno de los que iban a la escuela con nosotros y tuvieron las ceibalitas. De hecho, si ahora nos dan una, la damos vuelta”, dijo Facundo Correa

“Desde la escuela me gusta esto”, contó Facundo, tal vez el que más explicita la influencia de este programa en su formación. “Tenía un vecino, Nahúm, con el que nos gustaban estas cuestiones y probábamos motores, investigábamos y hacíamos cosas. Era un tema nuestro porque como que a mi familia no le llama mucho la atención, aunque cuando les cuento esto se ponen orgullosos. Me decían si quería salir a la plaza y les decía que prefería quedarme con mis cosas. Cuando a Nahúm y a mí nos llegaron las ceibalitas teníamos 7 años y no podíamos creer todo lo que se podía hacer ahí. Todos los días les descubríamos algo nuevo y siempre hablábamos de lo que cada uno iba encontrando por su lado. Hoy en día nos juntamos y hablamos de cosas que no entendería ninguno de los que iban a la escuela con nosotros y tuvieron las ceibalitas. De hecho, si ahora nos dan una, la damos vuelta”, relató. 

El caso de Pablo es algo distinto: “Cuando empecé acá (en Los Pinos) no sabía nada de tecnología, tampoco entendía porqué estaba acá. Fue mi abuela la que decidió anotarme en este liceo porque tenía buenas referencias. No tenía ningún conocimiento de nada hasta que  saltó el tema de la tecnología o robótica y empecé a pensar en estas cosas. En mi casa tenía computadora, Play y todo eso, pero nunca me pasó lo que le pasó a Facundo desde la escuela, de querer investigar más”.  

Problemas de diseño

Pablo muestra en su computadora un diseño en tres dimensiones de un objeto que parece ser una hélice, pero que tiene otras cosas. Explica que ese objeto es la sonda atmosférica que irá en la versión final del cohete; se podría decir que es su alma y razón de ser. De hecho, lo que participó de las Olimpíadas de Ceibal bajo el nombre LTD fue específicamente la programación de la sonda. 

“Se basa en una semilla de arce que nos mostró el profesor”, explicó sobre el diseño de la sonda, “que como tiene forma de hélice, tiene una forma especial de descender”. 

Otro referente más antiguo para esta sonda fue el dibujo de la máquina voladora de Da Vinci, que ya en el siglo XV anticipó al helicóptero. El diseño en 3D también fue hecho con los programas que aprendieron a usar en el liceo. Pablo y Facundo explicaron con toda seriedad cómo ubicarán los sensores en la sonda, en particular uno llamado BMP180, que mide presión y temperatura.

Pero, como sucede con esta clase de proyectos, a medida que avanzaban encontraban problemas y tenían que aprender cómo resolverlos. Uno de esos problemas terminó por disparar la alarma de incendios dentro del liceo. Otra de las dificultades fue medir bien el punto en que el cohete empezaba a inclinarse.

“Cuando empecé acá (en el liceo de Los Pinos) no sabía nada de tecnología, tampoco entendía porqué estaba acaba (...) No tenía ningún conocimiento de nada hasta que saltó el tema de la tecnología o robótica y empecé a pensar en estas cosas”, comentó Pablo Zamora

“El cohete tiene un sensor de inclinación, un giroscopio”, señaló Facundo, “y con eso fue que, cuando llegaba al punto del apogeo, el cohete se inclinaba”. Este dato, a su vez, afectaba el momento y la altura del disparo de los paracaídas. “Con los datos que nos dio el giroscopio, detectamos que capaz que teníamos que reducir el tiempo de eyección del paracaídas a cuatro o tres segundos para que aguante”. Pero para llegar a eso, tuvieron que probar algunas versiones del cohete que no lanzaban su paracaídas a tiempo, o que directamente no lo hacían.

Para ver las opciones de combustibles se contactaron con la Asociación Uruguaya de Cohetería Experimental. Ahí les recomendaron, entre otras cosas, que usaran sorbitol, una clase de azúcar. Hicieron lo que se conoce como combustible candy, habitual para propulsar cohetes y pirotecnia y que se compone por nitrato de potasio, azúcar y agua. Ellos optaron por el azúcar impalpable. 

Soluciones de robótica

El proyecto tenía que incluir robótica, ya que de otro modo no podían participar en las olimpíadas de esta semana. “Hay un concepto de robótica que está medio a la deriva, como que se trata del robot que camina y hace algo”, dijo Morisio. Pero hay más: está todo el tema de la automatización y lo de la mecánica. “En este proyecto, concretamente,  están las patas de la sonda que se tienen que abrir y el sistema de eyección, porque hay cosas automatizadas cruzadas con cosas robotizadas”, comentó a Cromo.

Alrededor de este punto se empezaron a ver más las especializaciones de los integrantes del trío. Si bien al principio todos trabajaban más o menos por igual en todas las áreas, se fueron organizando. Así Pablo y Ezequiel se concentraron en el modelado 3D para que el primero hiciera la cápsula y los timones y el segundo hiciera la ojiva (que es la parte delantera del cohete) y el eyector.  Facundo, se concentró en la programación de las placas Arduino, que es una marca de placas de código abierto usadas para construir objetos  interactivos de todo tipo. Programando esas placas, se podían programar muchos de los movimientos robotizados.

Más allá de la presentación en sociedad en las Olimpíadas de Robótica, se abren otras puertas. Una de las posibilidades que tienen por delante es hacer una capacitación con un equipo mexicano que trabaja en robótica y que tiene experiencia en hacer satélites con placas Arduino. La otra, tal vez más cercana, es la de presentar el proyecto en una convención aeroespacial que se realizará en Buenos Aires.

¿Hasta dónde piensan llevar este proyecto?, cabe preguntar. “Hasta donde lleguemos”, contestó Pablo sin dudarlo: “Depende de la decisión de uno”. 

 

El primer éxito

Hace dos años, Facundo integró un grupo que creó un proyecto llamado Ladrillo calefactor, con el que ganaron el concurso Samsung Socialab. El desafío consistía en crear soluciones para su barrio o su ciudad. Los compañeros de Facundo de la clase de filosofía detectaron que se podía hacer algo con los cables de corriente que estaban en el suelo como consecuencia de los vecinos que se colgaban a la red eléctrica. “Eso pasaba sobre todo por el tema de la calefacción, que es lo que más consume electricidad”, dijo. Así se les ocurrió hacer molinos de viento con bombas de lavarropas, “de esos que ves tirados al lado de los contenedores”. A esto le agregaron un ladrillo preparado con resistencias, que se convertía en calefactor. “También tuvimos que aplicar un poco de química, con el profesor, para ver cómo se mueve el calor”, explicó. Cuando lo presentaron y ganaron, se tuvieron que parar entre competidores de la región bastante mayores que ellos. “Nosotros éramos los únicos de 13”, dijo orgulloso. 

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