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Juan Minujín: "Más que dar la cara, los hombres ahora tenemos que prestar el oído"

El actor argentino habló de su primera participación en una película uruguaya, de la corriente feminista en el mundo audiovisual argentino y de sus primeros pasos como artista callejero
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17 de julio de 2019 a las 05:04

Pide que las entrevistas comiencen a las 18. Puntual. Espera sentado en uno de los sillones del local vestido con un traje azul oscuro impecable y saluda con un apretón de manos. Se alisa el traje y con una sonrisa dice que a Montevideo viene seguido para dar clases magistrales y para comer en algún restaurante de vez en cuando. Cuenta que Los últimos románticos, la película que viene a presentar, lo agarró a la salida de 100 días para enamorarse y con ganas de hacer cine de nuevo. Fiel al casete aprendido por cada uno de los actores de este planeta, Juan Minujín –argentino, 44 años– dice que de la película lo atrajo el guion, pero que terminó aceptando por Néstor, que “es un actor increíble”. El Néstor del que habla es Guzzini, el actor más fetiche del audiovisual nacional después de César Troncoso y su compañero de andanzas en esta película que dirige el también uruguayo Gabriel Drak y que se estrena este jueves. Es una comedia negra que incluye a dos hombres atolondrados, un botín, un pueblo desolado y mucha marihuana. Es un papel bastante inédito en la carrera de un actor que no se queda en el molde.

Después de un breve paseo por preguntas y respuestas más o menos refritadas por los dos participantes de la entrevista, la cosa se pone más seria: aparece el feminismo en el mundo del espectáculo, la hostilidad de su hábitat natural, la pulsión por los proyectos personales, algunos trabajos con Netflix y un pasado en la calle. A continuación, un extracto de la entrevista con el actor.

En Los últimos románticos hay algo de los Hermanos Coen sobrevolando en la trama. Incluso los personajes lo mencionan. ¿La influencia es real?

Sí, me parece que había algo de la comedia negra que ellos plantean. Igual prefiero no entrar en comparaciones ni tener tantas referencias, pero me parece que tiene un tinte de ese estilo.

¿Y cómo le cae esa comedia negra? Su registro ha pasado por un montón de géneros en los últimos años.

Me gusta. No le doy tanta importancia al género, de todos modos. Me gustan las comedias, los dramas, los policiales. Me pasa lo mismo en el teatro. Me involucro más si el proyecto me llama, si encuentro algún recorrido interesante en lo que despliega mi personaje, en mi arco. 

Parece, de todas formas, que siempre está buscando romper las expectativas que tiene el público sobre su trabajo. En su carrera aparecen desde Zama de Lucrecia Martel hasta 100 días para enamorarse, una novela. ¿Lo siente así?

Sí, pero eso pasa porque me da placer ir variando. Me gusta y me siento cómodo cambiando mi registro. Tampoco delimito mis años de acuerdo al tipo de producto en el que me involucro. Como te digo, depende más de para dónde van los proyecto que me llegan.

¿Y cómo incide el tema de alternar pantallas continuamente?

A veces tiene que ver con decisiones de vida. Ahora venía de hacer varios años de televisión continua y quería parar. Después de 100 días para enamorarse y los programas anteriores tenía ganas de hacer cine y teatro, que es en horario nocturno y me deja pasar el día con mis hijas chicas. A veces tiene que ver con los tiempos que uno quiere tener en la vida.

¿La vorágine del mundo del espectáculo no le provoca querer retirarse a un pueblo alejado como pasa en Los últimos románticos?

(Risas). No, no me pasa. A ver, me gusta mucho tener tiempo libre, obviamente. Pero tampoco es que necesite un respiro de la actuación. No me retiraría un año para no actuar. No me gusta trabajar a destajo, pero cuando puedo hacerlo midiendo los tiempos y combinándolo con mi familia, me gusta. Hoy puedo elegir qué trabajo hacer y cuál no. Tengo más opciones. Los tiempos, en cambio, no los puedo elegir tanto. Cuando uno se mete en un proyecto queda atado a lo que le pidan. Pero sí, ahora tengo algunas ofertas más y eso me ayuda. Imagino que es fruto de haber hecho muchas cosas y de que haya gente que quiera trabajar conmigo. De todas formas, a mi me interesa también generar mis propios proyectos. Eso me pasó desde que empecé a estudiar teatro y lo sigo haciendo ahora.

Necesita explorar otras facetas, básicamente.

Sí, no solo estar esperando a que me llamen, sino generar yo mis proyectos, encontrar un equipo, trabajarlo desde el principio. Lo he hecho con obras de teatro independiente y con películas. Es una responsabilidad enorme y uno está mucho más expuesto.

En varias entrevistas en Argentina le consultan mucho sobre el tema de la situación de las mujeres en la industria. Ha aparecido como una voz recurrente sobre ese tema. ¿Cómo se siente sobre eso?

No sé, yo no busco posicionarme ni nada. Simplemente tengo algunas opiniones claras, pero no quiero ser la voz de nadie, ni de nada, ni de ninguna causa. 

¿Cree que desde los medios se está buscando que los hombres del espectáculo den, de alguna manera, la cara por estas situaciones?

Creo que más que dar la cara, los hombres tenemos que prestar el oído. Es un momento más para escuchar que para estar diciendo lo que pensamos. Porque eso es lo que sigue pasando, y me parece que es bueno, en lugar de salir a declarar, dar espacio a voces que lo viven en carne propia, que tienen una voz muy clara y que muchas veces saben más que nosotros de estos temas.

Ha dicho también que el ambiente audiovisual las mujeres viven situaciones de mucha hostilidad ¿Cómo convive con ese mundo que también lo incluye?

Es que no sucede solo con el medio, la cultura en general es mucho más hostil y exigente con las mujeres que con los hombres. Particularmente en el medio audiovisual y en el mundo del espectáculo, las mujeres tienen la exigencia de ser lindas, flacas, jóvenes, potras y nosotros no. Ahí es donde digo que de a poco todos tenemos que ir, desde los guiones, los castings y las propuestas de los productores, abriendo un poco la mirada. No podemos seguir más en el mismo esquema que antes.

En ese sentido, 100 días para enamorarse cambió un poco las reglas, al menos en las ficciones televisivas. La tira plantea cosas que no se estaban planteando, como la historia de un adolescente transgénero.

Sí, es cierto. Gran parte del valor que tuvo esa novela tenía que ver con eso. Poder de a poquito abrir y mostrar una mirada distinta. 

Sus inicios artísticos fueron en una calle de Inglaterra, trabajando como estatua viviente. ¿Cómo recuerda esos años? ¿Le genera cierta nostalgia?

Sí, me da nostalgia esa época, esa edad, el descubrimiento y la aventura que fue. A la vez estoy muy agradecido con como se ha desarrollado mi vida, estoy contento. Pero sí. Se extraña el momento de estudiar, de juntarse con otros a generar cosas creativas. 

Su siguiente película eleva la vara, al menos en escala de producción. Es The pope, la producción de Netflix sobre el papa Francisco dirigida por Fernando Meirelles y protagonizada por Anthony Hopkins y Jonnathan Pryce. ¿Qué implicó estar metido en ese proyecto descomunal?

La verdad que fue espectacular. Como suena, así fue. Sobre todo el encuentro con Jonathan Pryce, Fernando Merielles y César Charlone. Ellos dos, Fernando y César son una dupla muy particular y exitosa, han hecho películas increíbles. Cuando uno tiene oportunidad de trabajar con gente que admira mucho desde hace mucho tiempo, es muy placentero todo. Además me toca interpretar a Bergoglio, un personaje muy interesante que está muy metido en la trama de la historia argentina, así que fue redondo por todos lados. Claramente, este proyecto es enorme y no tiene nada que ver con nuestro tamaño, pero me encantaría que vinieran más producciones de este tipo, con Netflix atrás, por estos lados. Más allá de eso, uno se va moviendo de acuerdo al tipo de proyecto y el mercado, pero al final las herramientas de expresión de un actor son siempre las mismas. Sea una mega película o una chiquita. 
 

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