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La democracia latinoamericana en caída

La democracia latinoamericana en caída: la opinión de Ricardo Peirano
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29 de julio de 2023 a las 05:04

La Corporación Latinobarómetro ha publicado hace pocos días su informe de opinión pública 2023 y las conclusiones no son buenas aunque Uruguay sea el país que salga mejor parado. Hay un declive de la percepción ciudadana sobre las bondades de la democracia en nuestro continente y un aumento de las simpatías hacia regímenes autoritarios o, al menos, una indiferencia ante los mismos.

El estudio arroja que solo un 48% de los latinoamericanos apoya la democracia como régimen político. Esa cifra debería ser muy preocupante de por sí. Pero mucho más grave lo es si se la compara con el 63% que apoyaba el régimen democrático como la mejor forma de gobierno en el año 2010. ¡15 puntos de apoyo perdió la democracia en 13 años!

Menuda caída, que va acompañada por el aumento de preferencias hacia el autoritarismo, la pérdida de confianza en los partidos políticos y su atomización (basta ver como muchas elecciones presidenciales entre las que se cuentan Chile, Ecuador, Bolivia, Perú y Colombia, que se definen en segunda vuelta entre dos partidos que pasaron el balotaje con menos de un 30% de los votos).

Aparte de esto, que es ya de por sí grave y preocupante, se dan los casos de corrupción, de presidentes que no terminan sus mandatos y de presidentes que extienden sus mandatos buscando reelecciones indefinidas que no están permitidas por sus constituciones. Ello sin contar los presidentes como Nicolás Maduro y Daniel Ortega que, habiendo llegado por elecciones al poder, han suprimido la separación de poderes y la independencia de justicia o como Nayib Bukele que ha suprimido las garantías constitucionales para combatir a los grupos pandilleros en El Salvador y ha lanzado su campaña para la reelección pese a la prohibición constitucional. Lo mismo había hecho en 2019 Evo Morales en Bolivia.

Marta Lagos, directora de la Corporación Latinobarómetro, señaló al publicar el informe “que la democracia, lejos de consolidarse, ha entrado en recesión”. No deja de ser una tendencia sorprendente luego de que América Latina logró revertir los duros años de los 70 y 80 cuando las dictaduras eran mayoría. Pero en la percepción ciudadana, se ve que poder votar libremente y gozar de los derechos civiles no es apreciado per se ni se lo considera tan importante como la seguridad pública o el desarrollo económico con equidad. Precisamente los bienes y beneficios que un sistema democrático que funcione correctamente son los que ayuda a conseguir.

La que de alguna manera ha fallado en América Latina es el correcto funcionamiento democrático. Demasiada corrupción tanto al máximo nivel público como a nivel privado que han terminado con 21 presidentes condenados por corrupción y 20 presidentes que no han culminado su mandato. Demasiada desigualdad, que no se ha corregido con crecimiento. Fallas estructurales en el sistema educativo. Escasas posibilidades de promoción social. Escasos incentivos a la inversión privada. Ergo, pocas posibilidades de que en un régimen democrático se genere crecimiento con equidad y con posibilidades de promoción personal.

Por lo demás, si bien se registró alternancia de partidos en el poder -una de las características de las democracias sanas- se incrementó la polarización política. En lugar de llegar a acuerdos básicos que no se discutían en cada elección, en muchos países cada cita electoral parecía una etapa refundacional del país, incluyendo las tan apetecidas “reformas constitucionales”, como si ellas tuvieran la varita mágica para solucionar todos los problemas económicos y sociales. Ese afán legiferante, que lleva a medir la eficacia de los parlamentos por el número de leyes que aprueban en cada legislatura, es parte de nuestra herencia hispánica y ciertamente no contribuye al bienestar de las naciones. Una tendencia multisecular que incluso va en contra de aquel buen consejo que daba Don Quijote a su fiel escudero Sancho Panza cuando lo nombraron gobernador de la ínsula Barataria: “Pocas pragmáticas (leyes) Sancho, pero que sean buenas”.

En América Latina tenemos demasiadas leyes que entorpecen las vidas de los ciudadanos y sus actividades económicas. Y eso ha permanecido con democracias, autoritarismos y dictaduras. Se ve que es algo que está en nuestro ADN cultural y que constituye una rémora en nuestras posibilidades de progreso.

Como también es una rémora las ambivalentes posturas de muchos gobiernos respecto a las dictaduras o populismos de izquierda. Ya se vió hace poco en la Cumbre de Brasilia cuando Lula dijo que lo de dictadura en Venezuela era solo un “narrativa” y solo salieron a retrucarle el presidente Lacalle y el presidente Boric. Precisamente el chileno Boric, presidente de un partido de izquierda, ha sido un azote de regímenes dictatoriales como Venezuela, Nicaragua y Cuba. Ha dicho lo que otros partidos de izquierda no se han animado a decir. Ha llamado al pan, pan, y al vino, vino. Sin tener que rendir los increíbles elogios que hemos escuchado en estos días desde filas del Frente Amplio a la Revolución Cubana con motivo del 70 aniversario de la revuelta del Cuartel de la Moncada.

Son esas lamentables confusiones las que también llevan a que mucha gente se torne escéptica de los resultados democráticos. Pero así como algunos partidos de izquierda idolatizan a Cuba y Venezuela, sin ver los enormes atropellos a los derechos humanos y las libertades individuales, hay otros como el caso de Gabriel Boric, que no tienen temor de usar la misma definición para gobiernos de derecha y de izquierda.

Por ello, América Latina tiene que hacer un enorme esfuerzo para revitalizar sus democracias y sus partidos políticos, que son la base firme que las sostiene evitando grietas y polarizaciones que, por cierto, no son exclusivas de nuestro continente pero que si horadan el tejido democrático y facilitan el crecimiento de populismos y autoritarismos.

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