Gabriel Pereyra

Gabriel Pereyra

Columnista

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La derrota del feminismo y el amor desolado

Se responde a la violencia con el puño cerrado, la consigna crispada y no con amor
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05 de enero de 2019 a las 05:02

Gracias a la militancia de organizaciones feministas, las mujeres han ganado terreno en áreas donde por décadas estuvieron relegadas. Pero si nos centramos en una de las más dolorosas lacras que afecta a las mujeres, la violencia doméstica, sobre todo aquella con consecuencia de muerte, el resultado ha sido un fracaso para quienes militan por esa causa. Hagamos un repaso de alguno ítems que parecen explicar ese fracaso.

1) Un tipo de militancia heredada de la izquierda radical (las principales referentes feministas son ex o actuales militantes de izquierda), que llevó a algunas de las organizaciones a decir frontalmente que el feminismo es de izquierda o no es (sin que esa definición fuera cuestionada por muchas mujeres que sé que no piensan eso) y que colaron en la consigna del 8 de marzo una protesta contra “el capitalismo patriarcal” (una trampa contra quienes fueron convocadas y que simpatizan con el capitalismo). Esto implica además una visión ideologizada que deja de lado que otros modelos políticos, como el socialismo, son mucho peores en el trato a las mujeres (en Cuba solo hay una organización de mujeres y es gubernamental, las mujeres están relegadas de los cargos de poder y no se puede informar con libertad acerca de los casos de femicidios); ello provocó un debate y unos reclamos sobre cosas que nada tenían que ver con las muertes y se perdió tiempo y esfuerzo en pensar soluciones de fondo al tema de la violencia, que no tiene apellido, es violencia a secas.

2) Creer que una ley sobre femicidio tenía algo que ver con el fondo de esa violencia que late en todos los rincones de la sociedad. Una demostración de que la ley obviaba las causas más profundas de la violencia fue que fracturó, con el aval del sistema político, el principio de igualdad ante la ley de todos los seres humanos y determinó que era más grave matar a una mujer que, por ejemplo, asesinar a un niño. Eso nace del concepto de que a las mujeres las matan por ser tales, un discurso que para ser coherente debería contemplar la idea de que a los niños los matan también por ser tales. ¿Y por qué no a los hombres?

3) En 2017 hubo 31 femicidios. Con la ley vigente en 2018 hubo la misma cantidad. No hacer una autocrítica ante esto, que son hechos y no opiniones, consolida la idea de que se está apuntando a una estrategia errada.

4) El talante agresivo, cuando no violento, de algunas manifestaciones y proclamas que se da de bruces con el intento de combatir la violencia que sufren todos los sectores de la sociedad y que parece obviar olímpicamente que los femicidios no sean ni de cerca la principal causa de muertes violentas. Es un asunto gravísimo, pero hay otros más graves. Lo que no parece haber es solidaridad entre quienes sufren la violencia. La corporación es egoísta, pero una que sufrió, como le pasó a la feminista, debería ser más contemplativa con otras víctimas. No atinan a pensar, ni siquiera para someterlo a otro frente de análisis, que la causa de los femicidios, o alguna de ellas, son similares a las que provocan la muerte de niños o de comerciantes ante delincuentes que antes no disparaban y ahora sí. Entender la violencia contra otros ayudaría a entender la violencia contra uno mismo.

5) El hecho de que las organizaciones feministas estén permeadas por una ideología de izquierda llevó a que algunas de sus más conspicuas dirigentes estén en contra de la mano dura y las penas de cárcel cuando se trata de delitos en general, porque entienden que no es la solución, pero quieren endurecer las normas cuando se trata de violencia de género, como si aquí sí fuera la solución. Y nadie explica esa contradicción. Eso, lejos de ser progresista como algunas aspiran, es reaccionario.

6) Ante estas posiciones radicales y erráticas, las organizaciones feministas se han quedado sin reclamos puntuales para combatir los femicidios. Era la ley, ¿y ahora? Algunos dirán que la educación, cuando hemos visto universitarios matar a sus esposa e hijos con frialdad. Algunos dirán que la mejora en las condiciones de vida, cuando en realidad este flagelo se da en todas las clases sociales. ¿Cuál es el camino que no se ha explorado y que podríamos intentar ante tantos fracasos?

Ya sé que suena romántico y naif, aunque por suerte cada vez lo escucho más de boca de quienes aplican políticas públicas: el amor.
La diputada y pediatra Cristina Lustemberg, que ha dedicado su carrera a trabajar en primera infancia (cuando se forman los hombres y las mujeres violentos), y el pediatra y experto internacional José Luis Díaz Roselló han predicado una y otra vez en el desierto que una caricia de la madre al niño en los primeros días de vida genera reacciones a nivel neuronal que pueden ser la diferencia entre un hombre violento y uno que no lo es.

Jaime Saavedra, experto en políticas carcelarias del gobierno, que vive rodeado de infelicidad y dolor en su tarea profesional, declaró que “la política central para evitar la reincidencia es el amor”.
Patricio Videla, director académico de Grupo Sólido, colectivo de jóvenes latinoamericanos que busca “movilizar, inspirar y capacitar”, dijo que “educar en el amor es un tema pendiente”.
Fíjese en los seis puntos mencionados al principio de la nota,  ¿en cuántos está presente el amor? Más bien lo contrario: se responde a la violencia con el puño cerrado, con la consigna crispada, ideologizada y generalista, con ignorancia sobre el origen social y científico de la violencia que explica en parte este fracaso, que no faltará quien quiera vestirlo de triunfo. Treinta y una muertes la contradecirán con el silencio.

Educar en el amor es que el niño pueda, no necesariamente, acceder a la universidad, pero que sepa que sus pares, masculinos o femeninos, son como él, sufren con lo que él sufre y se alegran con lo que él se alegra. Y que merecen respeto más que nada. Pero antes, mucho antes, cuando aún no salieron del sanatorio, cuando tienen días de vida, hay que educar en el amor a madres y padres. Explicarles que una caricia a tiempo evita problemas en el futuro. Y luego, mucho después de que salga del liceo si es que fue al liceo, que exista una contención social para que quienes vivieron al margen en vez de integrados, para quienes fueron olvidados en vez de considerados, para los que fueron nunca en vez de siempre, puedan rehacer su vida carente de amor. Incluso para quienes se apartaron del camino de la ley y todas las señales nos indican que no volverán al sendero correcto, la sociedad debe expiar sus culpas intentando lo imposible, condenada eternamente como Sísifo a llevar la piedra hasta la cima de la montaña para que esta vuelva a caer, una y otra vez. La idea es que nadie quede atrás. Sentir empatía por la víctima es un gesto de humanidad básico. Intentar sentirla por el victimario, es amor. En medio de tanta crispación, comprensible dolor e incomprensibles consignas ideologizadas, que el amor se imponga no es fácil. Pero nadie dijo que lo sería. 

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