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La despreciable política argentina

El déficit más importante y complicado de remontar es la calidad de su sistema político
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25 de junio de 2019 a las 05:02

La política es así, ¿de qué se sorprenden?” - Era el tenor doctoral de los tuits que circulaban en muchos TL’s el sábado del aquelarre del cierre de listas para las internas en mi país. Una nueva jornada vergonzosa en la decadente historia de su discapacitada democracia. Un festival de traiciones, indignidades, trampas, dedazos, claudicaciones, operaciones, triquiñuelas y puñaladas traperas en el cierre de listas para las elecciones Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (a) PASO. 

Se recordará que este sistema fue inventado por el kirchnerismo quién sabe por qué conveniencia circunstancial, con la clara idea de manipular los procesos electorales. Y luego encima modificadas por la abogada exitosa, arquitecta egipcia y viuda (atributos de los que se jacta) porque el sistema no era suficientemente monopólico para su gusto. Al transformar un proceso partidario interno, íntimo y voluntario en una especie de plebiscito obligatorio apartidario, las PASO son un filtro para los nuevos participantes y un obstáculo para la creación de nuevos partidos, lo que, unido a los cambios en la Constitución de 1994 y la ley de partidos políticos, garantiza la eternización de la corporación política partidista que tan bien representan Macri y Cristina. Y licua la esencia del partido, que es su ideología, su misión. 

Ambos alimentaron la grieta. Cristina con los despropósitos de su gobierno, su enfermiza comunicación y su corrupción, Mauricio al usar el miedo local e internacional que produce el delirio de la hotelera exitosa para ocultar su pobre gobierno y su pésimo diagnóstico. Yo o el diluvio. Una grieta tan perfecta que invita a pensar que fue acordada. 

El sábado se vieron las consecuencias de esa grieta, nombre que resume la falta de ideas, de proyecto, de propuestas, de gestión, de calidad institucional y humana, de capacidad técnica y política de todos los participantes. Las luchas y traiciones internas y las contratraiciones a los traidores, el arribismo y la pelea por colocar a la esposa o la amante o para conseguir un sueldo o un “curro”.  Y el kirchnerismo (que supuestamente no volvería más) con candidatos implantados en las listas de todos los partidos principales.

Fue triste ver cómo neocambiemos saboteaba las listas de los modestos contendientes de centroderecha para no perder unos puntitos, amparado en un grupo de leyes antidemocráticas y tramposas que alejan a los ciudadanos no solo de la posibilidad de presentarse independientemente sino de la de formar un nuevo partido. 

No aburriré con el detalle de nombres desconocidos para todos, pero las listas son una suerte de Linkedin político, comparsas donde se mezclan trayectorias, ideologías, conductas y anonimatos sin coherencia ni respeto. Salvo la de conseguir un cargo, que hay derecho a dudar que se vaya a usar para algo que le sirva a la sociedad, si se analizan los currículos y las no propuestas. El electorado va a votar para que no siga Macri o para que no vuelva Cristina. Disyuntiva falsa en la práctica y un fanatismo que recuerda a las barras bravas futboleras, cuya razón de ser es que el público se olvide del mal fútbol que está viendo y siga pagando la entrada. 

Sería injusto creer que se trata de un fenómeno nuevo. La política argentina siempre se ha nutrido de caudillos sanguinarios, punteros prepotentes, traiciones, muertes de un lado y de otro, héroes y canallas, según el lado de que se mire. Y gradualmente, de creciente corrupción. También de los dos lados. Ahora esas dicotomías inventadas se consideran herramientas del populismo que las fomenta y aprovecha. Pero aún el rígido Proceso de 1976 estaba conducido por las tres fuerzas armadas que se espiaban, saboteaban y mataban entre sí. Y luchaba contra Montoneros, cuya fe religiosa se transformó en asesinatos en nombre de la libertad y la soberanía, pero terminó pactando férreamente con Massera, el almirante represor con rostro de implacable. 

Raúl Alfonsín, el padre de la democracia, como aman llamarle los radicales y la prensa, le vendió a Carlos Menem su reelección, auspiciado por su supuesta Coordinadora de jóvenes idealistas, toda una traición a los principios del radicalismo y a quienes lo habían votado como garantía republicana. A cambio, además de “efectividades conducentes”, logró introducir en la Constitución las bases del oligopolio partidista que hoy rige y que inexorablemente conducen a lo que se vió el sábado. 

Menem traicionó a Duhalde para cumplir con el Pacto de Olivos, que estipulaba que su sucesor debía ser un radical. Duhalde sacó sus patotas a la calle para amedrentar el “que se vayan todos” certero diagnóstico en las calles de la ciudadanía en 2001. Kirchner sepultó en el ostracismo a Duhalde, nada raro en el partido cuyo líder felicitó a la guerrilla terrorista cuando le convenían las muertes y la echó de Plaza de mayo cuando se disfrazó de león hervíboro bueno. Alfonsín miró para otro lado complacido cuando el peronismo derrocó a de la Rúa. 

Paradojalmente, la rosca política ha logrado, tras dudosas maniobras, que ninguno de los partidos que se postulan en las elecciones nacionales tenga elecciones internas. Cada uno presentará una lista única, decidida por uno o dos capos, con lo que los ciudadanos no elegirán nada, salvo ir como borregos a votar obligatoriamente. Contentos, en lo más íntimo, de lograr que “el otro” no obtenga el poder. Eso sí, respetando prolijamente el cupo femenino y el uno y una que dispone la ley de mediocridad democrática. 

“Es la economía, estúpido” es el lema que los que aman la manipulación electoral pavloviana tienen grabado en su mononeurona. Pero el destino de los pueblos depende de la política seria y en serio. En ese punto el déficit argentino es infinito y hoy parece irremontable. 

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