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La difícil política exterior oriental

En una jungla universal proteccionista y sancionadora al menos se debe poder acordar sobre un único tema excluyente
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18 de octubre de 2022 a las 05:02

Desde sus mismísimos orígenes Uruguay se vio obligado a manejar con gran habilidad sus relaciones internacionales, una constante que no cambió hasta hoy. Mantener su independencia, su soberanía, su identidad, su idiosincrasia, su nivel económicosocial, tratándose de un país de superficie tan pequeña y de producción casi exclusiva de commodities agropecuarias implica desafíos múltiples y crecientes, requiere una capacidad, una vocación y una prudencia profesional excepcional. También requiere una política nacional, como gusta decir el presidente Lacalle Pou, o sea una política de estado.

Sin que se haya llegado a ese tipo de acuerdo, es justo decir que todos los gobiernos de cualquier signo han sabido mantener esa coherencia imprescindible, al menos hasta que se produjeron cortocircuitos que llevaron a tomar por un tiempo una inaceptable posición partidista sobre las dictaduras regionales, que culminó con el papelón del ataque al excanciller del Frente Amplio Luis Almagro, hoy Secretario General de la OEA,  que simplemente fue coherente con la posición histórica del país de estar en contra de todas las dictaduras y a favor de la libertad y el derecho de las personas. Una acción poco inteligente, para no denominarla poco patriótica, un término seguramente pasado de moda. 

Hoy más que nunca esa política de estado es imprescindible y vital. Porque por un lado la economía mundial tiende a ser cerrada, proteccionista, hasta dictatorial en sus normas de intervención sobre los países competidores o proveedores, lo que aumentará la inflación internacional, dificultará el endeudamiento por cualquier motivo, y peor, la inversión, y es probable que pulverice y empobrezca a los países productores de commodities agrícolas, más allá del corto plazo. Al mismo tiempo, también hay una tendencia de los gobiernos de muchos países, en Sudamérica sumamente notoria, a inmolar la soberanía, la democracia y hasta la idiosincrasia nacionales y hacerlas depender de supra organizaciones inescrutables, llámense la Patria Grande o la Unión Europea u otras siglas. Cualquiera de esas posibilidades es peligrosa para Uruguay, y compromete su mismísima independencia como nación y como sociedad. Es paradojal que se pida a la población su voto, supuestamente para defender su soberanía, pero se use ese mandato para destruir la esencia de un país. Sin embargo ocurre, y se está volviendo un estándar de procedimiento. 

En este marco, y en particular en los aspectos económicos y de crecimiento, Uruguay enfrenta una situación internacional complicada, para no decir grave. Estados Unidos, como ya se ha dicho aquí, no quiere hacer ningún tratado ni acuerdo comercial de ningún tipo, ocupado mucho más en prohibir toda competencia y cancelar a cualquier competidor que en crecer vía el intercambio, mucho menos sacrificando a sus propios productores. Es decir, deja de pensar en el consumidor y se concentra en las prebendas a empresarios propios y en gravar cualquier manifestación de riqueza. Dentro de ese marco, el FMI, su empleado, se permite exigir a Uruguay excelencias que no demanda a Argentina, por ejemplo, a quien perdona todos los pecados cuando merece el desprecio capitalista, ni tampoco demanda a Estados Unidos, ni a cualquier otra potencia de primer orden. La primera economía mundial, en el mejor estilo de Franklin Roosevelt, se encamina a un desastre de estanflación que ha producido, y al mejor estilo del otro Roosevelt quiere una américa para los norteamericanos, siguiendo la doctrina arcaica de hace 200 años de Monroe. Uruguay perdió su oportunidad de incorporarse a ese mercado justamente debido a una carencia de política de estado, aunque a fuer de ser sincero habría que aceptar que si se hubiese firmado un tratado hoy habría sido repudiado por la ola socialista (neomarxista) que gobierna al gran país del norte. 

La Unión Europea, camino a su desaparición inexorable, no solamente ha congelado cualquier posibilidad de un tratado de libre comercio con Uruguay, (aunque ya los tratados de hoy son meras argucias proteccionistas) sino que amenaza ahora con aplicar sanciones que exceden lo comercial a los países productores agropecuarios que no cumplan con su política del Pacto Verde, una colección de frases que lucen irrefutables pero que esconden el más feroz de todos los proteccionismos. A eso agregan la idea de gravar adicionalmente la carne vacuna por su alegado daño al difuso medioambiente y al cambio climático, una construcción no sólo proteccionista sino disruptiva, con lo que aún si se quisiera mostrar la vocación de cumplimiento de cualquier proveedor se requeriría una colosal tarea diplomática. 

La ansiada adhesión al acuerdo transpacífico y también un tratado con China, requerirían una monolítica política de estado para no transformar esos tratados en una larga lista de excepciones y exclusiones que los tornarían inútiles, y hasta para lograr la aceptación de los eventuales socios, sin contar la tarea necesaria para no exceder los límites del intercambio comercial en ningún acuerdo. No hacerlo sería hasta peligroso. 

A esto debe agregarse el peligro de que en el futuro recesivo que se vislumbra, los precios de las commodities no sean librados al libre mercado, cuando prácticamente están desapareciendo los mercados no controlados, regulados o manoseados. Lo que transformaría a los países productores de commodities en pobres, algo que no sería la primera vez que ocurriese. 

Sin esos tratados, la economía local no tiene ninguna posibilidad de aumentar su capacidad de crear empleo privado, lo que la haría depender más del gasto, la deuda y los impuestos crecientes. Como las posibilidades de endeudarse a tasas naturales también son reducidas, eso llevaría a la boca del lobo conque sueña la mitad de la sociedad representada por el Frente Amplio socialista, que espera resolver esos problemas aumentando impuestos especialmente los que atacan al patrimonio de las personas. Si se aplica una mirada técnica a esa idea, se advertirá que ese tipo de gravamen genera más inflación de inmediato, lo último que haría falta, y sus recursos se agotarían rápidamente, dejando un tendal de desempleados o mal pagados aun en el sector estatal, donde el trotskismo pone tradicionalmente sus esperanzas. (En otra nota se analizará en detalle los efectos de estos impuestos a cualquier cosa) El propio FMI, en otro comunicado contradictorio que muestra el tironeo interno entre tendencias, intereses y reseteos, ha dicho, como ahora sostiene la Reserva Federal, que el exceso de gasto no es compatible con la política monetaria que intenta imponer globalmente para frenar la inflación. 

En un mundo donde crece el concepto malthusiano, casi un suicido universal, el país necesita desesperadamente diversificarse, agregar valor y comerciar más, aunque todavía crea que está a salvo, que no hay urgencias a la vista y que todo se arregla sacándole algo al que tiene más o exhibe más. Exactamente la simplificación que ha llevado a Europa al atolladero sin retorno en que se halla, que no solamente la ha empobrecido y la ha dejado colgada solamente de la emisión del Banco Central Europeo sino de desesperadas gabelas que inventa mientras dure lo que hay para repartir, y que hace que la dictadura de Bruselas - término que se utilizaba otrora para resumir las exigencias de la UE para con sus socios – poco a poco se esté transformando en una realidad política. Si alguna duda existiera, basta con escuchar y especialmente ver los discursos de la nueva fhuerina, Ursula von der Leyen. O con releer a Hayek sobre las economías de planificación central y la fatal arrogancia de las burocracias. 

En ese encuadre hostil, más proteccionista y sancionador aún que durante el trágico New Deal de Roosevelt que empobreció a su país y sobre todo al mundo, la política exterior debe poder seguir un rumbo consistente por mucho más que cinco años. De lo contrario la sensación de imprevisibilidad y de inseguridad jurídica costará caro a la sociedad, quienquiera estuviere a cargo temporariamente del gobierno. 

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