Ricardo Pascale

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La expropiación del futuro

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03 de febrero de 2024 a las 05:01

El Profesor Ricardo Pascale, lamentablemente fallecido el pasado viernes 26 de enero a los 81 años en plena actividad y producción intelectual y artística, repetía una y otra vez, para que no se nos olvidara, que los uruguayos tenemos una mala relación con el futuro. Era como el mantra de su último libro titulado, con enorme acierto, “El Uruguay que nos debemos”.

Con la experiencia de una vida dedicada a la academia -catedrático de Finanzas en la Udelar a los 27 años, doctor en Sociedad de la Información y del Conocimiento por la Universidad Abierta de Cataluña en 2007-, a la gestión pública -por dos veces fue presidente de Banco Central del Uruguay-, a la actividad política -siempre estuvo vinculado al Partido Colorado y en, particular, al Foro Batllista-, y en sus últimos años a la producción intelectual y al arte, Pascale no cejó hasta el último aliento de animarnos por activa y por pasiva a mejorar esa mala relación con el futuro que se traduce en un largo proceso de bajo crecimiento, tanto en términos absolutos como en términos relativos si se nos compara con países de la región como con otros países que otrora estaban por detrás nuestro y ahora nos superan ampliamente

Es importante transcribir un resumen del libro con palabras del autor:

“Debemos sentirnos orgullosos de nuestro país, entre otras cosas, por su democracia y civilidad, por el respeto a la ley y su baja corrupción”.

“Empero, no tenemos una buena relación con el futuro, e ignorarlo es muy costoso. Al no poseer una clara estrategia de desarrollo a largo plazo, divergimos por décadas. Nuestro PIB per cápita se alejó del de los países que fueron nuestros referentes. En 1950, el PIB de Uruguay per cápita era muy superior al de Alemania, Italia, España. Japón o Finlandia. Hoy es muy inferior al de esos países , lo que implica menor bienestar y oportunidades, peor educación y saludad, y los talentos emigran”.

“Entre 1960 y 2019, Uruguay creció a un promedio anual del 2,18%, mientras que los países más avanzados lo hicieron entre 2,5 y 3,5%, y más aún. Para alcanzar a los países más avanzados deberíamos crecer por años más que ellos.. O sea, converger. La pregunta que el libro responde con soluciones concretas, usando un lenguaje no técnico es ¿por qué divergimos y cuál es la estrategia para converger? Con un enforque fordiano y de commodities, y escasas excepciones, no convergeremos. El reto es dar un salto de productividad y genuina competitividad”.

“Para converger este libro propone ingresar cuanto antes en una economía basada en el conocimiento, y se tratan los elementos claves para ello como son: educación, inserción internacional, ciencia, tecnología, respuesta creativa e innovación, transferencia de conocimiento e instituciones.

“La idea, mediante esta profusa y lúcida reflexión, es contribuir, si es posible, a una solución, estimular a pensar en el problema y actuar para evitar atrasarnos más. Seguir en el camino actual no es aconsejable. Nos llevara a mayor divergencia, a crecientes dificultades económicas y como sociedad”.

Con su expresión de que los uruguayos tenemos “una mala relación con el futuro”, Pascale nos está diciendo que con nuestras acciones de hoy y de ayer estamos hipotecando el futuro del Uruguay. Con nuestras acciones actuales, al hacer perder impulso al crecimiento económico o rezagarlo respecto al de otros países estamos retrasando las oportunidades de las nuevas generaciones de incorporarse al mercado de trabajo, o los estamos invitando a mirar otros horizontes. Cuan diferente era el país de nuestros abuelos que atraía inmigrantes sin cesar, al actual que más bien invita a sus ciudadanos, nietos o bisnietos de aquellos que vinieron a poblar nuestro país, a que se vayan a los países de origen que antes eran más pobres que nosotros.

Qué, sino una triste expropiación del futuro, es lo que ha estado ocurriendo en las últimas décadas, con un país “divergiendo”, en expresión del profesor Pascale. Es decir, creciendo menos de nuestro potencial y menos de países con los que solíamos compararlos.

¿Que nos pasó? Es difícil explicarlo, incluso para Pascale. Su explicación va por el lado de que no tenemos una estrategia clara de crecimiento y desarrollo. Pero sin duda el cierre al comercio exterior y el tratar de vivir al máximo de nuestras commodities nos llevó por dos décadas de un estancamiento sin parangón: entre 1955 y 1975 el producto per cápita prácticamente no creció y tampoco lo hicieron las exportaciones. Mientras que después de la Segunda Guerra Mundial hubo una explosión de comercio mundial, se desarrollaron los “tigres asiáticos” como Singapur, Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur, nosotros nos encerramos entre un fárrago de regulaciones, controles de cambios, impuestos a las exportaciones, control de importaciones. Un verdadero corralón económico, donde no había crecimiento posible. Con todo logramos zafar de esas restricciones y algo de crecimiento se retomó. Pero ya habíamos perdido el tren y todos nos superaron. En 1950, según Pascale, el PIB per cápita uruguayo era 1,44 veces superior al de Italia, 1,77 al de España, 1,32 al de Alemania, 2,35 veces el de Japón y 1,05 veces el de Finlandia. En 2019 el cuadro se había dado vuelta. Apenas éramos el 0,81 del PIB per cápita italiano, también el 0,81 del español, el 0,65 del alemán el 0,85 del japonés y el 0,71 del finlandés. Y menos mal que de Finlandia vino UPM con la inversión extranjera más grande de la historia uruguaya que nos ayudó por dos veces en este siglo a dar un empujón al crecimiento del país.

Expropiarnos el futuro es cosa grave, aunque sea algo difícil de demostrar judicialmente. Pero los números no mienten: estamos muy atrasados en términos de desarrollo. Y por eso tenemos una deuda muy grande con las generaciones venideras. Una deuda que conviene empezar a saldar cuanto antes.

Algo se ha hecho en algunos temas (política forestal, política portuaria, política energética, política de zonas francas) en las últimas décadas. Se ha mantenido una buena institucionalidad democrática. Pero nos quedan grandes debes en educación, en salud, en inserción internacional. Sin ellos, no vamos a cambiar sustancialmente nuestro ritmo de crecimiento. Sin ellos no vamos a empezar a converger. Sin ellos, seguiremos en deuda con “el Uruguay que nos debemos”, con nosotros mismos, pero sobre todo con nuestros hijos y con nuestros nietos

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