Eduardo Espina

Eduardo Espina

The Sótano > OPINIÓN

La gran farsa brasileña

El teatro de los futbolistas de Fluminense contra Nacional estuvo en concordancia con un país en crisis
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02 de noviembre de 2018 a las 05:00

En el inolvidable partido contra Bélgica, por octavos de final de la reciente copa mundial de fútbol, la selección japonesa ganaba 2-0 y controlaba las acciones con un despliegue de energía y talento fabulosos. Japón ha sido históricamente un país imperialista, por tanto, tiene mentalidad ganadora. Si hacen autos, tienen que ser los mejores. Si hacen televisores, lo mismo. Para los japoneses, por una cuestión de honor, es fundamental ganar no con la ayuda de la casualidad, sino demostrando que son superiores en lo que están haciendo en ese momento. En ese partido de fútbol, en vez de hacer tiempo, y de tirarse al piso para fingir una inexistente lesión, los japoneses, con su admirable ética laboral, siguieron dando lo mejor de sí, pues el espíritu de sus ancestros así se los ha enseñado. Es un país para ser cabeza de león, no cola de ratón. Podrían haber hecho todo lo que no se debe hacer para mantener el resultado, pero eso hubiera sido traicionar sus ideales. Jugaron a morir hasta quedar agotados, y por eso terminaron perdiendo. Pero dieron la mejor lección de fútbol moderno de todo el mundial.

Días antes, en un partido contra México que tenían totalmente controlado, pues se veía que la selección azteca no podía hacerle un gol a nadie, los futbolistas brasileños recurrieron a lo que los está caracterizando: a un denigrante comportamiento de comparsa, tirándose al piso, fingiendo lesiones inexistentes, sobre todo el farsante mayor: Neymar. Su mal teatro daba vergüenza. En algunos países del mundo, donde el honor, la caballerosidad, y el espíritu de sana competencia siguen siendo fundamentales a la hora de justificar un resultado deportivo, la imagen de Neymar quedará asociada a su enorme deshonestidad en la cancha. Hasta en el fútbol los brasileños están sufriendo una crisis de valores. Además, los malos hábitos son contagiosos.

Días antes, en un partido contra México que tenían totalmente controlado, pues se veía que la selección azteca no podía hacerle un gol a nadie, los futbolistas brasileños recurrieron a lo que los está caracterizando: a un denigrante comportamiento de comparsa, tirándose al piso, fingiendo lesiones inexistentes, sobre todo el farsante mayor: Neymar.

Escribe Eduardo Galeano en “El teatro”, uno de los capítulos de su libro, El fútbol a sol y sombra: “Hay actores insuperables en el arte de hacer tiempo: el jugador se pone la máscara de mártir que acaba de ser crucificado y entonces rueda en agonía, agarrándose la rodilla o la cabeza, y queda tendido en el césped. Pasan los minutos. A ritmo de tortuga acude el masajista, el manosanta, gordo traspiroso, oloroso a linimento, que trae la toalla al cuello, la cantimplora en una mano y en la otra mano alguna pócima infalible. Y pasan las horas y los años. Hasta que el juez manda sacar del campo a ese cadáver. Y entonces, súbitamente, el jugador pega un salto, plop, y ocurre el milagro”. 

En el poema “Autopsicografía”, Fernando Pessoa escribe refiriéndose a la condición de impostores de los poetas: “El poeta es un fingidor. / Finge tan completamente/ que hasta finge que es dolor / el dolor que en verdad siente…” Los futbolistas no son poetas, pero superan a estos en capacidad de fingimiento. Aunque tienen una contra grande: no han conseguido mejorar su poca inventiva teatralidad de piscineros. Ante la maraña de cámaras que filman el partido, siguen impostando muy mal dolores inexistentes. Resulta patético verlos hacer muecas de sufrimiento, cuando una y otra vez las cámaras demuestran que el rival ni siquiera los tocó.

Antes de ayer, en partido contra Nacional, los futbolistas de Fluminense demostraron que el fingimiento y la artificiosa impostura son sinónimos de deshonestidad deportiva, la cual es contagiosa. Va por país. En lugar de jugar al fútbol y demostrar su superioridad en el marcador mediante el buen juego, se dedicaron a practicar el tan aborrecible teatro que han llegado a perfeccionar mejor que nadie. Con el visto bueno del juez, las payasadas arruinaron el transcurso del segundo tiempo. Lo que menos se vio en la cancha fue lo que la gente pagó para disfrutar y olvidarse de que la realidad existe. Es patético ver a gente grande y corpulenta fingir dolor en el cuerpo, cuando no le ha pasado absolutamente nada. ¿Hasta cuándo la FIFA va a seguir tolerando estas farsas colectivas que denigran al fútbol, a la integridad estética y moral de este? Brasil, tendrá un nuevo presidente, Jair Bolsonaro. En tiempos mejores de la historia, que los hubo, a Bolsonaro no le hubiera dado ni para llegar a ser presidente de un club de bochas. Sus discursos son de una mediocridad intelectual apabullante, pero, claro, están a la altura de un país en crisis, que ya ni siquiera quiere jugar bien al fútbol.

Antes de ayer, en partido contra Nacional, los futbolistas de Fluminense demostraron que el fingimiento y la artificiosa impostura son sinónimos de deshonestidad deportiva, la cual es contagiosa. Va por país.

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