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La historia de la guardavidas que vigila un rincón secreto de la costa de Montevideo

Virginia Turk, que hace 23 años cuida las costas de la capital, concibe al guardavidismo como un servicio; por eso, también da clases de adaptación al agua a adultos mayores
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01 de febrero de 2019 a las 05:00

La historia suele repetirse a lo largo de las casetas de la costa uruguaya. Sus moradores estivales, los guardavidas, llegan al puesto por vías distintas, por orígenes desperdigados que se encuentran en las playas. A veces son surfistas; las olas y la tabla los llevan naturalmente a ser rescatistas de playa, y oficializan los impulsos amateurs con un puesto oficial en la brigada. En otras ocasiones, la llegada se propicia a través del nado profesional; son hombres y mujeres de agua, que entre brazadas y patadas de piscina encuentran, en un determinado momento de su vida, el lugar del mundo al que pertenecen. Y a veces –las menos– la vocación sale de la nada; aparece de golpe e inunda a la persona con la certeza de que eso es lo que hay que hacer. Vengan de donde vengan, todos ellos quedan conectados cuando se cruza en su camino un elemento que, todos de acuerdo, es indispensable para el ejercicio de su labor: el servicio. No hay guardavidismo sin servicio.

Un ejemplo es Virginia Turk. Hace 23 años que trabaja en la playa como guardavidas, pero más allá de este trabajo, y dado que su gira por la costa cesa en invierno, Turk dedica el resto del año a adaptar adultos mayores al agua, y hasta hace muy poco trabajaba con discapacitados haciendo lo mismo en el club Tabaré. Tiene claro que su rol es acompañar y trabajar para que la gente esté segura y se pueda adaptar cada vez mejor al agua. Porque el agua, para ella, es una "compañera de vida".

La carrera de Turk como guardavidas empezó cuando tenía 18 años, pero su conexión con el agua es casi innata. A los 3 años pataleaba en una piscina y a los 6 ya competía en el club AEBU, que sería el de toda la vida. Se federó, compitió en competencias sudamericanas, en los juegos ODESUR, fue campeona uruguaya en 100 metros espalda varios años y un día se encontró con un vecino que le preguntaba cómo era que se hacía para ser guardavidas. “Te averiguo”, le dijo ella. Conclusión: el vecino jamás llegó a anotarse, Turk sí.

Hoy tiene 44 años y su puesto es el de oficial operativa de guardavidas. Su carrera ha trascurrido casi enteramente en playas de Montevideo –Buceo, Pocitos, Cerro–, a excepción de un breve período de dos años en una playa de Canelones; aún así, le da mucha importancia a sus clases “extra playa”, que se desarrollan en una piscina de una plaza de deportes del Prado. Precisamente es allí donde está sentada ahora, debajo de un sol de mediodía fuertísimo y a poco más de una hora de que comience su primera clase.

“Trabajé once años con el programa de discapacitados, y el año pasado empecé con adultos mayores, un proceso de adaptación al agua. Son unas cinco o 10 clases, depende de la persona. Normalmente, los que llegan con miedo les cuesta mucho, pero a la larga consiguen soltarse. Ser guardavidas ya es muy lindo, pero si lo enganchás para el lado social y colaborativo, da sus frutos”, dice. 

“Las personas cuando llegan al agua llegan con un montón de expectativas. Acá podés ver como cambia el adulto mayor cuando empieza a perderle miedo al agua. Empiezan a dejar los bastones porque tonifican los músculos, tienen más independencia para moverse, más autoestima”, agrega.  

Más tarde, ya cambiada y en la piscina, sus alumnos se acercan a abrazarla y saludarla de manera efusiva. Por lo que se ve, cuando aparece ella el miedo al agua desaparece. Por lo que se ve, ahí están los frutos de los que hablaba.

La piscina en la que Turk da clases de adaptación al agua

La nueva playa

Además de la cuestión de servicio, como guardavidas Turk tiene más cosas que contar. Que está inaugurando una playa en Montevideo, por ejemplo. Desde el pasado 8 de diciembre, la Intendencia de Montevideo habilitó la playa de Los cilindros, un sector de la costa que se ubica entre Punta Yeguas y Playa Zabala. Durante esta temporada formará parte de un plan piloto y, tras su confirmación, será oficialmente parte de las playas de Montevideo. “A esta playa la conocen las personas que son de la zona o las que quieren estar más tranquilos. Es un lugarcito privilegiado de Montevideo, como lo son muchas playas de la ciudad. Por ahora se abrió solo de tarde y yo estoy como oficial de playa”, comenta.

A pesar de la novedad, del posible desconocimiento de su existencia y de la amenaza verde de las cianobacterias, el paraje de Los cilindros está especialmente activo en estos días. Desde la caseta de Turk –que está fabricada con un contenedor blanco y se ubica muy cerca de un ceibo– se ve a la gente bañándose a pesar de la advertencia sanitaria; también un par de rayos, que asoman a lo lejos; más tarde llegará un grupo de hombres que armarán un fuego para un asado.

“El tema es que las personas en Montevideo asumen que porque es acá cerca, son playas más tranquilas y que no va a pasar nada. Que las peligrosas están en Rocha o en Canelones. Pero acá hay que tener cuidado también. La gente pierde la perspectiva y se tira al agua como si fuera una piscina”.

En ese sentido, recuerda con especial fuerza una ocasión, ya hace diez años, en que custodiaba la playa del Buceo desde uno de sus tres puestos. Según relata, había bandera verde, mucha gente en el agua y el día estaba tranquilo, pero de repente un chupón o corriente de retorno empezó a engullir bañistas y tuvieron que correr al rescate. Entre todos los guardavidas de la playa lograron sacar a todas las personas del agua; Turk fue quien remolcó a la última, que estaba flotando a unos 150 metros de la orilla. “Me ahogo, me dijo”, recuerda. 

Aún a pesar de haber arrastrado con éxito a todas las personas, el rescate terminó de forma trágica: en la confusión del momento, una niña se perdió y apareció ahogada una semana después, a unos 100 kilómetros de la zona. “Fue muy triste. Esos días son complicados. Cuando hay corriente de retorno hay que mirar las señalizaciones: Montevideo también es una playa y también hay que tener precauciones al momento de entrar al agua”.

En general, el guardavidas siempre quiere transmitir. Lo hace en la playa con los bañistas, pero también con los aprendices, esos que recién están comenzando a prepararse para la profesión. Turk recuerda sus primeros años y por eso asegura que otra de sus metas es formar más colegas que puedan, a su vez, transmitir la vocación a otros. Asegura que es parte de su servicio. "Uno como guardavidas quiere que los jóvenes tengan también esta vocación; entre nosotros los apoyamos, los incentivamos. Esta profesión es para disfrutar, pero hay que tomársela en serio. Estamos prestando un servicio a la ciudadanía”, concluye.

Este artículo es parte de la serie Bandera roja. Historias de guardavidas de la costa uruguaya. 
 

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