La mala suerte no es verdad (…) prefiero el salto que esperar a decidirme”, canta La Trampa en Caída libre. Mucho antes, Nicolás Maquiavelo había reflexionado también sobre el vínculo entre azar y decisión. En El príncipe, escribió que la “fortuna” gobierna la mitad de nuestras acciones, pero que depende de nuestra perspicacia y audacia, en sus términos, de nuestra virtú, gobernar la otra mitad en función de nuestros objetivos. El tema de fondo es muy importante para la vida personal. Pero lo es también para el destino nacional. La mala suerte no es verdad: tener o no tener dictaduras no es un problema de suerte; tener o no tener buenas democracias no depende de la fortuna. Depende de nuestras decisiones como comunidad de práctica democrática y de nuestra capacidad de aprender de aciertos y errores colectivos (los que tienen la paciencia de leerme ya lo saben: estoy citando otra vez la teoría de evolución cognitiva de los órdenes sociales de Emanuel Adler).
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