Carina Novarese

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La pokemoraleja de la pokemanía

Lo que aprendí una mañana de domingo cazando pokemones con un adolescente de 12 años
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09 de agosto de 2016 a las 11:00

En estos días de realidades virtuales que algunos piensan que no son reales, el fenómeno de un videojuego que produjo casi una histeria colectiva, procreó opositores acérrimos y defensores algo más tímidos pero ferozmente decididos a la hora de la caza (de pokemones).

Ahí donde la gente "habla" (así le dicen ahora a las redes sociales y en todo caso vea el gráfico que indica cuánto se ha "hablado" del tema en Uruguay) se debate cuán poco o mucho afectará esta banda de bichitos -que nació hace 20 años, es buen recordarlo- al maleable cerebro de nuestros hijos. La verdad es que nadie lo sabe. Igual que nadie sabe cuánto nos afectó a los de la generación X el Pac Man y a la generación Y las mascotas virtuales que se morían (¡sí, morían trágicamente!) si el nene se olvidaba de alimentarlas.

Pokémon conversación redes sociales
En siete días se generó un millón de conversaciones en redes sociales sobre Pokémon, según la empresa IMS Social
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Cuestión que ante tanta diatriba anti pokemona, y con hijos adolescentes en casa, me tomé el trabajo de leer y experimentar, una combinación que no suele ser la que prevalece en las redes, donde las afirmaciones contundentes son aplaudidas o denostadas sin importar el proceso por el cual se llegó a ellas. Luego de leer una cantidad de buenos y malos artículos, y de profundizar en Pokémon Go: atrápalos a todos, accedí a dedicar una mañana entera de domingo a cazar pokemones con mi hijo de 12 años.

En dos horas aprendí unas cuantas cosas que los prejuicios y la pacatería de algunos opinólogos no me habían permitido todavía percibir con claridad.

Aprendí que un paseo con tu hijo adolescente, en bici, a las 11 de la mañana, por el Parque Batlle y con el sol de invierno en la cara, es una bendición escasa en épocas de computadoras y consolas que en general los mantiene entre cuatro paredes.

Aprendí -aprendimos- que en el Parque Batlle además de una vegetación preciosa y unos caminos internos que dan pena por su mal mantenimiento, hay una cantidad de pequeños monumentos o simples placas de homenaje (en los que los pokemones suelen esconderse). Y que cada uno tiene una historia, la mayoría de las cuales, al menos nosotros, desconocíamos. De hecho, el doctor Francisco Soca estaba por ahí y se quedó con nuestro respetuoso saludo, el primero que le di en mi vida.

No recuerdo cuál fue la última vez que vi correr a mi hijo en un parque, pero seguro que no tenía mucho más de cinco o seis años. Hablo de correr por correr, no para jugar al fútbol o al básquet o por la carrera de 100 metros. El domingo corrió y pedaleó (pedaleamos) a por los pokemones. Para la semana que viene tenemos una cita con "Pareja de Enamorados", una pokeparada sobre la calle Mendez Nuñez. Nunca había visto ese mural urbano antes y queda a pocas cuadras de casa.

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No tengo idea de cuánto durará este fanatismo y tampoco me preocupa demasiado, siempre y cuando los padres y responsables de los niños y adolescentes que quieren jugarlo establezcamos -lleva poco tiempo- reglas claras que los mantengan seguros en medio de la cacería. No hace falta que lo repita aquí, pero el camino para alcanzar a estos bichos está lleno de riesgos que no tienen nada que ver con el juego en sí mismo sino con el contexto. Acá se lo explica la policía uruguaya.

Los padres que fuimos adolescentes

Mientras que intento frenar a límites saludables la pokeobsesión de mi hijo (como mi madre lo hacía con mi pacmanía veraniega, que además costaba unos cuantos pesos en fichas de maquinitas), me doy cuenta que mientras tanto este juego tan polémico me regaló unos cuantos placeres de los que no abundan.

Nunca lograré combatir en el gimnasio Pokémon cercano a mi casa (ubicado en la honorable Comisión de Fomento Parque Batlle) porque nunca llegaré al nivel 3. Ya tuve mis obsesiones de Pac Man a la edad en que debía y de grande recaí -y recaigo aún- con otros juegos, como el adorable y muy adictivo Mario, otra de las estrellas de Nintendo.

Es una lástima que tantas personas no recuerden sus propias obsesiones con los videojuegos o con cualquier otra cosa que ocupó su mente adolescente, para así poder entender, un poquito, lo que pasa por la cabeza de nuestros hijos cuando nos piden desesperadamente para cazar pokemones.

Leo por ahí que antes la gente se reunía para jugar juegos de mesa y que eso era positivo porque se miraban y conversaban y se reían. Y tienen razón. En mi casa se jugaba al Trivia, al TEG y al Pictionary a capa y espada y con un nivel de competencia que llevó a expulsar de más de una partida a mi padre, experto en las artes de hacer trampa con una habilidad magistral.

Ahora, a veces logramos que nuestros hijos se prendan a esos juegos que no son "nativos" para ellos. Es justo entonces que intentemos prendernos a algunos de los que no son nativos para nosotros. Tal vez sea Pokémon Go o tal vez termine enfrentada con el FIFA 2016 . En cualquier caso, real o virtual, siempre habrá más comunicación y charla que si lo único que hacemos "los grandes" es protestar por las nuevas "pavadas" que entusiasman a nuestros hijos.

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