Luis Batlle Berres, desde el Capitán Miranda (izquierda), y Juan Perón, desde el yate Tecuara, se saludan en 1948 en el Río de la Plata, frente a Carmelo. Las buenas relaciones serían efímeras
Miguel Arregui

Miguel Arregui

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La política exterior uruguaya en la edad de la razón

Entre los principios y la necesidad (II)
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13 de febrero de 2019 a las 05:00

La invasión alemana a Polonia el 1º de setiembre de 1939 significó el inicio de la Segunda Guerra Mundial. El 5 de setiembre el gobierno uruguayo presidido por Alfredo Baldomir se declaró neutral. Poco después, el 13 de diciembre, el buque corsario alemán Graf Spee —un crucero suficientemente poderoso como para que se lo denominara “acorazado de bolsillo” — llegó a las inmediaciones del Río de la Plata para atacar el tráfico mercante inglés.  

Después de batallar con dos cruceros británicos y uno neozelandés, más pequeños, el Graf Spee se internó en el puerto de Montevideo en procura de reparaciones. El drama terminó con el corsario hundido por su tripulación frente a Punta Yeguas, no lejos del Cerro, después de cuatro días en que la neutralidad uruguaya fue puesta bajo fuerte presión.

Esa neutralidad, sin embargo, no duró mucho. En el país había pequeños núcleos pro fascistas, básicamente de la colectividad italiana y alemana, pero la opinión más general era pro aliados franco-británicos.

Proyecto estadounidense en laguna del Sauce

En 1940 el gobierno de Franklin D. Roosevelt envió a Montevideo una delegación para sondear la posibilidad de instalar bases estadounidenses en Uruguay: la boca del Río de la Plata, y una ventana al Atlántico sur.

El gobierno uruguayo se mostró receptivo a la propuesta estadounidense, a cambio de armas y recursos para sus Fuerzas Armadas. Incluso se consideró el área de la laguna del Sauce, en Maldonado, que luego sería utilizada por la aviación de la Armada nacional y para el aeropuerto de Punta del Este.

Las conversaciones fueron denunciadas por el caudillo blanco Luis A. de Herrera, partidario de la más estricta neutralidad. El 21 de noviembre de 1940 el legislador herrerista Eduardo Víctor Haedo interpeló al canciller Alberto Guani por el asunto. Por 25 votos en 26, el cuerpo votó una declaración oponiéndose a la instalación de bases de fuerzas extranjeras en el territorio.

Pero gradualmente el gobierno uruguayo se fue inclinando por el bando aliado, y más aún desde el ingreso de Estados Unidos al conflicto. 

Segunda Guerra: de neutrales a aliados

El 15 de mayo de 1940 se creó una Comisión Investigadora de Actividades Antinacionales, en medio de cierta histeria y caza de brujas por la presunta “infiltración nazi”. El 18 de junio de 1940 se promulgó una ley de asociaciones ilícitas, y el 20 de julio otra de instrucción militar obligatoria que, en realidad, nunca se cumplió.

El 9 de diciembre de 1941, después del ataque japonés a la base estadounidense de Pearl Harbor, el gobierno de Baldomir decretó la prohibición de comerciar con Alemania, Italia y Japón, los países del “Eje”. 

Durante la guerra el gobierno uruguayo expropió el Tacoma, barco auxiliar del Graf Spee, y otros buques de Alemania e Italia anclados en el puerto de Montevideo como represalia por los mercantes uruguayos hundidos por submarinos alemanes en el Atlántico y el Caribe.

El 25 de enero de 1942 se rompieron relaciones con Alemania (lo que implicó la expulsión de los técnicos que construían la represa de Rincón del Bonete). El 12 de mayo de 1943 el gobierno de Juan José de Amézaga ordenó la ruptura de relaciones con el gobierno francés de Vichy, que colaboraba con los alemanes, y el reconocimiento del que lideraba en el exilio el general Charles de Gaulle. En julio de 1943 se restablecieron las relaciones diplomáticas con la Unión Soviética (rotas por Gabriel Terra en 1935), que entonces libraba una guerra desesperada con la Alemania nazi. El nuevo embajador fue el socialista Emilio Frugoni. 

En agosto de 1944 se celebró ruidosamente la reconquista de París por fuerzas aliadas; y el 22 de febrero de 1945, sobre finales del conflicto, Uruguay declaró la guerra a Alemania y Japón, como prácticamente todos los países latinoamericanos. 

Brasil y Argentina ante la guerra

El compromiso de Brasil con los aliados anglo-norteamericanos fue mucho más resuelto. El presidente Getúlio Vargas, creador del “Estado Novo”, fue un simpatizante inicial de los gobiernos “fuertes” y del fascismo. Pero no era tonto.

En agosto de 1942 declaró la guerra a Alemania e Italia, después que más de 600 brasileños murieran en naufragios provocados por ataques de submarinos del Eje. También concedió terrenos a Estados Unidos para la construcción de una gran base aeronaval en Natal, en el extremo nordeste, a cambio de préstamos y el montaje de industrias. 

Unos 25.000 soldados —encuadrados en la Fuerza Expedicionaria Brasileña— combatieron contra los alemanes en Italia, como infantes o pilotos de aviación, a partir de 1944, bajo mando estadounidense.

Argentina, sin embargo, mantuvo una tozuda neutralidad hasta casi el fin del conflicto, cuando, bajo fuerte presión interamericana, también declaró la guerra a Alemania. 

Los tiempos de Perón

Al fin de la guerra, el nuevo canciller de Amézaga, el blanco independiente Eduardo Rodríguez Larreta, promovió la llamada “doctrina Larreta”, según la cual debía reconocerse el derecho de intervención en otros países, incluso armada, en el caso de que los gobiernos de estos representasen un peligro para la seguridad continental. Esa doctrina intervencionista se interpretó como una respuesta a las simpatías con el Eje de algunos líderes militares argentinos, entre ellos el emergente gran caudillo: Juan Domingo Perón. 

Los temores ante una eventual agresión argentina, y las disputas limítrofes en el río Uruguay y el Río de la Plata, llevaron a los gobernantes uruguayos a acercarse a Brasil, y sobre todo a Estados Unidos, la gran potencia emergente.

Las relaciones fueron particularmente malas durante el primer ciclo de Juan Domingo Perón en Argentina (1946-1955). Uruguay reforzó sus Fuerzas Armadas con material estadounidense, excedentes de guerra, y procuró el respaldo de Washington.

Perón fue mucho más abierto y generoso en su último gobierno. El 19 de noviembre de 1973 viajó a Montevideo y firmó con Juan María Bordaberry un tratado que terminó definitivamente el viejo diferendo por los límites del Río de la Plata.

Durante la “Guerra Fría”

Durante la Guerra de Corea (1950-1953), que coincidió con los gobiernos de los colorados Luis Batlle Berres y Andrés Martínez Trueba, Uruguay se alineó detrás de Estados Unidos y la gran mayoría de la ONU.

Según los archivos de la CIA, incluso en 1954 Estados Unidos forzó el voto de Uruguay en una resolución anticomunista de OEA prometiéndole ayuda militar en caso de agresión de Argentina (ver Búsqueda del 20 diciembre 2007).

El 8 de setiembre de 1964 el gobierno uruguayo con mayoría del Partido Nacional rompió relaciones con Cuba, básicamente por presiones estadounidenses, pero también por convicción ideológica. Fidel Castro había instaurado un régimen comunista y alineó la isla con la URSS en lo más denso de la “Guerra Fría”, lo que incluyó la tremenda “crisis de los misiles” de octubre de 1962. Sin embargo al año siguiente el gobierno colegiado blanco condenó la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana.

Las relaciones diplomáticas con Cuba se reestablecieron en 1985, cuando la apertura democrática, aunque Jorge Batlle las volvió a cortar en abril de 2002, luego que el caudillo Fidel Castro lo insultara. El vínculo se renovó en 2005, cuando el Frente Amplio inició su ciclo en el gobierno.

Algo similar ocurrió con la República Popular de China. Tras el triunfo comunista en 1949, se optó por continuar el vínculo con el gobierno nacionalista refugiado en Taiwán, según la línea estadounidense. El gobierno dictatorial uruguayo establecido en 1973 perpetuó ese estado de cosas, pese al deshielo entre Washington y Pekín que implicó el viaje de Richard Nixon a China en 1972. Recién en 1985, durante el primer gobierno de Julio Sanguinetti, el realismo político (y económico) condujo al reconocimiento de la República Popular.

La guerra de las Malvinas

Durante el conflicto del Atlántico Sur de 1982 el gobierno dictatorial uruguayo, encabezado por el teniente general (r) Gregorio Álvarez, se declaró neutral, aunque respaldó, como era tradicional, la tesis de la soberanía argentina sobre las islas. Brasil, la potencia de la región, más bien miró hacia otro lado, en tanto los chilenos, enfrentados a los argentinos por la zona del Canal de Beagle y temerosos de ser las próximas víctimas, colaboraron con los británicos de forma apenas encubierta.

La situación despertó viejas desconfianzas. Una Argentina agresiva y victoriosa podría ser un peligro para sus vecinos, en vistas de la histórica pretensión de Buenos Aires de imperar sobre todo el antiguo Virreinato del Río de la Plata.

El 8 de abril, pocos días después que tropas argentinas tomaran el archipiélago, la revista porteña Gente publicó un mapa de los territorios “cercenados” a Argentina e incluyó a Uruguay: la antigua Banda o Provincia Oriental. El embajador argentino en Montevideo se sintió obligado a aclarar que la nota no representaba el punto de vista de su gobierno.

Los británicos se sirvieron de Montevideo como escala para repatriar a muchos de sus heridos. También arribaron miles de prisioneros argentinos y un puñado de ingleses como paso previo a su liberación.

La mayoría de la opinión pública uruguaya se mostró partidaria de los argentinos, aunque con diversos grados de reservas, en la medida que la guerra exacerbaba los nacionalismos. 

Entre las voces discordantes resaltó la de Enrique Tarigo, un político del Partido Colorado que adquirió gran popularidad por su campaña de 1980 contra el proyecto de Constitución de los militares. Para sorpresa del grueso de la opinión pública, muy influenciada por la propaganda argentina, Tarigo afirmó que ansiaba el triunfo de los británicos pues, en caso contrario, la dictadura argentina se perpetuaría, lo que fortalecería también al régimen militar uruguayo.

“Argentina debe volver, lenta, dolorosamente, a la edad de la razón”, escribió Tarigo en el semanario Opinar en junio de 1982, tras el fin de la guerra; y Uruguay deberá tomar el mismo camino anunciado por el régimen argentino tras la derrota: el de la apertura democrática. 

La rotunda victoria británica en Malvinas provocó el colapso del régimen militar argentino, y estimuló, en términos generales, la retirada de los militares uruguayos.
 

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