La crisis que envuelve a Gran Bretaña por el fracaso de su salida de la Unión Europea (UE), en cumplimiento del referéndum del Brexit, del 23 de junio de 2016, debería ser un ejemplo para que los partidos tomen conciencia de que alentar propuestas demagógicas para ganar el aplauso fácil u ocultar la verdad por miedo a la pérdida de apoyo electoral, conlleva graves consecuencias políticas. El anuncio de la primera ministra de Gran Bretaña, la conservadora Theresa May, de que renuncia al cargo a partir del próximo 7 de junio por sus fracasados planes para abandonar de manera ordenada el bloque, es una comprobación descarnada del daño que provocan las ideas que se alimentan de un fantasioso mundo paralelo, que terminan más en un perjuicio que en una mejora.
Gran Bretaña ha tenido históricamente un vínculo distante con el bloque europeo. Al poderoso imperio del siglo XIX, cuna de la libertad y del capitalismo, le ha sido incómodo atar su destino a Europa Occidental. Aceptó caminar con la molestia de una piedra en el zapato por el bien mayor de construir una paz mundial. Siempre tuvo un arraigado sentimiento nacionalista que la política alimentó o no supo contener. En 1975, a instancias del Partido Laborista, hubo una consulta popular en la que una mayoría de algo más de 67% decidió continuar en el bloque europeo; hace casi tres años, otro referéndum, promovido por el Partido Conservador, resolvió salir, con un apretado 52%, pero hasta hoy no saben cómo hacerlo.
La política de Gran Bretaña con Europa es una permanente herida abierta en el Partido Conservador - ya lo sufrieron David Cameron, John Major y hasta Margaret Thatcher, además de May- y de divisiones en el Partido Laborista. La incidencia del patriotismo o nacionalismo entre los votantes explica que los líderes políticos no se jueguen demasiado en explicar que al país siempre le va mejor dentro de la UE. Ni May ni el líder laborista Jeremy Corbyn, ambos a favor de mantenerse en el bloque, han defendido su posición con entusiasmo. Parece que sienten culpa por ello.
Desde el referéndum del Brexit, ha ganado protagonismo el discurso populista, que vende la idea de un paraíso terrenal desde el aislacionismo, y ha aumentado el clima de crispación, con obvias repercusiones económicas y financieras.
Los electores pueden creer que es posible en solitario recuperar el poder del pasado. Pero los líderes políticos tienen la obligación de demostrar que es solo una ilusión. Como escribió Martin Wolf en Financial Times, el pasado 26 de marzo, “para el Reino Unido, la UE es vital”. Es vital para el comercio británico y también si quiere tener cierta incidencia mundial.
¿Qué poder tendría el Reino Unido sin Europa ante una negociación con Estados Unidos o China? En siglo XXI no tendría ningún control relevante. La verdad puede ser muy dolorosa, pero es mucho peor intentar cambiar la realidad desde una “mentira verdadera” o noticias falsas.
Los principales referentes partidarios no han estado a la altura de las circunstancias: enfrentar con ahínco una creencia muy arraigada en una parte importante de los ciudadanos, pero divorciada del conocimiento y la racionalidad. Las lágrimas de May cuando anunció su renuncia, deberían leerse como un fracaso de los grandes partidos.
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