La sequía y la contaminación castigan cada vez más al lago Titicaca, compartido por Bolivia y Perú. El Titicaca, que viene del aimara Titi qaqa, significa “gato salvaje” (titi, gato salvaje andino, y qaqa, cabello canoso) es el lago navegable más alto del mundo, con una longitud de 1.125 kilómetros de costa, ubicado en los Andes centrales, dentro de la meseta del Collao, a una altitud media de 3.812 metros sobre el nivel del mar.
Posee un área de 8300 kilómetros cuadrados de los cuales el 56% (4996 km²) corresponden a Perú y el 44% (3304 km²) a Bolivia. Su profundidad máxima se estima en 281 metros y se calcula su profundidad media en 107 metros. Su nivel es irregular y aumenta durante el verano austral.
En el pueblo boliviano de Cohana, los habitantes experimentan dificultades para la provisión de agua y alimentos tras la desaparición de un río que era afluente del Titicaca. A pesar del complejo panorama, un grupo de mujeres voluntarias contribuyen con labores de limpieza, con la esperanza de ayudar a preservar el lago, alrededor del cual viven casi dos millones de personas.
En Bolivia, las voluntarias aimaras agrupadas en Mujeres Unidas en Defensa del Agua piden a las autoridades ayuda urgente porque la sequía puso en peligro la provisión de alimentos y de agua. También se organizaron para limpiar la basura que llega al lago Titicaca desde los municipios cercanos.
Una de las consecuencias del cambio climático y la sequía es la desaparición del río que pasaba por el pueblo boliviano de Cohana y que era un afluente del Titicaca. Donde hace dos años había un río, ahora hay un desierto con decenas de botes abandonados en tierra.
“Aquí había un río lindo, hasta pescados había, pero ahora así está, y mucho está afectando la contaminación. Ya no hay comida del ganado, ni para tomar agua, ni para lavar, no hay cómo vivir aquí. Sequía, totalmente. Este año no hay producción, ni para el ganado, ni para los humanos”, afirma a France 24 la vicepresidenta de esa organización y habitante de Cohana, Teresa Mendoza.
Cerca del lugar, en la Base Naval de Guaqui, la Armada confirmó que el descenso de las aguas del Titicaca está en un nivel de sequía por la falta de lluvias significativas.
Carlos Carrasco, ingeniero del Servicio de Hidrología Naval, indicó que en agosto el nivel del agua bajó a 3.807,68 metros sobre el nivel del mar. Es decir, casi unos cinco metros de su nivel histórico y 42 centímetros por debajo del registrado el pasado abril y a más de un metro del reportado en el mismo mes de 2022.
De continuar la disminución, a fin de año se rebasará en más de 41 centímetros el récord histórico mínimo reportado en 1988, de 3.807,49 metros sobre el nivel del mar, según proyecciones de la institución naval.
“Lo que se refleja es un nivel del descenso del lago. Un nivel bastante menor a lo que sucedió el año pasado. Eso nos lleva a pensar que este año podamos tener problemas porque el comportamiento normal del agua es que continúe descendiendo hasta el mes de diciembre”, afirmó Carlos Carrasco, ingeniero hidráulico de la institución naval.
Según Carrasco, el déficit y las variaciones de precipitaciones se deben a que la región soportó tres fenómenos consecutivos de la “La Niña” y luego un fenómeno de “El Niño”.
El problema se agrava en esa zona, con la contaminación por la basura que desemboca en el lago Titicaca desde los municipios cercanos.
Las Mujeres Unidas en Defensa del Agua afirman que el problema de contaminación proviene de El Alto porque no tiene una planta de tratamiento de basura adecuada para el tamaño de su población, de más de un millón de habitantes, y que la constituyen en la segunda urbe más grande de Bolivia, después de Santa Cruz, en el este del país.
Además, agregan que el otro problema a resolver es el de la provisión de agua potable para la zona del lago. “No tenemos agua. ¿Cómo vamos a hacer? Los ingenieros nos explicaron que pueden hacer pozos de aire. No sé qué mecanismo hay que optar, porque en todo este sector no hay agua”, señala Jalja, de la agrupación de mujeres.
A pesar de no poder contra la sequía, las voluntarias intentan contribuir con la limpieza a la preservación del lago que les da vida a casi dos millones de personas de Bolivia y Perú.
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