Eduardo Espina

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Lola Chomnalez, Alberto Nisman, y el verano

La decencia exige que los dos casos aun abiertos no sean tragados por el olvido
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21 de enero de 2019 a las 05:01

En los veranos de la infancia, los días eran inocentes. De esa manera los recuerdo. El resto del año podría ser horrible, dentro y fuera del hogar, dentro y fuera del país, pero al llegar diciembre, Uruguay se transformaba en una especie de Disneylandia, aunque mucho mejor que la versión original, pues nada era artificial y todo muy real. Empezando por las playas, sus arenas, sus aguas de cambiante color.

El Uruguay es uno en invierno, y otro, muy diferente, cuando el frío se marcha y los días cálidos amagan que van a llegar, hasta que llegan. Y aunque posterguen su llegada, ya el solo hecho de que no haga frío es suficiente para que chip mental cambie y vivamos colectivamente una resurrección del ánimo, la misma que han de sentir suecos, noruegos y fineses luego de que la masa helada de hielo que por interminables meses los cubre comienza a desaparecer. Aquí no tenemos nieve ni hielo permanente, pero el viento y la lluvia hacen lo suficiente como para convertirse en sinónimos de los peores inviernos mundiales.

Especialistas en inviernos, somos los escandinavos del sur. De ahí que cuando llega, al verano le perdonamos todo, incluso los aborrecibles días de lluvia que arruinan las vacaciones y, según los meteorólogos, responden siempre a un fenómeno climático  diferente, porque El Niño o La Niña no son los únicos responsables de los enormes desajustes climáticos que esta parte del mundo al sur de todo padece con regularidad. Sin embargo, dos hechos policiales relativamente recientes y de permanente notoriedad han cambiado, creo yo de manera definitiva, la forma de vivir los veranos de los habitantes del Río de la Plata; dos muertes, asesinatos, que perduran blindados en su misterio. Enigmas altamente preocupantes.

Primero, el homicidio de Lola Chomnalez, ocurrido el 28 de diciembre de 2014, en una playa del departamento de Rocha. Luego, al año y unos pocos días del otro, la muerte del fiscal argentino Alberto Nisman, el 18 de enero de 2015, en un apartamento de la zona portuaria de Buenos Aires. El tiempo pasó, y no ha triunfado el olvido. El paso del tiempo solo ha añadido más perversión a la situación de irresolución, pues en algún lugar están los asesinos, gozando aun de su libertad. Con las muertes de Lola Chomnalez y de Alberto Nisman, los familiares de ambas víctimas han dejado de vivir. Ya nada nunca en sus vidas será lo mismo. Además,  el horror ante lo incambiable de las circunstancias se magnifica en la imaginación sabiendo que, una vez más, el crimen no ha pagado.

Por lo tanto, cuando el verano llega, también retorna con feroz aura perturbadora la vigencia de ambos casos, que exigen resolución, aunque esta quizá nunca llegue. La posibilidad de que los casos se conviertan en lo que los anglosajones llaman “cold case” (una investigación criminal sin resolver que permanece abierta en espera del descubrimiento de nuevas pruebas), está ahí.

En este mismo diario, bastante tiempo atrás, cuando teníamos las Cartas Cruzadas con mi siempre recordado amigo Lincoln Maitzegui, dije que siempre he estado y estaré en contra de cualquier ley que ampare a criminales y haga caducar los crímenes cometidos. El derecho a la vida es innegociable. También lo es el afán, con carácter de obligatoriedad, de que ningún homicidio quede sin aclarar. Ninguna persona es insignificante, nadie es más ni menos que nadie. Por otra parte, pero parte también de lo mismo, la impunidad es la peor lacra que puede afectar a una sociedad democrática, en la cual los valores éticos y humanistas deben ser pilares de la convivencia y el respeto plural.

Los casos Chomnalez y Nisman exigen resolución. Si bien nunca se hará completa justicia, pues la vida no les será devuelta a los muertos, es fundamental evitar que la impunidad prevalezca por derecho de conquista. Tal pareciera que en los últimos cinco años, el verano regresa para decirnos precisamente eso, que la vida en estos días está más viva, por lo tanto, es obligación impedir que el triunfo de la muerte sea definitivo.

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