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Los Ferreira, el frío del agua y la disyuntiva cada vez que el Santa Lucía se desborda

El Sistema Nacional de Emergencias informó que actualmente hay 8.554 personas evacuadas
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21 de junio de 2019 a las 14:50

El agua le llegaba hasta el ombligo. Tiritaba. Caminaba dando tumbos, a ciegas, esquivando ramas, bolsas de nailon, platos, piedras, sillas y colchones que flotaban calle abajo impulsados por la corriente. Transcurrían los primeros minutos del martes 18 de junio y Javier Ferreira (de 40 años) cargaba dos televisores, lo único que había podido rescatar, además del microondas, el lavarropas y unas pocas prendas de sus hijos, Paulina y Antonio, de dos y un año. Horas antes, la crecida del río Santa Lucía, en Canelones, había obligado a la familia Ferreira a abandonar su casa en la calle Ramón Irigoyen, casi bulevar Federico Capurro. 

La historia de los Ferreira se entrelaza con la del resto de los uruguayos que en los últimos días debieron evacuar sus hogares, con o sin asistencia del Estado. En Santa Lucía, en particular, dos personas murieron como consecuencia del desborde del río. 

El Sistema Nacional de Emergencias (Sinae) informó este jueves que actualmente hay 8.554 personas desplazadas a causa de las inundaciones que se produjeron en los departamentos de Durazno, Canelones, Soriano, Florida, San José, Treinta y Tres, Flores y Río Negro. Las tormentas y lluvias en los días anteriores fueron tan intensas que el director del Sinae, Fernando Traversa, aseguró en el programa Doble Click (Radio Del Sol) que la inundación en Durazno superaría la registrada en 2007. En mayo de ese año, el Parlamento debió declarar el "estado de desastre y emergencia nacional" y el gobierno tuvo que destinar US$ 45 millones para afrontar los daños. 

"Impotencia, se siente una impotencia horrible", dijo ahora Javier, casi 80 horas después de haber dejado su casa el martes de madrugada. En la mañana del lunes, a través de Whatsapp le había llegado una imagen de las crecidas registradas en Florida, uno de los departamentos más al norte en los que se extiende la Cuenca del río Santa Lucía. Entonces supo que debía prepararse, porque la subida del río en su ciudad era inminente. 

"Cuando estás acostumbrado a las crecientes, sabés que cuando el río empieza a crecer tenés que prepararte". Javier se crio en Santa Lucía, en la misma casa en la que ahora reside. A los 18 años se mudó a Montevideo para estudiar arquitectura. Con el paso de los años se recibió, se quedó a vivir en la capital y empezó a dar clases en la UTU de Solymar, donde conoció a la Karina Giovanazzi que trabajaba como administrativa, con quien se casó y tuvo dos hijos con año y medio de diferencia. Sin embargo, en 2013 se dio cuenta de que la mayoría de sus clientes eran familiares, amigos y vecinos de Santa Lucía: no tenía sentido seguir pagando alquiler en Montevideo, teniendo disponible una casa en la que vivir sin costo. Los Ferreira cargaron los camiones de mudanza poco tiempo después y se instalaron en su nuevo hogar. 

Las horas anteriores a la crecida

Javier clavó la regla de madera contra la pared de su casa a las 09:55 del lunes, antes de llevar a Paulina al médico. Tantas veces había visto a sus padres y vecinos hacerlo, que la acción le resultaba rutinaria. De este modo los habitantes de Santa Lucía miden la crecida del río y se anticipan a los daños que puede ocasionar. "Sabés que si crece 10 centímetros en una hora, es mucho", explicó.

El agua le mojaba la suela de los zapatos cuando llegó del doctor, 60 minutos después. Lo primero que hizo fue mirar la regla, que le confirmó lo que se temía: la crecida sería más grande que en otras ocasiones, por lo que tendría que empezar a asegurar su casa para minimizar los daños. Llamó a Karina, que estaba trabajando. "Empecemos a guardar porque se viene", le dijo. Cuando ella volvió dejaron a sus hijos en la casa de los padres de Javier, a pocas cuadras de allí, que fue construida a mayor altura previniendo una inundación. 

"A la una (hora 13) tenían el agua casi que en la vereda de casa", rememoró Ferreira. Sus amigos respondieron al pedido de ayuda, fueron a la vivienda en la calle Ramón Irigoyen y con prisa se dispusieron a colaborar con las medidas precautorias de rutina: pusieron caballetes y cajas debajo de la cama, de la repisa del comedor, del lavarropas, de mesa, de cada una de las sillas. Arriba de eso, como pudieron, subieron los cajones, la vajilla y la ropa apilada. Y arriba de eso, amontonaron objetos aún más pequeños. El agua entraría a la casa, pero así, al menos, se asegurarían de que el daño fuera menor. 

También pusieron bolsas cargadas de arena adentro del inodoro y encima de la grasera, las piletas y los resumideros. De este modo, buscaron evitar encontrarse con sorpresas al volver. Cuando el agua de las crecidas baja, cuenta Ferreira, es común encontrar desparramados por las habitaciones de la casa excrementos de humanos y animales, ratas, lombrices, víboras e insectos. 

Una vez que terminaron, sus amigos se fueron y Karina se despidió con un beso. Ella iría a lo de sus suegros, pero él se quedaría en la casa. La lluvia había empezado a caer en Santa Lucía y en la vivienda había cada vez más agua, pero él tenía decidido quedarse. Ahora explicó por qué: "Cuando pasan estas cosas, lamentablemente, muchos malvivientes aprovechan para entrar y llevarse lo que pueden".

La UTE ya había cortado la luz, como suele hacer de manera protocolar ante la crecida del río ante el riesgo de electrocución. Estaba a oscuras, linterna en mano. "El tiempo pasó lento, iba contando una a una las cosas que perdía", contó.

La resignación 

A la medianoche alguien golpeó la puerta. Era Martín, su amigo de la infancia, ordenándole que saliera de su casa y se resguardara en la de sus padres. Javier se zambulló en el agua helada y pestilente, que le llegaba a la cintura. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que lo único que había quedado en buen estado eran dos televisores, el lavarropa y ropa de los niños. Agarró los electrodomésticos y se encaminó al auto de su amigo, que estaba a cuatro cuatros de distancia, adonde la crecida del río no había llegado. 

El martes fue un día frustrante, dijo Javier, porque la tormenta continuó y la crecida del río no se detuvo. Aun así, encontró "una alegría": a media mañana tomó prestada una canoa y partió a buscar a su gata, Michi, que la noche anterior le había hecho compañía mientras hacía de centinela, desde una de las repisas más altas de la casa. La mascota estaba allí, en el mismo lugar que antes, y eso —ahora— hace que Javier largue la carcajada. 

Recién el martes de noche el agua empezó a bajar. Por tanto, el miércoles de mañana, Karina y Javier —junto a amigos y familiares— volvieron a la vivienda para valorar las pérdidas, ordenar y limpiar. Javier recordó así esa experiencia: "Es horrible porque te encontrás un panorama horrible, una escena dantesca: todo estropeado, el agua con mierda, el olor que te encontrás es un asco, tenés que abrir todo porque es nauseabundo". 

Los Ferreira empezaron las tareas de limpieza en el patio. Las plantas estaban destrozadas, un tronco había arrancado del piso la casilla del perro y la leña flotaba, desparramada por el piso. El jueves siguieron por la barbacoa y tienen previsto que vengan amigos desde Montevideo el fin de semana, para hacer "una cuadrilla de limpieza" y profundizar aún más en el aseo y reacondicionamiento de la casa. 

Javier dijo que lo que se ve en las calles de Santa Lucía le hace acordar a una película sobre tornados. La gente tiene que deshacerse de manera compulsiva de los restos que quedaron, los camiones de recolección de basura de la Intendencia de Canelones no dan abasto, a pesar de que pasan varias veces en el día. El intendente Yamandú Orsi remarcó este jueves la necesidad de que actúen los militares en las tareas de reacondicionamiento, como está previsto. "Sabemos que los militares eso lo hacen bien, pero la posibilidad de intervenir siempre está limitada", expresó. 

La disyuntiva

Javier y Karina calculan que perdieron el 80% de sus pertenencias. Ahora se encuentran ante una disyuntiva: seguir en esa casa y de a poco ir comprando los objetos que antes tenían, o adquirir solo lo básico y ahorrar para poder mudarse. 

A pesar de que Javier se crió dentro de esas cuatro paredes, los Ferreira se inclinan por la segunda opción. "Lo ideal sería poder seguir acá, pero no sabés si el río va a crecer así dentro de 10 años o mañana", explicó, y dijo que aunque no lo habló con sus padres, creía que no tendrían problema si tomaran esa decisión. A su vez, Javier aseguró que él es "reacio a pedir ayuda". 

 

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