La enfermedad del insomnio había llegado a Macondo y se había propagado por toda la población, por culpa de unos animalitos de caramelo que hacía Úrsula y que vendía en el pueblo. El problema era que poco a poco la dolencia derivaba en pérdida de memoria. Los insomnes soñaban despiertos y las figuras de los sueños de unos y otros se mezclaban, pero ya nadie recordaba a nadie. Vivos y muertos ejecutaban una coreografía sin pausa ni sentido. Hasta que llegó el gitano sabio y mago, Melquíades, y los curó con una poción.
Cuando José Arcadio bebió el líquido que le había ofrecido el forastero, reconoció a su viejo amigo Melquíades y se avergonzó de todos los letreros que había escrito para identificar las cosas y para qué servían: “Esta es la vaca, hay que ordeñarla todas las mañanas para que produzca leche y a la leche hay que hervirla para mezclarla con el café y hacer café con leche”.
¿Quién, de entre los lectores de Cien años de soledad, es capaz de afirmar que no quiere ver a esa Macondo embrujada y desembrujada en la pantalla? A quienes levanten la mano desde ya les digo: mienten.
A quienes me digan que no quieren ver la lluvia que caerá durante cuatro años, once meses y dos días, a quienes se nieguen a ver el documental que se haga sobre el casting para encontrar a quien encarnará a Remedios la bella, a quienes me aseguren que no sienten ninguna curiosidad por comparar su propia película con la serie que producirá Netflix; a todos ustedes les digo, una y mil veces: mienten y otra vez mienten.
García Márquez se negó de forma rotunda y obcecada a que su bienamada Cien años… se convirtiera en cine, y esgrimió argumentos que se podrían usar para cualquier obra escrita: básicamente que los lectores tenemos nuestra propia película y que una adaptación no hará sino traicionar nuestra imaginación.
También tenía argumentos más atendibles: “Sería una producción tan costosa que tendría que haber grandes estrellas, (Robert) De Niro como el coronel Aureliano Buendía y Sophia Loren como Úrsula, lo que la convertiría en otra cosa. No, este libro es demasiado parte de la vida diaria de Latinoamérica para hacer eso”.
Las expectativas de esos que hemos leído y releído alguno de los 50 millones de ejemplares vendidos de Cien años de soledad son altísimas
Sí, por supuesto, pero Cien años de soledad es un clásico, un libro que le pertenece a la humanidad de cualquier idioma y cultura. A los clásicos se les puede hacer todo: traicionarlos, descuartizarlos, interpretarlos, lavarlos, enjuagarlos y retorcerlos, maquillarlos, mutilarlos, adecentarlos, endulzarlos o envenenarlos. Lo único imposible de hacer es olvidarlos.
Lo que sucede en este caso se parece a lo ideal. Pasaron 53 años desde la publicación del libro, lo que nos da un poco de perspectiva; su autor ya no está entre nosotros, lo cual nos libera de su autoridad; vivimos un auge de las series, un formato capaz de hacerle justicia a una novela tan desmesurada; existe una plataforma con 140 millones de suscriptores en 190 países que compró los derechos; los dos hijos del autor serán productores ejecutivos del asunto.
Es muy poco lo que ha trascendido desde que, en marzo de 2019, Netflix compró los derechos del libro a los hermanos García. La serie se hará en español y será rodada en su mayor parte en Colombia. Pero no se sabe quiénes formarán parte de ese rodaje ni cuándo comenzará. Este año, ojalá.
A los clásicos se les puede hacer todo: traicionarlos, descuartizarlos, interpretarlos, lavarlos, enjuagarlos y retorcerlos, maquillarlos, mutilarlos, adecentarlos, endulzarlos o envenenarlos. Lo único imposible de hacer es olvidarlos
Las expectativas de esos que hemos leído y releído alguno de los 50 millones de ejemplares vendidos de Cien años de soledad son altísimas. Serán colmadas, tal vez, en algún caso. Nos podrá gustar la forma en que se recree Macondo o la actriz que interprete a Pilar Ternera o la habilidad para crear los diálogos (en el original los personajes piensan y actúan, pero hablan muy poco), aunque habrá una avalancha de decepciones. Eso es inevitable.
Lo maravilloso es que 2020 (si Dios quiere y la Virgen también) será el año en que la novela a la que se le han dedicado canciones, cuadros, ballets, cócteles, una ópera y obras de teatro por fin cobrará vida en la pantalla, que la está esperando desde que se publicó.
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