Fútbol > SENTIMIENTO DE HINCHA

Pablo Fabregat: “La primera vez que le dije a alguien te amo fue a Camejo”

Vive el presente como hincha tricolor sin fanatismos, aunque es butaquista y en los años de 1990 compró acciones de Patota Morquio y Paulo Medina
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11 de marzo de 2019 a las 05:02

Recuerda sus años en el Colegio Stella Maris Christian Brothers en el que eran todos varones y que existía un bullying “frenético, salvaje”. Pero lo dice sonriendo. “Era un bullying humorístico el que se hacía en aquella época, nada que ver con el de ahora. Yo hacía más del que me hacían a mí”, agrega.

Exitoso en lo suyo, de hablar rápido, de risa contagiosa, de memoria prodigiosa a la hora de hablar de fútbol, Pablo Fabregat nació hincha de Nacional y lo lleva grabado en su alma.

El deporte que más se practica en ese colegio es el rugby, pero a él nunca le interesó. “Nunca entendí ni las reglas”, explicó a Referí. Era muy tímido, introvertido, pero el fútbol siempre le gustó.

Fue golero “con lentes”, y dice que a veces sin ellos, “no veía nada. Los rivales decían ‘pegale al arco que es gol’. ¡Y era gol! También jugué de defensa o mediocampista bien rústico, hasta de lateral izquierdo siendo derecho”.

No obstante, logró ser campeón defendiendo al colegio en la Liga Universitaria sub 20.

Su padre “es un enfermo de Nacional”; sus dos abuelos lo llevaron de la mano junto a sus tres hermanos que le llevan más de 10 años, todos bolsos. Él no podía fallar.

A veces cuando era chico, lloraba porque sus hermanos se iban con su padre al Estadio Centenario a ver al club de sus amores y no lo llevaban.

El primer recuerdo vívido que tiene de haber ido al estadio fue un partido en el que en Nacional  jugaba el Pato Aguilera.

De la Copa Libertadores ganada en 1988 –de la que, con siete años, vio todos los partidos de local excepto los dos ante Wanderers– tiene un grato recuerdo, más allá del deportivo.

“Tengo guardado un cuadrito de mi viejo que mandó una carta de los lectores a un diario por una charla que tuvo conmigo. Yo fui con la camiseta de Seré que era mi ídolo de entonces y cuando nos fuimos le dije: ‘Papá, estoy llorando y no sé por qué’”.

Recuerda que “la única vez que dormí en la calle, fue por Nacional. Me tiré al suelo en la Liga de Fomento de la Parada 1 de Punta del Este. Fui a ver el debut de Hugo De León como técnico en un clásico que se jugó en el Campus y perdimos. También fue el debut de Gallegol Ramírez y me acuerdo que José Bolón jugó de ‘5’”.

Quiso ser periodista deportivo, pero una vez en la facultad, terminó haciendo otras cosas. Gustavo Rey era su profesor, notó su veta histriónica y lo llevó a Océano FM para que hiciera un personaje de humor. Allí nació en 2003 el Tío Aldo, el cual permanece hasta hoy.

Pero no solo Rey lo llevó a una radio. También Alexandra Morgan, otra profesora, lo recomendó para que hiciera la producción periodística en el programa En Perspectiva con Emiliano Cotelo.

“El Tío Aldo es un personaje grotesco que tiene cosas mías y otras que no. Era de Sud América cuando lo cree, pero con el tiempo lo contaminé y ahora es bolso”, dice sonriendo.

Sostiene que el fútbol de hoy no le da sensación de alegría, no se para, no exterioriza. “La pasión va cambiando, va bajando en mi caso. Por suerte. Voy a la cancha como el católico a misa. El otro día, me dormí en casa viendo el partido contra Racing. Me desperté y perdíamos 1-0. Dije: ‘¿Y esto?’”.

Los partidos en los que todavía vibra son los clásicos y los de Copa que son clave. “Ahí grito y puteo. En los demás, no”, cuenta.

Admite que se considera “anti Peñarol” y que sus mejores amigos son manyas. “Mi viejo no me lo inculcó. Eso de la rivalidad extrema me parece innecesario”.

En pleno quinquenio aurinegro recuerda haber ido con amigos a ver partidos de Peñarol contra otros equipos.

Y agrega: “El fútbol uruguayo es horrible. El otro día pasaban al mismo tiempo Racing-Nacional y Real Madrid-Barcelona. Le decía a mi viejo ‘es increíble que esto sea el mismo deporte. Por un lado, lo mejor del mundo y por el otro, la segunda peor liga de Sudamérica”.

Por eso recuerda que en uno de sus programas radiales cuando entrevistaron a Diego Lugano, este dijo que “es un delirio que los grandes digan que van por la cuarta o la sexta Libertadores. Es como que vos o yo quisiéramos levantarnos a Julia Roberts”.

Y retruca: “Cuando a veces escucho decir que el Parque (Central) es una caldera para los rivales, me doy cuenta que ellos se cagan de risa. Cuando se hace el fixture deben rezar para que les toque con rivales uruguayos”.

“El quinquenio de Peñarol me lo fumé en pipa en el momento que más me sentía hincha. En esa época iba a cualquier amistoso. Nacional-Sol de América en el Campus, el que fuera. Era un enfermo por ver al equipo”, dice.

Sobre el rendimiento de Nacional explica que es “pesimista” porque “no jugamos a nada, es lamentable lo que se ve, un bochorno”.

Carmela de dos años y medio y Martina de siete meses son sus hijas, pero no quiere llevarlas a la cancha. De todas formas sostiene que “ellas podrán elegir la opción sexual que quieran, a qué partido político votar, todo lo que quieran, menos que se hagan hinchas de Peñarol”.

Es butaquista del Parque y va siempre. Dice que no tendría problemas de ir al Campeón del Siglo en un clásico, pero que la nueva medida de vender entradas en redes de cobranzas lo desalienta.

Sobre la discusión de los dos grandes por el decanato, recuerda que antes se enfrascaba en ese tema. “Leí la teoría del decanato de Tarigo, pero claro, no leí la otra campana. Hoy me resulta irrelevante. Déjense de joder y ocúpense de otras cosas. Es medio insólito”, expresó.

Pablo dice que los grandes tienen “un mundo de fantasía. Tienen esa grandilocuencia de hablar de ‘decano’, ‘campeón del siglo’, ‘nadie ganó más’...”.

Entre sus mejores recuerdos con Nacional subraya dos clásicos: el de 1998 que ganó el tricolor con goles de Camejo y Guigou. “Tenía 17 años y en un grito a Camejo fue la primera vez que le dije te amo a alguien”, sostiene.

El otro clásico que recuerda es el 2-1 del Chino Recoba a Migliore en la hora. “Había ido en ómnibus y a la salida me esperaba mi esposa en el auto. Me vio tan feliz que me preguntó:’¿Vos querés más a Nacional que a mí?’. Y le contesté: ‘No me podés preguntar esto ahora’. No tuve el coraje para decirle que no”.

Respecto a sus ídolos dice que “Seré de niño, porque quería ser golero. Después me enamoré del anormal de O’Neill. Camejo era un metedor abundante y De León. Soy Hugomaníaco”.

Entonces se acuerda que en su despedida de soltero, tuvo tanta suerte que sus amigos lo llevaron a un boliche en el que estaba De León. “Fue un designio. Me saqué mil fotos con él esa noche”.

A la hora de hablar de momentos feos vividos con Nacional, lo primero que le viene a la mente es decir que “a Dios gracias” no fue al clásico que ganó Peñarol 5-0 en 2014.

El último gran sufrimiento fueron los cuartos de final de la Libertadores perdidos en La Bombonera contra Boca por penales.

“Mi suegra y mi mujer me miraban caminar de un lado a otro como si fuera un mono. ‘No podés estar así’, me decía mi esposa. Y yo la miraba a ella o a la madre y pensaba: ‘Es inexplicable para alguien que no entiende nada. ¡Estábamos a un paso de una semifinal! ¡Cuánto tiempo va a pasar para que se repita!”, dice.

También recuerda que el quinquenio “fue bravo. Me fumé las dos remontadas de Peñarol”.

La crisis de 2002 le pegó como a todos los uruguayos.

“Mi padre tenía una empresa constructora y quebró. Hubo que apretarse el cinturón. Yo estaba en facultad y en 12 horas de radio que hacía por día, cobraba $ 9.500 y la facultad costaba $ 8.000. Me quedaban $ 1.500 para boletos”.

Entonces sus hermanos y algunos amigos lo ayudaron económicamente para que se pudiera costear los gastos.

“Fui más feliz cuando terminé de pagar los préstamos que me habían hecho, que por haber terminado la carrera. Fue un orgasmo”, confiesa.

Seguramente por ese mal momento que le tocó vivir es que de allí en adelante trabaja en todo lo que le sale. “Me sirvió de enseñanza esa crisis. Porque allí vi el sufrimiento de mis padres. Desde allí, laburé como un enfermo, porque mis viejos también habían laburado como enfermos”, cuenta.

Por una “decisión editorial” no tiene redes sociales.

Recuerda con una sonrisa que compró acciones de jugadores en los años de 1990.

“Compré bonos de Patota Morquio y de un ‘9’ que jugaba en la Tercera y después lo subieron que era Paulo Medina. Obvio que perdí la guita. El otro día, después de un show, me crucé con Patota en el Prado paseando al perro y le dije: ‘Mirá que fui accionista tuyo’, y se mataba de risa”.

Su amor por el club lo llevó a ser durante algunos años el presentador oficial del plantel en el Gran Parque Central. A su vez, también participó junto a Maxi De la Cruz en la despedida del Chino Recoba.

Lejos de los fanatismos que corren en estas épocas, sigue al fútbol y a su querido Nacional como un hincha más.

 

LA CARTA A CEFERINO
En plena época del segundo quinquenio de Peñarol, un día decidió tener “un intercambio epistolar” con el por entonces presidente de Nacional, Ceferino Rodríguez.
Le envió una carta a  la sede tricolor. Pablo tenía 16 años y lo recuerda como si fuera hoy.
“Llegó un momento en el que pensé que no se aguantaba más lo que le pasaba a Nacional y por eso se me ocurrió mandarle una carta a Ceferino como quien manda una carta a cualquiera sin esperar respuesta”, explica.
Sin embargo, eso no ocurrió y el presidente de Nacional no solo leyó la carta, sino que lo citó en la sede.
“Me llamó para rebatirme los argumentos que yo esgrimía en la carta. Estuvimos charlando un rato largo y él trataba de convencerme de que yo estaba equivocado”, dice.
Las vueltas de la vida volvieron a juntarlos. Es que cuando Ceferino Rodríguez cumplió 80 años, un buen tiempo después, su familia contrató a Pablo para que llevara a cabo el show del Tío Aldo justamente en la fiesta de quien había sido presidente de Nacional.
 
CON LA BARRA DE PEÑAROL
Fabregat tiene claro que “no es sencillo hacer reír. Una cosa es la radio o el teatro que la gente paga para verte, y la otra es cuando me contratan en shows –que es de lo que más trabajo– y llego a interrumpir una fiesta en que todos están pasando muy bien. Muchas veces tuve que remarla en condiciones infames”.
Hace pocos días fue contratado para llegar a la hora 22.30 a un asado en el balneario Costa Azul. Cuando llegó recién estaba arrancando el fuego y los chorizos iban tomando color. Pero “terminó el show y las brasas estaban muertas, todo el fuego apagado y empezaron a cenar a la 1 y media de la madrugada por mi culpa. Me debieron odiar”.
Recuerda una anécdota que le ocurrió en el Palacio Peñarol en otro de sus shows. “En un momento, entró la barra brava de Peñarol con una bandera gigante que decía algo que yo no lograba ver desde el escenario. Claro que ellos saben que soy de Nacional. Pero bueno, yo tenía que seguir y lo hice, no me puse nervioso. A los pocos días me llamó un oyente a la radio para decirme que lo que decía la bandera era “Tío Aldo, tu papá te da la bienvenida a su casa”.

 

CON LOS CORTOS Y EN EL PARQUE
Pablo no solo es hincha de Nacional sino que le gusta mucho jugar al fútbol. Hace un tiempo se prendió en un picado que se armó en el Gran Parque Central y que contó con presentación y todo de los futbolistas en campo. Fue una de las tantas alegrías que le dio el club de sus amores.

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